Francisco Valdés Ugalde

Igualdad política, democracia y desarrollo

26/11/2017 |02:13
Redacción El Universal
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Es evidente que en los países de América Latina (y en la mayor parte del mundo) se requiere de reformas sociales que transformen las condiciones de pobreza, exclusión y desigualdad en que vive la mayor parte de la población. Son muy pocos los países que han generado condiciones perdurables de equidad y los que lo han conseguido ha sido gracias a una mezcla de igualitarismo y regulación del mercado. El igualitarismo tiene diversos orígenes tanto como la desigualdad. Y el origen principal siempre ha sido cultural: inclusión del “semejante”, exclusión de “diferente”. Para el caso de la conquista de América, en el libro del mismo nombre Tsvetan Todorov lo expuso con toda claridad, al referirse al choque entre españoles y habitantes originarios de Mesoamérica. De ahí que en nuestro origen, desde antes de la Conquista y por ambos lados, dos culturas altamente jerárquicas y excluyentes fundan la “Primera América” como la denominó David Brading. Intolerancia a la unión entre diferentes o, invirtiendo la frase, tolerancia máxima a la exclusión, la discriminación y el racismo. Sociedad de suma cero: unos pocos ganan y los más pierden.

Por el contrario, si miramos a los pueblos germánicos y escandinavos, sus tradiciones comunitarias les imponen raíces de intolerancia a los extremos hasta llevarlos, después de muchos sufrimientos, a aprender la lección de que para vivir en sociedad es preferible tener organización social de suma positiva en la que todos ganan. Y esa suma incluyó la democracia no sólo como sistema político, sino como cultura de vida. Hay pues, un componente cultural de concepción de la “otredad” que está asociado a la igualdad o la desigualdad como clave de lectura del espacio colectivo. Las sociedades más “desarrolladas” se distinguen por las actitudes opuestas ante los otros y los subordinados. Canadá y Estados Unidos difieren radicalmente en sus políticas hacia las etnias originales y los inmigrantes. Europa experimenta grandes migraciones del Este y del Sur por razones económicas, políticas y militares. Algunos no alcanzan a integrar esa diferencia a pesar de haber sido ellos mismos melting pots de viejas culturas en el pasado reciente y remoto. Las democracias más antiguas comprendieron la necesidad de la presencia de un Estado social capaz de proveer remedios a las externalidades de los mercados. De ahí los altos impuestos y servicios públicos de primera que cambiaron cualitativamente la naturaleza del crecimiento económico disminuyendo la desigualdad.

En nuestro tiempo mexicano la democracia ha ido aparejada a una esquizofrenia dramática: una política económica que escamotea la solidaridad dentro de los mercados y una política social que la relega a los márgenes de la culposa caridad. Hay en esta grieta social un dejo de ninguneo que Octavio paz vio en el alma de la cultura mexicana: “…si todos somos Ninguno, no existe ninguno de nosotros”. La democracia con buenas prácticas nos puede acercar a la solución del acertijo. En su núcleo duro contiene no sólo la libertad abstracta, sino la igualdad política real como forma de ejercerla en concreto; como una aspiración y una construcción efectiva y progresiva. Hace unos días una colega hacía notar el gran salto hacia la igualdad que dio México respecto a sus migrantes no bien hubo alternancia en la Presidencia. Se garantizaron sus derechos como ciudadanos aun residiendo en el extranjero y se establecieron políticas de protección y apoyo. Y ello fue resultado del cambio democrático. La igualdad política como trasfondo efectivo de la acción democrática sí puede contribuir a cambiar la suerte de millones. La condición es que esta acción se dirija a reconstruir el Estado sobre bases democráticas y de justicia que no hemos logrado aún.

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Las viejas teorías están desechas y las ideologías agónicas. El más aberrante nacionalismo conservador y excluyente en todos los sentidos se ensaña con la gente y se endereza contra los valores democráticos. Parece imparable, pero la igualdad política democrática puede ser su antídoto.

Director de Flacso en México.
@ pacovaldesu