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En sus Confesiones , San Agustín explica la imposibilidad de abarcar al absurdo, desde la lógica de la razón. Creo para comprender es el centro de una filosofía en la que la creencia antecede a la inteligencia. Con el proceso de renegociación del TLCAN parece que se requiere algo más que razones para intentar comprender los absurdos en curso, mientras en el gobierno por venir se sostiene que la mejor política exterior, es la interior.
En el año de 1991, el gobierno salinista comienza a participar en la negociación del tratado, con Canadá y los EUA –que ya operaban un instrumento de integración regional, desde 1989-. Las negociaciones, como corresponde, fueron trilaterales y, en ocasiones de enorme importancia, el pragmatismo se impuso a la norma. El gobierno de George Bush padre recibió del Poder Legislativo la necesaria autonomía para negociar un tratado comercial con Canadá y México que el Congreso aprobaría o rechazaría, sin contar con capacidad para enmendarlo ( Fast Track ). Durante 1993, la Cámara Baja impuso los Acuerdos Paralelos, en los temas ambiental y laboral, con lo que violentó la normatividad aprobada por la Legislatura anterior.
En su duradera trayectoria, el tratado ha sido un proceso por el que la parte más dinámica de la economía que opera en México se ha integrado a la producción y al consumo de los Estados Unidos, mientras Canadá ha profundizado su antigua integración con la economía estadounidense. En la práctica económica y comercial, son dos procesos de integración con la economía nacional más poderosa (todavía) del planeta, con la enorme salvedad que representa un marco normativo compartido por los tres países signatarios.
Dicha salvedad tiene una importancia que resulta muy difícil exagerar, por cuanto logra evitar imposiciones de una vasta y mercantilista reglamentación económica y comercial de los Estados Unidos, a partir –precisamente- del Capítulo XIX del TLCAN, el mismo que en los recientes entendimientos entre México y los EUA ha sido eliminado.
¿Por qué se aceptó ceder a la realización de negociaciones bilaterales cuando toda la historia previa, incluso de la misma renegociación que arranca en 2017, fue de acuerdos trilaterales?
; ¿por qué comienzan esas negociaciones del gobierno de Estados Unidos con la representación del de México? En sus amenazas iniciales, el presidente Trump mostró sus preferencias por acuerdos bilaterales, afirmando que con alguno de los dos, Canadá o México, se arribaría a ese tipo de instrumento; la negociación se aceptó en obsequio de las aspiraciones del señor Trump y la distinción de ser el primero en participar en ella, la debe México a la condición de eslabón más débil de la pequeña cadena. Para plantearlo con indulgencia, por ser la economía menos desarrollada de las tres norteamericanas.
Si se acepta una negociación bilateral, como ya se aceptó y no solo por México,
¿en qué lógica se establece que la operación futura no será de dos instrumentos de libre comercio bilaterales? ; ¿el Capítulo XIX prevalecerá en las relaciones comerciales de Canadá con los Estados Unidos, sin que México pueda hacer uso de él?, ¿es justificable el extravío y el desdén a la política exterior del próximo gobierno?
Sin haber llegado a ocupar el cargo, el presidente electo ya se reunió con el presidente de Guatemala que fue el primero en secundar a Trump en la reubicación de su embajada en Israel, en Jerusalén (contrariando al derecho internacional), y que acaba de prohibir la entrada en territorio guatemalteco de Iván Velásquez Gómez, jurisconsulto colombiano que preside la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). El señor presidente, Jimmy Morales, con quien se estrenó en relaciones internacionales –alimentándose de las vísperas- el presidente electo de México, es un comediante apoyado por exmilitares y presumiblemente responsable de financiamiento ilícito de su campaña electoral. Entre esa recepción y la imagen complaciente acerca de la renegociación del TLCAN, los mexicanos requeriremos algo más que la racionalidad para comprender la política exterior por venir. Sobre la evocada Alianza para el Progreso, mejor guardar silencio.