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Hace poquito más de tres años, el 16 de junio de 2015, la relación entre México y EU comenzó a dar un giro. Ese día, desde las doradas escalinatas de su doradas oficinas en su dorada torre en Nueva York, Donald J. Trump anunció su candidatura a la presidencia en un discurso en el que —contra toda norma elemental de la decencia y la diplomacia— arremetió contra México y los mexicanos con una furia que fue apenas el preludio de lo que serían su discurso y su conducta hacia nuestro país.
Tan solo por eso es tan trascendente el anuncio este lunes pasado de que los gobiernos de ambos países llegaron a un entendimiento en la renegociación del TLCAN. Estamos aun en proceso de revisar y comprender los múltiples puntos de este nuevo acuerdo que por una parte busca actualizar y poner al día a uno que entró en vigor hace ya más de 24 años, y al mismo tiempo contempla una serie de medidas que reforzarán su carácter regional, en perjuicio de otras economías que lo usaban como un útil “puente” de entrada a uno de los mercados más grandes del mundo.
Habrá tiempo y espacio para desmenuzar los cambios, para entender todo lo que implican, pero por lo pronto yo llego a algunas conclusiones que aquí les comparto, queridos lectores:
1— Se ha logrado impedir lo que parecía el colapso inevitable de la relación bilateral más importante de México con el exterior. Con EU no solo nos unen lazos (cadenas y grilletes, dirían algunos) geográficos, humanos y comerciales, sino que nuestro país está anclado en la esfera de influencia directa de la única superpotencia que hoy en día perdura. No tenemos de otra.
2— La civilidad, institucionalidad y sentido de Estado (así, con mayúsculas) demostrado por el equipo negociador mexicano y por los principales representantes del gobierno saliente y entrante es motivo de satisfacción y orgullo. No solo se resistió la tentación de levantarse de la mesa o responder a las muchas ofensas y agravios recibidos, sino que con cabeza fría y firmeza se pudo llevar a buen puerto la renegociación. El incluir desde un principio a representantes del sector privado fue acertado, pues ahorró pasos en el proceso.
3— La economía mexicana demostró ser resistente: capaz de soportar con mínimas afectaciones uno de los periodos más inciertos en tiempos recientes. Ni las dificultades con Trump, ni las presiones comerciales, ni la incertidumbre en torno a la renegociación y al simultáneo proceso electoral pudieron descarrilarla.
4— Ganaron la prudencia y la mesura. Frente a quienes exigían gestos cuasi heroicos de parte del presidente de México y del triunfador en las elecciones presidenciales ante las presiones externas, se demostró que firmeza y buenas maneras no están reñidas. El tercer integrante del TLCAN, Canadá, optó por la ruta de la confrontación y la retórica más fuertes: hoy está en duda su continuidad como parte del nuevo acuerdo.
5— No hay traición a Canadá. El equipo negociador mexicano buscó desde un principio preservar el TLCAN trilateral y el entendimiento bilateral con EU no implica abandonarlo. Pero, para quienes sienten que México debió sacrificarse en aras de nuestros “hermanos canadienses”, va una pequeña ayuda de memoria: cuando en enero del 2017 la Casa Blanca dio a entender que buscaría privilegiar acuerdos bilaterales (en los momentos más tensos de la relación con México) funcionarios del gobierno canadiense declararon (de acuerdo con Reuters): “Amamos a nuestros amigos mexicanos. Pero primero es el interés nacional y segundo viene la amistad… México está en una posición terrible y nosotros no… No queremos ser daño colateral…” A confesión de parte, relevo de pruebas, dice el refrán.
En resumen, caros lectores, un razonablemente buen resultado que luce aun mejor dados los antecedentes y los pronósticos.
No siempre tenemos buenas noticias ni motivos para reconocer a quienes las hicieron posibles. No hay que regatearlo.
Analista político y comunicador