Lo peor que le puede pasar a Estados Unidos es quedarse sin inmigrantes, dicen muchas personas de nuestro vecino del norte ligadas a la agricultura, turismo, industria, comercios, servicios o diversos negocios.
Quiero compartirles que, hace unos días, estaba leyendo un artículo en Expansión que citaba a un empresario norteamericano, Dennis E. Nixon, quien es director ejecutivo del International Commerce Bank en Laredo y presidente del Consejo de Administración de International Bancshares Corporation, quien dice, de manera muy contundente y con base en experiencias propias, que en todo Texas hay un gran número de empleadores que se quedan con miles de vacantes porque les falta gente que quiera trabajar. No sólo eso, comenta que en EU hay una combinación de fenómenos que provocan escasez de mano de obra.
Dennis se pregunta: ¿cómo es posible que les estemos cerrando las puertas en las narices a los inmigrantes que llegan con un legítimo deseo de trabajo, un anhelo de progreso, un gusto por dar de sí y mostrar que son gente de bien?
Hay un consenso entre múltiples empleadores de no estar de acuerdo con las políticas migratorias del presidente Trump, ya que no se explican cómo se están tomando esas decisiones y actuando de esa manera cuando la economía estadounidense requiere de inmigrantes.
Un fenómeno que resalta D. Nixon es sobre los estudios que muestran que la tasa de fecundidad de los estadounidenses ha bajado la natalidad de un promedio de 2.1 por pareja a 1.7 en tan sólo 10 años, del 2007 al 2017, no obstante que lo que requiere el país para mantener un equilibrio demográfico es mantenerse en 2.1, y así reponer la población que va muriendo con los que van naciendo.
Esto quiere decir que, a la larga, Estados Unidos se va a ir quedando exclusivamente con una población vieja, una población que no se renueva, al grado de que en el año 2035 los adultos mayores de 64 años superarán a los niños y jóvenes.
Por todas estas razones Estados Unidos requiere sangre nueva, migrantes que quieran trabajar, que anhelen incorporarse a ese país y seguir sus normas y cultura.
Eso es lo que afirman muchos empresarios estadounidenses. Y no lo ven como un acto humanitario, sino como una necesidad de la economía ante la escasez de mano de obra; pero parece que en el gobierno lo valoran de manera contraria, ya que la política migratoria actual no consiste sólo en no dejar entrar a nuevos migrantes, sino en expulsar a los que ya viven ahí, como es el caso de los Dreamers.
Las reflexiones anteriores nos deben alertar que en esta pugna entre economía y política también se encuentran atrapadas las negociaciones del Tratado de Libre Comercio.
Lo que aparentemente constituye una polémica interesante tiene un mar de fondo y va a exigir de México una postura clara de defensa del migrante mexicano en una economía que, por una parte, está demandándolo, frente a una política que está rechazándolo abiertamente.
Presidente ejecutivo de Fundación
Azteca. @EMoctezumaB
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