Para muchos, la crisis provocada por la escasez de gasolina en las estaciones de servicio puso en crisis la comunicación del gobierno federal. Difiero de esa interpretación, pues de acuerdo con las encuestas conocidas, la operación en marcha ha sido un éxito de propaganda y manipulación.

En primer lugar, tuvieron un acierto en construir al enemigo: el “huachicoleo”, porque nadie puede se puede oponer a combatir el saqueo. Tienen amplia experiencia en esa práctica, se especializaron en la oposición durante dieciocho años. La “mafia del poder” y el “PRIAN” son dos de sus más relevantes creaciones propagandísticas.

En segundo, exageran el poder del enemigo para hacer que la victoria ponga al Presidente López Obrador a la altura de un Hércules matando a la “Hidra del Huachicol” y al León de Nemea con una sola piedra. Es una medida meditada y necesaria para el objetivo de largo plazo: imponer en México una dictadura. Vean si no la declaración del senador Ricardo Monreal, equiparando el cierre de los ductos con “una segunda expropiación petrolera”. Ni Stalin hubiera estado más complacido con un dimensionamiento similar.

En tercero, sacaron de su narrativa una realidad que podría revertirles el efecto buscado. El 27 de diciembre el jefe del Ejecutivo señaló que 80 por ciento del saqueo era operado por una red de altos funcionarios que operaba dentro de Pemex y el gobierno, una red que robaba 15 mil barriles o casi 200 millones de pesos diarios.

Añadió que solamente el 20 por ciento del robo era por ordeña a los ductos y más aún, calificó la ordeña “como una especie de pantalla” para cubrir a los altos funcionarios. En otros términos, si habló con la verdad, pueden resolver el problema cuando quieran, en cuestión de horas.

De la misma forma que ocurrió en el caso de la cancelación del aeropuerto, en el combate al huachicoleo se trata de subrayar el poder de López Obrador y con ello iniciar un sólido culto a la personalidad. Una vez más se trata de probar, en sus palabras, “no soy florero de nadie y no estoy de adorno”. No importa lo que cueste: miles de millones de pesos que pagaremos todos, incluidos los más pobres en cuyo nombre actúan desde lo más alto del gobierno.

En cuarto lugar, sin detenidos, sin pruebas de los sabotajes, sin resultados y con desabasto de gasolina en diez estados, López Obrador logró mantener el fervor de una masa que ha renunciado voluntariamente a sus facultades críticas y el de un cierto sector de la élite de la opinión publicada, el cual abandonó la responsabilidad del equilibrio informativo y se puso a su lado en la balanza obradorista. Un saldo nada despreciable para el gobierno.

En quinto, acertaron en sus cálculos: después del cierre de Reforma en 2006, el costo político de cerrar los ductos sería mínimo, pues el presidente López Obrador traía en diciembre una aceptación del 75 por ciento.

Adicionalmente las críticas a Fox, Calderón y Peña Nieto hicieron que estos entraran en la polémica que desviaba la atención de otros temas políticos que verdaderamente le interesan al gobierno, como imponer un “Fiscal carnal” que le cuide las espaldas, lograr la implementación de una Guardia Nacional o mantener sin escrutinio la liberación de activistas de Morena bajo supuesto de que se trata de presos políticos.

Hay muchos otros elementos para sostener que el gobierno ha tenido un éxito de propaganda y manipulación. Como lo demostraron con la cancelación del aeropuerto de Texcoco, no les importa lo que el país pierda si a cambio construyen la imagen de un López Obrador todopoderoso y omnisapiente.

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