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A pesar que durante muchos años la forma de acceder al poder pertenecía exclusivamente a los partidos políticos, las elecciones en México, al menos en las últimas fechas, las ganan las y los candidatos que logran posicionarse mejor con la población. Esto en razón de que los partidos políticos han ido perdiendo credibilidad ante la ciudadanía.
De acuerdo con Latinobarómetro, para finales de 2017 sólo 9% de los ciudadanos mexicanos manifestaron confiar en los partidos políticos. La baja confianza estaría relacionada con la crisis de representación de los intereses de la mayoría de la población, con el desempeño del gobierno, así como con el desencanto manifiesto de la política.
En el mismo sentido Consulta Mitofsky indicaba también a finales de 2017, entre la medición hecha a 17 instituciones, que los partidos políticos presentaban la confianza más baja otorgada por los ciudadanos, así en una escala del 1 al 10 obtuvieron un 4.4, por arriba de ellos, también con calificación reprobatoria se ubicaron los sindicatos (4.6), los diputados y la policía (empatados con una calificación de 4.8), la presidencia (4.9) y los senadores (5).
En razón de lo anterior, es muy entendible la utilización, sobre todo en el transcurso de las campañas electorales, de diversas técnicas tomadas de la mercadotecnia electoral para posicionar más a un candidato que al partido que representa, aunque debido a la norma electoral no pueden del todo desvincularlo de una fuerza política, al menos que compita bajo la figura denominada “candidatura independiente.”
Consecuentemente, algunas y algunos candidatos son “vendidos” al electorado como si fueran una marca y los ciudadanos nos convertimos en los consumidores de ese producto que en ocasiones parecería un “producto milagro”, pero llegado el tiempo de sufragar al paso de los meses se genera ese desencanto y la realidad se materializa con promesas no cumplidas o parcialmente cumplidas.
Los actores políticos, en tanto, se caracterizan en ocasiones, no siempre y no todos afortunadamente, en tener una larga lista de pretextos para no cumplir sus promesas, entre las que destacan: la falta de presupuesto o la no autorización del mismo por las instancias competentes, el señalar que se presentó la iniciativa en comisiones, pero quedó congelada, o que mejor se hicieron otras cosas “supuestamente” más importantes, entre otras.
Por supuesto que, entre la mercadotecnia mal empleada, los múltiples pretextos y la inacción, se ha generado un enorme desencanto en general por la política, incluidos por supuesto los principales artífices de la misma: los partidos políticos.
Ante esta realidad, estas instancias de interés público tienen la imperiosa necesidad de reinventarse o su descrédito será mayor, y difícilmente podrán dar reversa. Si bien son entes que manejan y dirigen su propio destino político, bien podrían analizar, al menos, tres aspectos.
Primero, creo que deben mirar hacia adentro, reorganizarse, reestructurarse y hasta actualizarse. El resultado electoral logrado o no en este 2018 les da esa gran oportunidad.
Segundo, sería conveniente que revisaran si las alianzas electorales, bajo la fórmula de coaliciones, les rindió los frutos esperados, me da la impresión, justamente por los resultados electorales, al menos a nivel federal, que no fue así.
Tercero, resultaría conveniente, en cada caso, analizar cómo volver a acercarse y conectar con la gente, para lo cual una evaluación rigurosa sería indispensable. Seguramente entre los resultados estará que no hay mejor camino que cumplirle a la población, instituirse como auténticos representantes populares y tener la humildad suficiente para estar en contacto con la ciudadanía constantemente y no sólo cada que hay elecciones.
Si los partidos políticos no hacen nada, seguramente estaremos próximos a ver la agonía de algunos de ellos. ¡Suerte!
Analista político, académico
y ex consejero electoral de la Ciudad
de México. @fdodiaznaranjo