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Los efectos de la crisis financiera mundial de 2008 aún no se han desvanecido, sin embargo, la próxima promete estar a la vuelta de la esquina. Las recesiones económicas golpean a los países desarrollados cada 28 años en promedio, no obstante, últimamente la frecuencia con la que suceden estas crisis ha ido a la alza. Según la firma mundial de servicios financieros J.P. Morgan, la próxima crisis económica mundial tiene fecha para el año 2020.
Las causas de la próxima recesión económica podrán venir de muchos lados: del exceso de préstamos adquiridos por países emergentes, del incremento en las inversiones riesgosas, del aumento de las tasas de inflación por arriba de lo pronosticado, de las disputas comerciales cada vez más duras y prolongadas, entre otras. No obstante, el mayor problema por venir no es la recesión económica en sí, sino la falta de herramientas que tenemos para enfrentarlo. Debido a las grandes deudas públicas amasadas en la mayoría de los países del mundo, el espacio para estímulos fiscales será muy limitado, además de que se espera que los rescates del sector financiero sean incosteables en países donde han revivido los movimientos proteccionistas y populistas. Por lo tanto, la próxima recesión económica tiene todo el potencial de ser más severa y prolongada que la última, la cual no hemos superado por completo al día de hoy.
Aparte de los efectos adversos esperados a raíz de la próxima crisis debemos considerar el entorno general en el que esta ocurrirá: un ambiente de creciente automatización tecnológica. Hemos estado experimentando una era de innovación imparable, que en consecuencia ha comenzado a generar efectos secundarios en nuestra vida diaria. La automatización está ganando inevitablemente terreno en el ámbito industrial, cambiando los mecanismos tradicionales de producción y el funcionamiento habitual de la economía. Con la ambición de eficientar procesos, el progreso tecnológico ha logrado incidir en el mercado laboral poniendo en tela de juicio la capacidad de los gobiernos para hacer frente a un número cada vez mayor de personas cuyos empleos serán sustituidos por máquinas, especialmente los jóvenes, quienes serán 3 veces más propensos que los adultos a estar en desempleo debido a la automatización.
Ante la evidente desaceleración de la economía internacional, el resurgimiento del populismo, el fortalecimiento del proteccionismo y el temor de que las nuevas tecnologías, como la inteligencia artificial, estén en camino de sustituir el poder intelectual de los humanos, se desafía a las democracias a dar respuestas efectivas. Según las Naciones Unidas, el impacto de la tecnología en nuestras economías aún puede ser amortiguado a través de la formulación temprana de políticas atinadas. En lugar de temer a las nuevas tecnologías, los responsables de la formulación de políticas públicas deberán procurar la generación de incentivos a la innovación, ya que se espera que las industrias creativas sean las que generen más empleos. Las políticas proactivas serán esenciales para orientar a los trabajadores a adaptarse mejor a las nuevas demandas de una economía crecientemente automatizada y para asegurar que los beneficios que emerjan de ella se compartan ampliamente. Esto requerirá que los gobiernos encuentren formas de reestructurar el mercado laboral, los esquemas de seguridad social y los sistemas tributarios. Parte del reto será usar las nuevas tecnologías para transformar la política a una más representativa, incluyente, con respuestas más eficientes a las demandas ciudadanas. Sin duda se trata de una tarea titánica, la cual es necesaria abordar de manera oportuna y con miras a extraer lo mejor que la automatización tiene para ofrecer.
Diputada federal