Más Información
VIDEO: Acuerdo del T-MEC está en riesgo por “dictadura comunista”: Alito Moreno; Morena ejerce “terrorismo de Estado”
Senado celebra continuidad de elección judicial; ninguna autoridad, poder u órgano puede suspenderla: TEPJF
Sheinbaum y Petro refuerzan lazos bilaterales en el G20; estrechan cooperación, comercio y lazos culturales
Tribunal Electoral da luz verde al INE para seguir con elección judicial; suspensiones de jueces no frenan proceso, determina
Venezuela atraviesa por momentos terribles. Tratar de negarlo sería querer tapar el sol con un dedo: inflación de un millón por ciento al año, desabasto de alimentos y bienes de consumo diario, caída dramática del PIB, dependencia casi exclusiva de los hoy tan inestables precios del petróleo, manejo inepto y cleptocrático de la economía y las finanzas públicas han colocado a esa nación al borde de la bancarrota.
Igualmente grave, si no es que más, es la quiebra política y moral del cuestionado gobierno de Nicolás Maduro y el punto de extrema tensión, prácticamente de ruptura, al que ha llevado a la sociedad venezolana. Un país empobrecido, confrontado, dividido, al borde del abismo, ese es el saldo que presenta el malhadado heredero de Hugo Chávez en sus apenas seis años en el poder, que buscaba perpetuar mediante una elección fraudulenta y amañada que se llevó a cabo el año pasado.
Por todas partes se levantan las voces que exigen la renuncia de Maduro: el Grupo de Lima, compuesto por 14 países de la región. La Casa Blanca de Donald Trump, que ha puesto particular empeño no solo en la salida de Maduro sino en el arribo de su hoy más visible opositor, Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional (o Congreso), misma que Maduro ordenó desconocer cuando la oposición obtuvo ahí una mayoría legislativa.
Algunos países, cada vez menos, sostienen la necesidad de encontrar una salida pactada, negociada, que permita que se den elecciones libres y justas, la salida de Maduro y la llegada de una figura más conciliadora que ayude a sanar las muchas heridas infligidas a la vida democrática venezolana por lo que hoy ya solo puede calificarse como una tiranía, una dictadura represora.
Entre esas naciones se encuentra México, y el debate interno en nuestro país acerca de esa postura ha alcanzado un altísimo volumen. Muchos políticos de oposición, intelectuales y académicos renombrados o no tanto, opinadores y personajes que ya pasaron por cargos de responsabilidad pública se han hecho eco de los llamados a que el gobierno mexicano cambie su posición, denuncie públicamente a Maduro y se sume al apoyo internacional a Guaidó.
A mí me parece, y sé que estoy en franca minoría, que el gobierno mexicano ha hecho bien en atenerse a la tan recordada y tan mal comprendida Doctrina Estrada, que establece entre otras cosas que a México no le corresponde reconocer o desconocer a los gobiernos de otros países. Para efectos prácticos, dicha línea diplomática le ha permitido a nuestro país ser un factor de balance e interlocución muy importante en la región y en el resto del mundo y le sumó enorme prestigio a México. Mismo prestigio que se fue perdiendo en los años de la presidencia de Vicente Fox, cuyos cancilleres lograron confrontar a México con naciones con las que tenía relaciones estratégicas, todo a cambio de nada más que el descrédito internacional. Curioso que los arquitectos (o maestros de obras) de esa desafortunada etapa sean hoy los que más levantan la voz para buscar un giro en la postura mexicana.
Venezuela está hoy al borde del abismo, colocada ahí por la ineptitud y los afanes dictatoriales de Maduro y sus cómplices, pero también —aunque en menor parte— por una oposición que no se supo unir a tiempo para descarrilarlo por la vía electoral, cuando eso todavía era posible, y que hoy no se da cuenta de que lo que Venezuela requiere no es solo la salida de Maduro, sino la instauración de una democracia plena, incluyente, que reconozca a los nuevos actores políticos y sociales que han surgido en los últimos 20 años.
Lo fácil, desde fuera, es sumarse al coro que exige la salida del tirano y la instauración de un presidente que cargaría con el pecado originario de ser el elegido de la Casa Blanca de Trump y de los halcones a los que ha puesto al mando de su nueva estrategia en América Latina: John Bolton y Elliot Abrams. Esos son los emisarios de un pasado que nadie debiera desearle de nuevo a la región, una visión maniquea, basada en la Guerra Fría, que no entiende de complejidades ni de matices.
Democracia para Venezuela, ya. Fin a la tiranía de Maduro, también. Pero privilegiando ante todo la negociación, la cordura, el fin de la confrontación. Un nuevo gobierno solo puede sacar a Venezuela de las profundidades si tiene como sustento la reconciliación y no el ajuste de cuentas.
Analista político y comunicador.
@ gabrielguerrac