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La semana pasada tuve la ocasión de visitar Bogotá, Colombia, invitado a participar en un conversatorio auspiciado por la Embajada de México en ese país y el Instituto Caro y Cuervo. Provocadora y prudentemente conducido por mi querido Javier Solórzano, con el sugerente título Fake News, Democracia y Posverdad, la charla nos llevó a tantas cosas que nos acercan, nos asemejan, a colombianos y mexicanos:
Un creciente escepticismo frente a partidos e instituciones tradicionales; una gran desconfianza en los medios de comunicación “formales” (por llamarles de alguna manera) y una aun mayor en las redes sociales; una sensación de desamparo frente al diluvio de mentiras completas y verdades a medias; y muchas ideas acerca de cómo alejarnos, en estos tiempos de campañas electorales, de las múltiples trampas del discurso y la propaganda políticas.
Lo que enfrentamos Colombia y México no es exclusivo, sino muy sintomático de una modernidad en la que las fuentes de información y las vías para transmitirla se multiplican cuánticamente mientras que nuestra capacidad para seleccionar, interpretar y digerir se mantiene más o menos estática. No hemos encontrado aun el tamiz con el cual filtrar el verdadero diluvio de noticias, opiniones, promociones, propaganda y antipropaganda que nos topamos todos los días y a todas horas.
Algunas conclusiones para mÍ preliminares:
1. Las redes sociales rompieron con algunos de los viejos oligopolios de la información, pero no por ello la mejoraron. Por el contrario, un poco como cuando se desregula imprudentemente un sector de la economía, nos topamos hoy con que a los viejos barones de los medios se ha sumado no solo ciudadanos y ONGs preocupados por su barrio/ciudad/país/sociedad, sino también un muy nutrido grupo de bandoleros armados con herramientas tecnológicas fuera del alcance del usuario común y corriente de redes. A eso se suma la vulnerabilidad de cualquier usuario de redes ante el hostigamiento, el acoso y el bullying cibernético.
2. Las “noticias falsas” NO son creación de las redes sociales. Ni Twitter ni Facebook inventaron los “Fake News”, solo nos los pusieron al alcance de la mano, o enfrente de la nariz, para ser más correctos.
3. Es un falso dilema el del periodista/activista o el del opinador con causa. Se vale ser simpatizante, militante, partidario u opositor, pero en el caso del reportero eso nunca debe influir en su cobertura, y en el del opinador necesariamente debe ser transparente y no presentarse como imparcial u objetivo cuando está en campaña.
4. Hay que cuidar el lenguaje, las palabras. No extrapolar, no sobredimensionar, no usar adjetivos históricamente erróneos. Hablar de “Guerra Sucia”, de holocaustos, de atentados a la libertad de expresión sin recordar de dónde nos vienen esas expresiones no solo es una exageración grotesca, es también una ofensa a las auténticas víctimas de dichas prácticas o conductas.
5. Todos se quejan de los excesos de la libertad de expresión, de los defectos de la democracia. Dejen de quejarse, recuerden que las alternativas son mucho peores. Y en caso de duda yo les digo que siempre, siempre, serán preferibles los excesos de la libertad a los límites del autoritarismo.
En alguna época se puso de moda en México el término “colombianización”, cuyo peyorativo significado nos llevaba a pensar en guerrillas, narco, terrorismo y en todas sus posibles combinaciones. No sorprende que más recientemente se popularizara allá el termino “mexicanización”, igualmente negativo y prejuicioso que el primero.
Pero yo les diría que sí aplican ambos términos, solo que su significado está mal. Con todos nuestros enormes rezagos y desafíos, Colombia y México se parecen en su vocación democrática, en sus sociedades participativas, en su valoración del debate, de las palabras, como primerísimas armas de la sociedad y la política.
Analista político y comunicador.
Twitter: @gabrielguerrac
Facebook: Gabriel Guerra Castellanos