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No hay plazo que no se cumpla, mis queridos lectores, y este domingo que acaba de pasar concluyó la etapa de “precampañas” del proceso electoral de 2018. Le sigue ahora el interesantemente llamado periodo de “inter-campañas” al cual le seguirá, adivinó usted, la campaña electoral en forma.
En teoría, las precampañas deberían ser eso que su nombre indica: una fase en que distintos aspirantes en cada partido se promueven para tratar de alcanzar, ya sea mediante votación, encuesta o asambleas, la nominación deseada. En Estados Unidos este capítulo, conocido como de “Primarias”, es tan emocionante e ilustrativo, o más, que la campaña electoral misma, ya que refleja la diversidad de cada organismo político y la influencia que geografía, nivel de educación y socioeconómico tienen dentro de la ecuación.
En México, se habrán ustedes dado cuenta, es un poco diferente. Cada una de las tres coaliciones o alianzas electorales tuvo a un precandidato único, que desfiló solo por una muy peculiar pasarela. Si bien ni el PRI y sus respectivos aliados ni Morena con los suyos tuvieron ejercicios democráticos y participativos para seleccionar a sus candidatos a la presidencia, el premio Kim Jong Un a la mejor simulación se lo llevó el PAN, que se fue al extremo de tener una “votación” en la que sus militantes pudieron “elegir” a su abanderado en una boleta en la que aparecía sólo un nombre y una foto.
Otro cantar, literalmente, fue el de los innumerables spots que nos debimos chutar lo mismo en radio que en TV, con la insultante anotación final de que se trataba de un “mensaje dirigido a los militantes (o simpatizantes, o adherentes, o como fuera) de X o Y partido político. Ajá, como si los demás pudiéramos taparnos los ojos o los oídos a priori, y vaya que ganas no nos faltaban.
Como esas, mil aberraciones que demuestran la inutilidad de un código electoral que no toma en cuenta las realidades prácticas y las muy distintas maneras en que se puede desarrollar un proceso interno. Nada de malo en que haya candidatos únicos, pero ahorrémonos por favor la simulación y la trampa inducida, casi obligada, diría yo, por reglamentos que son obsoletos desde antes de nacer y que ni siquiera contemplan normatividad en redes sociales. Y si usted se cree la mala broma del convenio entre el INE y Facebook para evitar las fake news, sólo pida verlo. Le dirán que es confidencial, como si la autoridad electoral pudiera firmar acuerdos secretos para tratar de incidir en, o regular, a una plataforma tecnológica de comunicación masiva (que eso son las redes sociales).
De las precampañas en sí basta decir que lo más memorable fue un spot musical con una tonadita tan pegajosa que debería estar prohibida por la sociedad protectora de la salud mental. Los demás más bien sosos con la excepción de uno que parece diseñado para sacarle la vuelta a las restricciones para hacer propaganda en las inter-campañas y que es, debo reconocerlo, el que más me gustó. Ya saben ustedes a cual me refiero, al de ya saben quien.
Otra revelación es que vivimos en un país muchos más conservador y mojigato de lo que a veces creemos quienes vivimos en las grandes aglomeraciones urbanas. Cuando el candidato de la presunta izquierda se alía formalmente con un partido de corte religioso y regresivo, como el PES, o el candidato a gobernar la Ciudad de México por el PRI se pronuncia en contra de libertades civiles y dice que deben someterse a consulta, es que vivimos en el México del siglo XIX. O al menos ellos lo hacen.
En teoría, mis apreciados compañeros de sufrimiento preelectoral, viene ahora un periodo en el que no veremos spots de candidatos, pero sí de los partidos, y en que los aspirantes no pueden tener actos de masas ni pedir el voto, pero sí reunirse con ciudadanos para platicar de la Champions o de la más reciente aventura del superhéroe del momento.
Así que ni crean que tendremos reposo, que esta película apenas comienza. Y yo ya me quiero salir del cine.
Analista político y comunicador.
@ gabriel guerrac