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Como si se tratara de detener a un ejército invasor, el gobierno mexicano ha destacamentado a una de las más grandes comitivas oficiales de las que yo tenga memoria para intentar evitar algo que, en tiempos de paz, es una de las mayores agresiones imaginables: la imposición a rajatabla (y probablemente contraria a derecho) de aranceles a todos los productos que México exporta a los Estados Unidos de América.
La hostilidad de Donald Trump para con México y los mexicanos ya no nos puede sorprender, pero todavía alcanza a escandalizar. Su retórica y sus actos parecen dedicados a entorpecer cualquier avance en la relación bilateral, a torpedear los esfuerzos mexicanos por descontaminarla. Trátese de migración, de comercio, de seguridad, el presidente estadounidense privilegia la rudeza sobre el diálogo, la confrontación sobre la conciliación, la suma cero sobre la construcción de acuerdos mutuamente beneficiosos.
Trump es producto de una época que ha generado un auge de los líderes populistas y demagogos, pero al ser presidente de la nación más poderosa de la Tierra, sus acciones tienen un impacto mucho más disruptivo y chocante. Conflictos regionales, como el de Medio Oriente, son llevados al límite. Otros con implicaciones globales, como el de las Coreas, al borde del precipicio. La salud económica y comercial del mundo puesta en jaque por su guerra comercial con China y también, en menor pero no insignificante escala, por su amenaza de dinamitar a la zona de libre comercio norteamericana.
A México le ha tocado la fortuna y el infortunio históricos de tener una larga frontera con EU. No fue sino hasta finales de la década de los 80 que nuestro país comenzó a enfocarse más en las oportunidades y beneficios y menos en las amenazas y los riesgos de tener como vecino a una superpotencia expansiva. Poco nos duró el gusto.
La conducta errática, pero invariablemente agresiva de Trump nos ha hecho recordar, de dolorosa manera, que no se puede dormir junto al elefante, como lo describía Pierre Trudeau. Este elefante no solo ronca, sino que da patadas y trompadas (perdón, pero así salió la frase) y hace imposible conciliar el sueño.
Es lo que nos tocó, y por mucho que nos (y se) lamentemos la única opción que nos queda es la de sobrellevar razonablemente bien y en paz el periodo en que le toque ser presidente de nuestro país vecino a este hombre que tan poco entiende de construir buenas y duraderas relaciones y asociaciones estratégicas. Si en el pasado México había apostado a eso, a pasar de ser buen vecino a ser socio estratégico, hoy solo queda buscar la manera de salir menos golpeados.
Las herramientas son al mismo tiempo muchas y muy pocas. Me explico: las represalias comerciales/arancelarias surten efecto solo cuando se está frente a un interlocutor racional que entiende el daño recíproco que ocasionan, no cuando se está tratando con alguien que de entrada no entiende y no aprueba el comercio libre. Cualquier medida política de orden más bien demagógica, como las que promueven algunos ingenuos o insensatos, solo llevaría a un creciente alejamiento entre ambos gobiernos y —lo más grave— de ambos pueblos. Si Trump atiza el sentimiento antimexicano mal haríamos en reciprocar: nos llevó mucho tiempo y esfuerzo construir una relación propositiva como para dejar que se descomponga como probablemente Trump quisiera.
En el tema que a Trump más preocupa ahora, el de la migración, habrá que encontrar un punto medio sensato que atienda también la necesidad del Estado mexicano de respetar sus principios y tradiciones humanistas sin desatender la seguridad y control de su frontera sur, a la vez que amortigua el impacto de la migración en las comunidades mexicanas que son puntos de paso o de destino
Más allá de eso, solo quedan los recursos de la razón, la mesura y la diplomacia. Aderezados, claro, de uno que otro muy bien planeado y dirigido golpe arancelario, pero recordando la urgencia de construir y reconstruir el muy delicado tejido de relaciones y alianzas que llegamos a tener con los más distintos sectores de la sociedad, la política y la economía estadounidense.
Diplomacia de largo plazo, dignidad, realismo. Suena fácil, pero no lo es cuando se trata con una contraparte que cree en todo lo contrario a lo que a nosotros conviene.
Analista político. @gabrielguerrac