El “padrote” no tuvo clemencia de ella y para dejar claro su destino en los próximos tres años, le puso la película Pedro Navaja, cuyo personaje enaltece la actividad de un tratante de mujeres.

En tres secuencias del filme, Pamela, de entonces 20 años de edad, supo que sería obligada a ejercer la prostitución para mantenerse con vida, so pena de recibir golpes, hambre y vejaciones, además de provocar daños contra su familia, según las amenazas que vertía sobre ella Lino Flores Merino.

Ese hombre que durante tres meses la enamoró con festejos de cumpleaños con mariachi y banda de viento, ahora la tenía sometida en su casa de Tenancingo, Tlaxcala, cuna de los tratantes de mujeres y niñas, según investigaciones de las autoridades federales.

En el cuarto de encierro, con la familia de Lino como custodios, la joven vio correr la vida tormentosa que le esperaba. La película ilustraba con crudeza los golpes que propinaba Pedro Navaja a su víctima, una mujer hermosa que caminaba por las calles ofertando servicios de prostitución.

“Me puso la película de Pedro Navaja, me aventaba la ropa y me decía que así me iba a poner y que él sería el tratante”, contó Pamela como parte del programa Corazón Azul contra la Trata de Personas, organizado por el gobierno de Tlaxcala para sensibilizar a las jóvenes y evitar que sean presas de los proxenetas.

La explotación. Pamela trata de atajar una lágrima que rueda por su mejilla y su mirada se pierde al recordar el día que disfrutaba un paseo por el zócalo de la capital poblana y un hombre la tomó por la espalda, al tiempo que le colocó un puñal en el cuerpo.

Con lujo de violencia la subió a un taxi y así llegó a una casa del municipio de Tenancingo, en Tlaxcala, donde comenzó su tortura física y emocional. Ese hombre era su ex novio, al que había abandonado porque le plantó una bofetada el día que ella se atrevió a mirar el aparador de un negocio.

La primera noche de explotación 30 hombres usaron su cuerpo, la desgarraron por dentro y por fuera; su padrote también abusó de ella. En la regadera se esfumaron sus lágrimas porque era el único lugar donde podía llorar por horas, narró con la voz entre cortada.

Durante tres años fue obligada a recorrer las calles de los estados de Veracruz, Tlaxcala, Puebla y finalmente llegó a la Ciudad de México, donde la obligaron a prostituirse en el barrio de La Merced. Todos los días entregó cuotas de entre 3 y 5 mil pesos y cuando no lograba reunir el dinero recibía golpes, aislamientos y la dejaban sin comer. En dos ocasiones sufrió abortos por los golpes recibidos.

Pamela relata que algunas ocasiones escuchó comentarios de la gente que pasaba por las zonas de tolerancia. “Está ahí porque le gusta el dinero fácil”, decían, pero nadie sabía que era víctima de trata, afirma.

En 2012 una llamada anónima provocó la acción de la Procuraduría General de Justicia (PGJ) en La Merced y Pamela fue una de las mujeres rescatadas de los proxenetas. Lino Flores fue procesado y sentenciado a 16 años de prisión en el Reclusorio Preventivo Varonil Oriente.

Pamela recibió atención sicológica y hace un mes concluyó sus estudios universitarios en Enfermería en la UNAM. Actualmente es voluntaria en la fundación Camino a Casa, en la Ciudad de México, dando pláticas a otras jóvenes víctimas.

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