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De los miles de centroamericanos que salen de sus países huyendo de la violencia, la pobreza y en busca del llamado “sueño americano”, los salvadoreños María y Antonio, y tres de sus hijos, son la excepción que confirma la regla.
Ellos eligieron vivir en la ciudad de Piedras Negras, en la frontera de Coahuila, pero lo que creían que sería “el sueño mexicano” ha sido de pesadilla, porque en lugar de una casa dormían debajo de árboles, de mezquites, o donde pueden.
La pareja, que escapó de El Salvador, no tiene casa, trabajo, ni dinero y desde diciembre del año pasado ha vivido en la calle.
Para “medio vivir” dependen de la generosidad de la gente y de los empleos eventuales de velador o de ayudante de albañil que ocasionalmente consigue su marido, “o de lo que salga” para poder comprar algo de comida, aunque es común que se la pasen casi en ayuno, con sólo un alimento al día.
Cuando llegaron a Piedras Negras habitaron en una finca abandonada a tres cuadras de la colonia el Mirador donde les robaron todo: colchonetas, cobijas, hasta las mochilas y útiles escolares de los niños.
Después estuvieron en la plaza y luego en un terreno de la colonia Harold Pape.
Aunque también trabajaron temporalmente en dos ranchos, los niños caminaban más de 11 kilómetros para ir a la escuela, por lo que la pareja decidió volver a la calle cerca de la primaria. Apesar de sus carencias, han hecho el esfuerzo para que los niños se mantengan estudiando.
Hace unos días entrevistaron a María en un medio local y al conocer su situación recibió ayuda de algunos samaritanos. Un matrimonio les prestó un cuarto donde, provisionalmente, se quedan los niños, pero ellos siguen afuera a la intemperie porque no hay espacio para todos.
La llegada a México. La centroamericana deja algo muy en claro: “Nosotros nunca pensamos irnos a Estados Unidos, estoy enamorada de México y me gusta mucho aquí.
“Venimos huyendo de la violencia y de la Mara Salvatrucha [organización internacional de pandillas], porque querían llevarse a mi niña de 10 años para violarla y reclutar al menor de ocho para una pandilla”, asegura con temor.
Afirma que Los Maras obligan a los niños reclutados a matar a su madre, su padre, los abuelos, “al que más gordo les cae” para quitarles el miedo.
Explica que esa organización delictiva está desde la frontera sur de México con Guatemala y se extiende por todo El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá.
“El Salvador es una colonia gringa, la más pobre y olvidada de Estados Unidos, allá los hombres trabajan de sol a sol 12 horas diarias; de seis de la mañana a seis de la tarde, todos los días y les pagan 25 dólares al mes y cuando cobran llegan los criminales y les quitan el dinero, por lo menos la mitad”, describe María.La mujer recuerda que ella y su familia llegó a finales del año pasado a bordo de La Bestia, donde trajeron a sus pequeños amarrados a una “góndola” (vagón).
En su narración hace una pausa y muestra una enorme sutura en su brazo derecho. Asegura que se fracturó en tres pedazos el hueso (humero) cuando se cayó del tren.
Describe que en el trayecto bajaban en algunos pueblos donde se quedaban uno o dos días, dormían debajo de los árboles, mientras su marido conseguía trabajo para comprar comida y luego seguían el viaje con destino a Piedras Negras. Ese lugar lo escogieron porque sus conocidos les comentaban que era un sitio bonito y la frontera más segura de México.Desde que llegó a Coahuila, refiere que ha recurrido a las autoridades del estado, quienes mediaron para que en el Instituto Nacional de Migración (INM) le expidiera la Visa Permanente con Vínculos Familiares, “ya no soy indocumentada”, detalla.
Su esposo Antonio no ha logrado obtener el pasaporte salvadoreño, que cuesta 80 dólares, y lo necesita para que le den trabajo. Además, necesita más de 4 mil pesos para otros documentos. María relata que en su largo peregrinar también le pidió apoyo a Angélica Rivera, esposa del presidente Enrique Peña Nieto, pero la persona que ella envió no la ayudó.