Una de las grandes asignaturas pendientes del Estado mexicano sigue siendo la impartición de justicia y la creación de un verdadero sistema de leyes y de instituciones encargadas de procurarlas.

Se ha debatido hasta el cansancio el fenómeno del crimen organizado y de la salvaje ola de violencia que azota al país hace ya casi tres lustros. Mucha de la discusión se centra en una crítica feroz a la decisión del entonces presidente Felipe Calderón de lanzar una ofensiva mayúscula, militar, contra las distintas agrupaciones criminales que habían sentado sus reales a lo largo y ancho del país.

La mal llamada “guerra” de Calderón partió de un diagnóstico correcto, pero se basó en una estrategia incompleta e imposible de ejecutar eficazmente. El diagnóstico, a simple vista, es que los cárteles del narcotráfico habían penetrado de tal manera el tejido social e institucional en muchas regiones y a nivel nacional que era indispensable marcarles un alto. No bastaba con las tácticas policiacas de antaño: su capacidad económica, sus arsenales y en muchos casos su control territorial obligaban al gobierno federal a enfrentarlas con toda su fuerza. Y ante la evidente incapacidad y frecuente complicidad de los cuerpos policiacos era necesario recurrir a las Fuerzas Armadas mientras se entrenaba y equipaba a nuevas corporaciones de policía. Y se dotaba a ministerios públicos y al Poder Judicial de capacitación y herramientas adecuadas. Y se persuadía a gobiernos estatales y municipales a sumarse al esfuerzo. Y se les daba el blindaje legal e institucional necesarios para hacerlo. Y se les protegía de las acciones violentas, de intimidación o represalia, de parte de los narcos. Y, y, y… Una larga lista de todo lo que se tendría que hacer (y que sigue sin hacerse por completo) para tener éxito: un trabajo de varias generaciones para recomponer sistemas de seguridad pública, de inteligencia y procuración de justicia, del sistema tributario, que facilitaba el lavado de dinero en gran escala.

Calderón podía patear el balón hacia adelante, como lo había hecho Vicente Fox, o enfrentar el problema. Hizo lo que debía hacer pero sin el tiempo ni las herramientas y recursos necesarios para obtener resultados. Y a su sucesor en Los Pinos no le quedó mucha opción, porque un repliegue del Estado mexicano hubiera sido suicida. Pero continuar con una receta incompleta sólo garantizaba más de lo mismo: a falta de gobiernos estatales y municipales comprometidos, corporaciones policiacas modernizadas, sistemas de inteligencia eficaces y de un sistema judicial al día, la tarea seguiría —y sigue— recayendo en el Ejército y la Marina.

El que el narcotráfico sea hoy el mayor reto visible no quiere decir que sea el peor ni el más peligroso enemigo de la seguridad y la ley en nuestro país. A lo largo de décadas, siglos tal vez, sucesivos gobiernos, dirigentes políticos y sociales, académicos, activistas y medios de comunicación hemos fracasado en un empeño tan básico como fundamental: la conciencia colectiva, la educación cívica, la responsabilidad individual que son indispensables para construir un sistema de leyes, una nación en la que la impunidad sea una excepción, una aberración, y no la norma como lo es hoy en día.

Lo fácil para cualquiera es aventar culpas: a tal o cual gobierno, a equis o ye presidente o partido. Lo cierto es que a lo largo de la historia, desde la conquista o la colonia, aquí las leyes son siempre de quien puede pagarlas. Es por eso que nadie las obedece a menos que no les quede de otra. Es por ello que resulta más rentable criticar el combate a la delincuencia y no decir pío ante los abusos y abominaciones del narco, hablar de “la guerra de Calderón” o “la guerra de Peña” y no de la guerra de todos contra el azote de los cárteles. Y es por ello que sexenio tras sexenio caen peces gordos y la pecera sigue creciendo, se sigue llenando.

La justicia sufre de acoso, de bullying, en México, es cierto. Todos somos responsables, todos la hemos dejado indefensa, desamparada y ella ha hecho lo que cualquiera haría en su lugar: abandonarnos a nosotros.

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