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Con el nuevo gobierno y su potente red de replicadores en las redes sociales, la palabra “conservador” se ha convertido en un insulto contra cualquiera que se atreva a criticar al presidente Andrés Manuel López Obrador, aunque muchos de esos críticos, como Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín, sean reconocidos y muy reputados intelectuales liberales, no sólo en México sino en el ámbito internacional.
A lo largo de toda su vida política, con la excepción quizá de su época en el PRI, donde compuso un himno al partido, el actual presidente de la República ha mantenido un discurso maniqueo, donde los que no están de acuerdo con él son claramente sus enemigos. En su manera de ver la historia, él representa a Juárez y todos los demás a Maximiliano, Miramón y Mejía y, como ellos, deberían acabar en el Cerro de las Campanas o, por lo menos, en el ostracismo político.
En los últimos tres días, el jefe del Ejecutivo ha enderezado sus críticas contra el Partido Acción Nacional y en contra de un grupo plural que propone construir contrapesos, acusándolos de conservadores, como si todos fueran parte de aquel Partido Conservador que trajo a Maximiliano. La acusación resulta paradójica pues si alguien busca restaurar privilegios religiosos es precisamente el gobierno en funciones.
Son muy conocidas las presiones oficiales que se ejercen en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación para devolver el registro al Partido Encuentro Social (PES), un aliado electoral y legislativo del presidente, un organismo abiertamente evangelista. No es, sin embargo, el único ejemplo. ¿Qué puede ser más conservador que poner a los militares al frente de la seguridad pública, la construcción de un aeropuerto, la parcelación, construcción y venta de departamentos de lujo?
Ese es un sólo ejemplo, pero Enrique Krauze, en un luminoso ensayo publicado en Letras Libres, ha hecho un retrato de lo que considero un conservador en estado puro: “López Obrador quiere mandar desde el principio, encabezar un régimen unipersonal y autoritario, centralizar el mando del país, no compartir el poder con nadie, ser el gran elector, poner y quitar gobernadores, nombrar magistrados del Poder Judicial, hacer del parlamento un departamento del Ejecutivo, confeccionar la lista de diputados y senadores, tejer una red de hombres fuertes e incondicionales en todas las regiones del país, someter a sus adversarios, amordazar a la prensa, manipular las leyes a su modo, instaurar el culto a su persona, practicar el nepotismo, dejarse ver como un dios en todas partes y dejar que los suyos insinúen la posibilidad de la reelección”.
En los hechos, los conservadores están hoy en el poder. El gobierno quiere conservar a los pobres en la pobreza. Por eso sustituye los programas sociales por programas electorales. Forma clientelas electorales, nada más. Para la presidenta de Morena, y así lo dijo con todas sus letras, los pobres son malagradecidos: “Cuando salen de pobres —dijo—, no se acuerdan de quién los sacó de la pobreza”.
Nada acentúa más la desigualdad social que la desigualdad en la educación. Si el hijo del obrero va a una escuela pública deficiente, quienes vayan a escuelas privadas de calidad tendrán más ventajas comparativas en la vida. A los conservadores no les importa la calidad de la educación pública. Por eso el gobierno ha entregado a la CNTE y al SNTE la educación primaria en los estados más pobres y más atrasados del país.
Vocero del PAN