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Observo con envidia la serenidad con la que Teo, una mujer del pintoresco pueblo de Tepoztlán, casada y madre de dos hijas, vive la vida. Su manera pausada de hablar, su vestir sencillo, su andar sereno y el cuidado que le pone a todo lo que hace. Toda ella transmite paz. Estar con ella unos minutos equivale a una hora del tratamiento del spa más sofisticado. Al platicar con sus familiares, también puedo ver que ella les ha contagiado esa actitud.
No cabe duda de que el campo, el silencio y la cercanía con la naturaleza dan sabiduría. Esa forma de vida comparada con la de cualquier persona de una ciudad moderna es además de un verdadero lujo, motivo de inspiración y reflexión. Nos enfrenta a darnos cuenta de la cantidad de cosas que dejamos de disfrutar, de apreciar o de hacer, que nos agobia y nos impide espacio para realmente vivir.
Enero nos ofrece, una vez más, la oportunidad de renovarnos, de hacer un balance y decidir qué aspecto de nuestra vida queremos mejorar, por ejemplo ver ¿cuánto tiempo dedicamos realmente a pensar, a cultivar la mente, el cuerpo o el espíritu? La mayoría de nosotros, sólo unos cuantos minutos de vez en cuando.
La medicina moderna ha aceptado el hecho de que la mente, el cuerpo y el espíritu están conectados y que necesitamos cuidar a los tres para vivir en óptimas condiciones físicas. Observa, ¿cómo es un día normal dentro de tu vida? Casi siempre nos dedicamos a resolver las necesidades y demandas del trabajo, de los hijos y de los demás; y en cuanto a lo nuestro, sólo atendemos lo inmediato, por lo cual empieza a invadirnos una constante sensación de desasosiego.
La mayoría de los que vivimos en las grandes ciudades anhelamos ese gran lujo que significa llevar una vida más tranquila y simple para sentir un poco de paz; pero el ritmo del mundo que hemos construido nos lo impide.
Muchos hemos tratado de encontrarla, equivocadamente, en cosas materiales como nuestro trabajo, el saldo bancario o la comida sólo para darnos cuenta que, mientras esto nos proporciona cierto placer, también conlleva una buena dosis de preocupación y estrés. La búsqueda nunca termina porque la sensación de que “algo falta” permanece en nuestro interior.
Es difícil sentir un poco de paz interior cuando corremos de una actividad a otra; trabajamos horas extras para pagar la deuda; cuando a todo compromiso decimos “sí” y vivimos en automático pegados a un dispositivo electrónico sin concentrarnos bien en nada.
¿Por dónde empezar?
Como no podemos retirarnos a la vida contemplativa o mudarnos al campo, podríamos comenzar por buscar formas de vivir con mejor calidad en el día a día. Aquí algunas sugerencias:
Procura un rato de silencio al día para pensar o meditar. Organiza el tiempo para dedicarlo a un hobbie, a leer, a aprender algo nuevo o a tu familia.
Disminuye el tiempo de conexión en dispositivos electrónicos.
Decir “no” a compromisos sociales, trabajo extra y demás situaciones que nos desgastan.
Bien decía Proust, el escritor francés, que “no hay nada que le cueste más trabajo al hombre que cambiar de una costumbre a otra… ya que lo obliga a las dos cosas que más duelen: sentir y pensar”.
Aprovechemos esta nueva oportunidad que la vida nos da y seamos conscientes de lo anterior. Es la única manera de evolucionar y conseguir el verdadero lujo del mundo moderno de hoy: vivir tranquilos, en armonía y en conexión con uno mismo.