Recientemente se han escrito “ríos de tinta” sobre el populismo. No es sorprendente. Buena parte del mundo vive bajo regímenes populistas o ganando terreno en la oposición. Vivimos en la “era del populismo”, como ocurrió en los años 30.

A la luz de estas experiencias ¿cuál es el ciclo político del líder populista? ¡Advierto que cualquier similitud con el régimen de Lopez Obrador es pura coincidencia! ¿Se puede definir el populismo? Difícil hacerlo en forma precisa, ofrece muchas variantes. Una de sus características es que no tiene ideología. ¡Como el elefante, aunque no se defina se le reconoce! Eichengreen lo define aceptablemente como “un movimiento político anti-elite, autoritario y con tendencias nativistas”.

Es interesante el “ciclo” que puede recorrer. Primero, deben darse condiciones necesarias para que surja. No hay populismo sin el “líder carismático”. Éste se aprovecha, sea de una crisis económica con alto desempleo, desigualdad percibida, pobreza sufrida, crisis moral por corrupción o inseguridad por violencia. Incapacidad de las élites atrincheradas en el “status quo” para percibir el volcán subterráneo y ajustarse o atacarlo a tiempo. El populista puede llegar al poder, sea por la revolución o por el voto democrático, que en este caso no es racional, sino que se mueve por el rencor, el odio, el resentimiento y la emotividad.

Segundo, lo primero que hace el líder es atacar el problema social de base por un doble motivo. Cree en la necesidad de hacerlo por razones de justicia. Pero también para ampliar y afianzar su base política, de clientes. Con ello transforma el movimiento social en un partido político y una nueva estructura de poder. Como objetivo político tiene que disminuir la oposición y los contrapesos al cambio que necesita impulsar. Ello significa controlar las “manijas del poder”, los medios, los partidos políticos, el judicial, el legislativo, las gubernaturas. Debe cooptar al Ejército, a veces, a través de negocios.

Tercero, tiene características “corporativistas”. Hay que incorporar a los sindicatos y al menos parte del gran capital. Debe captar su confianza, los necesita para la inversión, sobre todo al inicio. Debe tranquilizar a los mercados. Puede resultar favorecido al origen por un avance económico. Perón y Lula lo tuvieron con el auge de las materias primas. Pero, cuando éste se revierte, tienen que ajustarse. Lula hizo tonterías con Petrobras y, desorden fiscal, las calificadoras lo reprobaron; hubo crisis financiera, se desplomó el PIB en 6% y se cayó su partido; igual le ocurrió a Perón. Nuestra vertiente muy inteligentemente es una rara especie de populismo con ortodoxia fiscal.

Cuarto, el líder populista tiene que dar resultados en términos de bienestar social amplio y sostenido, de crecimiento, de corrección de desigualdades. Tiene que generar recursos financieros para sustentar sus programas con una reforma fiscal que grave a los ricos. Una política inteligente con el exterior y la inversión internacional, en una economía globalizada. Tener un gabinete de colaboradores técnicamente competentes que apliquen sus objetivos, con pragmatismo, evitando tonterías. Si no lo hace, se va erosionando su legitimidad con el pueblo. Eventualmente tiene que recurrir más al autoritarismo. Si la economía se descarrila y hay crisis financieras, la “caja” se agota, el tipo de cambio se cae y hay salidas de capital. Puede recurrir a medidas para ganar tiempo, como controles de cambio y precios, nacionalizaciones. Pero se va cerrando el círculo. La última fase es ir con la charola a pedir apoyo al FMI. ¡Qué horror, se le impone un programa de ajuste neoliberal! Allí se puede acabar el ciclo populista, eso sí es “de facto”, una revocación de mandato. ¡Véase la historia para no repetirla!


Exembajador de México en Canadá.
@suarezdavila

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