Vivo en un país, queridos lectores, en el que abundan muchas cosas. Gente esforzada y talentosa, recursos naturales, biodiversidad, infraestructura, empresa. También, en demasía, corrupción, indiferencia social, impunidad, burocracia. Pero hoy no voy a escribir de todo eso, sino de lo que sí hay muchísimo: adivinos.
Un adivino es, según el diccionario de la Real Academia, una persona que predice el futuro. Si le rascamos un poco y nos vamos al significado de “adivinar” encontraremos entre otros significados los siguientes: “…descubrir lo oculto, por medio de agüeros o sortilegios. Descubrir por conjeturas algo oculto o ignorado. Acertar lo que quiere decir un enigma. Acertar algo por azar…”. No es la palabra precisamente un elogio, pues. Se refiere más a quien es o se cree brujo o clarividente, a quien es más afortunado en el azar que en el pensar.
Han pasado poco más de 5 semanas de una de las votaciones más impactantes de la historia moderna de México, que puso de cabeza al llamado establishment por el muy amplio margen de victoria de un candidato que si bien era el favorito probablemente no esperaba tal avalancha de votos en las elecciones para el Poder Legislativo, gubernaturas, Congresos locales y municipios.
El triunfo avasallador de Morena por un lado y los desastrosos resultados para muchos competidores por otro nos colocan frente a un tablero de damas chinas en el que las reglas son tal vez las mismas, pero los jugadores y las piezas son muy diferentes.
El PRI, con todo y la leyenda de su estructura territorial y su “voto duro” apenas y fue una sombra de 2015 o 2012. Su aliado el Panal, que le dio con sus votos la Presidencia a Felipe Calderón, perderá su registro al igual que el religioso PES, al que ni plegarias ni abogados electorales pudieron salvar. El otrora moribundo PT será cuarta fuerza en el Congreso, mientras que PRD y PVEM lamen sus heridas y se preparan para la vida en los márgenes. El PAN, tras su fallido intento de alianzas, tendrá que sobrevivir la lucha interna que le viene para decidir el rumbo. Y de MC queda apenas una exigua representación y un jingle tristemente memorable.
Pero ni siquiera para el ganador es todo miel sobre hojuelas. Su margen de triunfo enardece a algunos de los radicales y da representación a candidatos que tal vez eran más de compromiso o, como se dice coloquialmente, de relleno. Más que promover acuerdos y negociación, una mayoría como la obtenida por Andrés Manuel López Obrador y su movimiento resta margen de maniobra a quienes saben que la receta de su futuro éxito no se encuentra en los extremos, sino en la mesurada y aburrida moderación del centro. Un reto adicional será acomodar a muchos compañeros de viaje que súbitamente se sienten no solo empoderados, sino con derecho para exigir posiciones y representatividad. La victoria es dulce, sin duda, pero puede rápidamente volverse empalagosa y hasta indigesta.
En resumen, apreciados lectores, un panorama confuso e incierto si se intenta un mínimo ejercicio analítico. Y aquí es donde vienen al caso los adivinos de los que hablaba yo al principio de este texto.
Abran ustedes la sección de opinión de cualquier medio, prendan su radio o TV, y se toparán con ellos, vaticinando desde ahora el futuro, tomando los primeros escarceos poselectorales como hechos consumados, buscando a toda costa aquello que confirme sus prejuicios a favor o en contra del gobierno que todavía no llega y de sus presuntos integrantes.
Está muy bien escudriñar, revisar, rascarle a la historia y los antecedentes de quienes se prevé que lleguen al gobierno, pero de ahí a poder predecir lo que viene hay un largo trecho. Es esta una transición inusitada, lo mismo por lo terso que por la falta de contrapesos y resistencias, que por la evidente premura del próximo gobierno.
Como siempre, la sabiduría popular es el mejor remedio: “Despacio —reza el refrán— que voy de prisa”. Ya veremos lo que nos depara el destino.
Analista político y comunicador