Como en muchas otras áreas, la incapacidad del gobierno es tal que cuando miente deja pruebas. Le gusta y miente mucho, pero deja evidencias de sobra: en una sola semana, 80 expresiones “no verdaderas”, según documentó en estas páginas Luis Estrada. Al “Señor de las Mascotas” se le creía un artista del espejismo político, pero nos está decepcionando y, claro, hasta puede perder a los suyos. Por eso, le traigo al Presidente una solución, sin costo y sin compromiso.
Antes que nada, demos como válido el principio rector del régimen según el cual si el presidente no es corrupto nadie es corrupto en su gobierno y aceptemos su consecuencia lógica: si el presidente de la República miente, todos mienten en su administración. Entonces, ¿por qué lo hacen tan mal? ¿por qué obligan al Jefe del Ejecutivo a desmentirlos hasta dos veces seguidas? Si van a mentir, háganlo bien.
En estos tiempos de austeridad republicana y pobreza franciscana, la solución está al alcance de todos por una módica, muy módica cantidad. Sólo les costará $176 pesos en librerías. Sí, $176 pesos por una solución global para todo el gobierno federal, ideada y publicada hace más de 305 años, escrito por John Arbuthnot pero atribuido a Jonathan Swift, cuyo nombre sí aparece en la portada: “El arte de la mentira política”, unas 60 páginas en edición bilingüe.
Debidamente adaptada a la moral de la 4T, la solución que propone el autor escocés es sencilla: formar un comité al que debe dejarse en exclusiva el manejo de las mentiras. Sí, ya sé, me dirán que eso ya existe, que Palacio Nacional aplica el modelo de Washington para centralizar la información y definir, día a día, las líneas de comunicación que deben repetir los funcionarios, los medios dónde deben aparecer y a quién van a pagarle publicidad. Puede ser, pero la realidad es que lo están haciendo mal.
Vean, por ejemplo, el caso de los homicidios dolosos. Como se recuerda, varios analistas habían advertido sobre la diferencia entre las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública y las del presidente en esa materia.
Sin embargo, fue la notoriedad del periodista Jorge Ramos y la insistencia del Jefe del Ejecutivo en defender sus números, lo que hizo consciente a una gran parte de la opinión pública de la grosera manipulación de datos. Más todavía cuando, horas después, las estadísticas del SESNSP fueron dadas de baja o alteradas, indudablemente por orden superior, como revelaron en redes sociales la luchadora social Isabel Miranda de Wallace y el analista político Raymundo Riva Palacio.
Insisto: ya que el gobierno ha decidido utilizar la mentira como recurso de comunicación política, debería hacerlo bien. El comité de la mentira, que bien podría ser bautizado como el comité de la verdad para estar a tono con el discurso oficial, “deberá inventar cada día una mentira, en ocasiones dos, y al escoger sus mentiras deberá tener presente el tiempo que haga y la estación del año”.
Desde luego, esa mentira deberá ser probada primero ante un grupo “de gran credulidad, un tipo de personas que abunda en estas tierras y latitudes… a estas personas les competerá difundir lo que otros han acuñado, ya que ningún hombre suelta y expande la mentira con tanta gracia como quien la cree”. O sea, algo así como lo que hacen en redes, pero para radio, televisión y prensa. Es hora de evolucionar, ya están en el gobierno.
Ya basta de desmentidos sin consecuencias. Basta de subsecretarios, secretarios de Estado y directores generales que son desmentidos sin despidos ni sanciones. Se debe cumplir la regla: “Si se advierte que alguno de los miembros del comité se sonroja, pierde la compostura o falta a algún deber al pronunciar una mentira, deberá ser excluido y declarado incapaz”.
El gobierno tiene en el comité de la mentira una solución. El texto referido ofrece muchas otras sugerencias y se lo recomiendo ampliamente al presidente, lector asiduo, primer historiador del país y artífice de la 4T. Que no se diga que por mezquindad nos comportamos como aquel médico que “encontró el remedio poco después de que murió el enfermo”. También porque creemos, como Óscar Wilde, que “la sociedad ha de volver antes o después a su líder perdido, el mentiroso cultivado y fascinador”.