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El escenario no era positivo desde hace tiempo. Un mismo estilo de gobierno desde 1999; polarización política y social; reservas de petróleo en declive, que por cierto son unas de las más grandes del mundo; bajos precios internacionales del petróleo que han afectado a una economía que depende totalmente de ese recurso; sanciones del gobierno estadounidense a personas cercanas a Hugo Chávez y a Nicolás Maduro por señalamientos con grupos criminales y terroristas; migración; animadversiones con sus vecinos latinoamericanos, etcétera.
Hoy, la crisis ha llegado a tal punto que la administración del presidente estadounidense Donald Trump y algunos de sus aliados latinoamericanos, consideran que la mejor ruta es que Maduro deba irse. Para ello, la estrategia es presionar a Venezuela por la vía diplomática y económica. Sin embargo, a mi juicio, esta acción corre el riesgo de crear un problema mayor. En primer lugar, aun sin Maduro, no hay claridad de que las diferencias entre las facciones en conflicto podrían superarse. No existe un solo frente anti-Maduro, existen varios, y eso debe tomarse en cuenta.
En segundo lugar, recordemos que las estructuras políticas, militares y sociales construidas por el chavismo tienen capacidad de movilización y operación que, en dado caso de amenaza, podrían conducir a una confrontación directa contra quien quedara al frente del gobierno, hacer una Venezuela más inestable a largo plazo. En tercer lugar, toda acción política (armada o no armada) que esté por venir en Venezuela tendrá un impacto proporcional en la expulsión de venezolanos hacia países vecinos. Esa presión demográfica emergente y súbita puede complicar la situación política y económica de esos países receptores.
En cuarto lugar, a Latinoamérica nunca le han sentado bien los cambios geopolíticos impuestos por los norteamericanos. Las dictaduras militares impuestas, la transferencia de armamento militar a Colombia con el Plan Colombia o el submarino nuclear de los brasileños han generado problemas en la región. Cualquier acción que implique un cambio en los balances de poder puede generar animadversiones muy serias entre los países.
Finalmente valdría la pena analizar, brevemente, la postura de México. Mucho se discute si el país tendría que tener una actitud más enérgica con lo que está sucediendo en Venezuela. Primero recordemos que la política exterior de cualquier país se basa en doctrinas, principios y la experiencia histórica propia de cada nación. La razón de existir de estas políticas es para definir la conducta en asuntos que trascienden las fronteras y para lograr su propia protección y viabilidad futura. Al buscar una política exterior más agresiva se corren riesgos que pueden poner en peligro los intereses nacionales, algo que el país no se puede dar el lujo, dada su vecindad con los norteamericanos.
En el caso particular de México, nuestra política exterior está basada en tres pilares: 1) en los siete principios de política exterior; 2) las normas del derecho internacional y los compromisos internacionales y 3) las prioridades del gobierno en turno. En este sentido, la búsqueda del dialogo que propone el gobierno mexicano, si bien no es lo que muchos esperan, es consistente con nuestra historia y lo antes mencionado. México tiene experiencia en lograr sentar a partes en conflicto, como en el caso de El Salvador en los 90. Si bien, este llamado al diálogo se observa difícil en las condiciones actuales, probablemente es la mejor alternativa para buscar una solución a un conflicto que parece no tener salida de momento.
Maestro en Inteligencia y Seguridad, consultor y catedrático en el Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad Iberoamericana
En la foto: El secretario de Estado
estadounidense, Mike Pompeo(MANUEL BALCE CENETA. AP)