Según el Índice de Percepción Democrática de 2018, un estudio de renombre basado en entrevistas representativas a nivel nacional con más de 125 mil encuestados en 50 países en todo el mundo (representativo de más del 75% de la población mundial), encontró que la confianza en los gobiernos parece ser menor entre las personas viviendo bajo regímenes democráticos que las que pertenecen a Estados generalmente considerados como no democráticos. Resulta alarmante que, en general, los ciudadanos bajo regímenes democráticos sienten que sus gobiernos no están atendiendo sus intereses y que sus voces importan poco en política. Según el estudio, estas percepciones están presentes tanto en regímenes democráticos como en los no democráticos, sin embargo, son considerablemente más frecuentes entre los primeros.

La tendencia a la alza del desencanto hacia la democracia puede verse reflejada también en la creciente desaprobación de nuestros modelos de gobernanza democrática a nivel regional y global. Además de que las instituciones supranacionales se perciben lejanas a la ciudadanía, los grandes presupuestos que requieren para funcionar y su oscura rendición de cuentas los hacen parecer más como una carga que como instituciones útiles que valga la pena mantener. Por lo tanto, mientras esta percepción no se modifique, estas instituciones se convierten más fácilmente en presa de los discursos nacionalistas que anhelan su desaparición. Los modelos de gobernanza democráticos en todos sus niveles parecen estar fallando en cumplir con el objetivo para el cual fueron creados originalmente: ser receptivos y actuar en consecuencia de los intereses y promesas de los ciudadanos.

En este escenario, la necesidad de que los gobiernos democráticos globales, nacionales y locales hagan una exhaustiva autoevaluación debe ser una prioridad. Se deben buscar nuevos modelos de gobernanza democrática no sólo para acercar a los individuos con sus gobiernos, sino también para adaptar a los Estados a los rápidos avances tecnológicos, los cambios en los patrones de consumo, las formas cambiantes de comunicación, las fluctuaciones económicas y muchas otras variables y novedades que constantemente transforman nuestra vida cotidiana. La política debe cambiar de la mano con los nuevos problemas, expectativas y necesidades de la ciudadanía.

Las circunstancias nos empujan a reconsiderar otras formas de democracia más allá de las tradicionales. En el mundo académico se sugiere encontrar nuevas formas de avanzar hacia “modelos híbridos” que incluyan esquemas de gobierno representativos, dialógicos y democráticos directos. Por ejemplo, según un estudio hecho por André Bächtiger y Claudia Landwehr, se encontró que las personas tienden a confiar más en las decisiones que toma su gobierno si en el proceso de negociación intervienen las opiniones de otros ciudadanos escogidos aleatoriamente. En general, los resultados indican que los individuos responden mejor cuando los modelos de toma de decisión se acercan más a estilos de democracia directa y pluralista, en los que la comunicación con los representantes es más cercana a los “ciudadanos de a pie”.

Para evitar el resquebrajamiento del modelo de gobernanza democrático en todos sus niveles es indispensable la reflexión y la acción. Cada democracia está compuesta por intereses diferentes, por lo que los nuevos modelos de gobernanza deberán evitar seguir un patrón único y en cambio buscar un esquema que resuelva problemas y necesidades específicas. A la par, debe de promoverse la coordinación entre Estados para hacer más transparentes y representativas las instituciones internacionales de las que son parte. La desconfianza hacia la democracia es alta, no hay tiempo que perder para tomar las medidas necesarias para recuperar la fe en ella.

Diputada federal

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