El régimen multilateral de la post-guerra, que puso al centro a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) fue, y sigue siendo hasta hoy, una solución de compromiso a un viejo problema: el buscar la coexistencia pacífica de los países en un mundo en el que el poder está distribuido de forma desigual. A pesar de que somos parte de una sola humanidad que encuentra su hogar en un solo planeta, el mundo está organizado en múltiples estados-naciones. Bajo esta organización, idealmente los pueblos eligen a sus gobiernos y estos, a su vez, son responsables ante ellos. Asumiendo lo anterior, la Carta de la ONU, mediante los principios de soberanía nacional, la autodeterminación de los pueblos y la no intervención, deja en claro que el multilateralismo no viene a dictaminar la manera en la que las naciones deben actuar y relacionarse entre ellas, sino que asume a la soberanía como una condición necesaria para que esto sea posible. En esencia, se trata de una alternativa mediante la cual los países pueden convivir de manera solidaria, en un mundo innegablemente interdependiente.
Sin embargo, a pesar de que el multilateralismo emergió como una forma para facilitar el diálogo entre los países y generar un suelo común para la solución de problemas, actualmente se le cuestiona y se le mira con escepticismo. La reciente reemergencia de los nacionalismos ha venido a dejar esto muy en claro. Se teme que la soberanía se arrebate de los gobiernos nacionales y que el verdadero poder de elección se esfume de los ciudadanos y se albergue en las manos de los tomadores de decisión de las instancias supranacionales, instancias que los ciudadanos sienten tan lejanas. No obstante, hoy más que nunca, nos enfrentamos a problemas comunes, dificultades que nos atañen y nos aquejan a todos por igual. Y para atender problemas comunes, son precisas decisiones coordinadas.
Hoy el mundo nos pide a gritos tomar decisiones drásticas para revertir el cambio climático. Hoy los más vulnerables urgen consensos para poder migrar de un lugar a otro sin que su dignidad se atropelle en el proceso. Hoy las economías más desfavorecidas instan fervientemente por condiciones justas que les permitan competir y comerciar con las potencias económicas. Hoy las mujeres del mundo piden que se les respete su vida y que se les garantice la igualdad de derechos. Hoy los niños piden vivir sanos, hoy los pobres piden oportunidades, hoy la gente pide vivir dignamente.
Si hace hace 73 años que se creó la ONU exisitía la necesidad de trabajar conjuntamente, hoy es aún más necesario. Para luchar por una humanidad más digna y una convivencia más justa, sólo hay una salida: más y mejores reglas, más y mejores acuerdos, más consistencia y justicia en la aplicación de los mismos y sobre todo, más compromiso para atender las causas comunes. A su vez, las instancias supranacionales tienen la titánica tarea de acercarse más a los ciudadanos, de volverse más accesibles y cercanos; tienen que seguir demostrando que son indispensables para la humanidad.
Hoy, en el marco de la Audiencia Parlamentaria Anual de la Naciones Unidas, encabezo una reunión defendiendo la bandera del multilateralismo al lado del Secretario General de la ONU y la Presidenta de la Asamblea General, consciente de que hay muchos retos que enfrentar y mucho camino por recorrer. El multilateralismo llegó para quedarse, hoy nos corresponde adaptarlo para que siga trabajando en favor de todos y todas.
Diputada federal