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Con su bebé en brazos, Teresa muestra su identificación a los automovilistas para convencerlos de darle una moneda. Al lado de ella está su esposo, Felipe, quien carga una mochila y cuida al pequeño Juanito; los cuatro son hondureños y han viajado durante meses por distintos estados del país en su trayecto para llegar a Estados Unidos.
Han llegado hasta la ciudad de San Juan del Río, donde se han colocado en una avenida para pedir dinero y poder continuar con su viaje; en esta altura del trayecto, la pareja ha optado por buscar maneras de conseguir un poco de efectivo y utilizar el autobús por pequeños trayectos hasta donde les alcance el dinero, pues en el tren han sufrido situaciones de delincuencia, las cuales prefieren evitar debido a que deben cuidar de sus dos hijos pequeños.
Ambos cargan una mochila y usan una sudadera con gorro, pese al calor que ha superado los 38 grados centígrados en estos días; sin embargo, no pueden quitársela porque es la única prenda de ese tipo que traen y no deben arriesgarse a perderla, ya que desconocen si el clima cambiará conforme transcurra el camino.
Al tratar de hablar con ellos se muestran desconfiados, se miran y se dicen algunas palabras; finalmente resuelven conversar con nosotros y preguntan por qué nos hemos acercado a hablarles. Después de intercambiar algunos comentarios, nos dicen que tratan de no hablar con mucha gente debido a que en otros estados del país, por una plática han sido perseguidos por elementos policiacos que los han puesto en riesgo de ser deportados.
Han viajado por cerca de seis meses desde San Pedro Sula, salieron de su lugar de origen por tratar de encontrar una mejor vida; Felipe desempeñaba el oficio de albañil y su esposa trabajaba limpiando diferentes lugares; sin embargo, al tener dos hijos consideraron que deberían salir de su país. Pensaron en que tendrían que ofrecer algo mejor a sus pequeños, aunque eso implicara tener que arriesgarse.
“Si algo pasa, que nos pase juntos, no podemos separarnos, por eso decidimos venirnos para acá y tratar de seguir eso que le dicen el sueño americano… no sabemos si vamos a poder llegar, pero es mejor que quedarnos allá donde no hay oportunidad. No tenemos familia allá [en Estados Unidos], pero vamos a hacer el esfuerzo de poder llegar y trabajar porque queremos mejor vida para los niños”, comenta Teresa, una vez que la hemos convencido de platicar.
En el rato que han estado en esa avenida, algunas personas les han llevado agua y algo de comida; mientras habla con nosotros, una joven se le acerca y le deja algunas tortas.
“Es muy difícil llegar hasta acá. Aquí hay gente que nos ha ayudado, ahorita como ella, que nos trajo la comida, pero hay lugares donde nadie te quiere ayudar. La gente te ve mal porque estás sucia y porque traes cargando a tus hijos. Me han llegado a decir que no pienso en mis hijos porque los traigo aquí en el sol; lo que no saben es que por ellos es que andamos hasta acá. Es triste pero no toda la gente es buena”, explica Teresa.
Junto con esta familia, se encuentra Enrique, de 45 años, quien se apoya en muletas porque sólo tiene una pierna. Él es mexicano, originario de Chiapas; sin embargo, busca lo mismo que Teresa y Felipe; los conoció en Veracruz. Él se había quedado solo, pues su esposa y dos hijas —de nacionalidad hondureña— fueron deportadas cuando estaban en aquella entidad.
La pierna la perdió un año antes, cuando intentó por primera vez llegar a Estados Unidos. Emprendió el viaje con algunos conocidos y el medio de transporte fue el tren. Desafortunadamente, se cayó del vagón.
Esa condición no le quitó de la mente la intención de irse a Estados Unidos y un año después emprendió el viaje junto con su familia. Fue en noviembre del año pasado cuando en Veracruz un grupo de policías los detuvo y deportaron a sus hijas y a su esposa. Desde entonces se comunica con ellas por vía telefónica, sólo cuando logra llegar a un lugar donde puede pagar los minutos del teléfono público.
Luego de la separación de su familia, Enrique se encontró con Teresa y Felipe y, a partir de ese momento, viajaron juntos. A la pareja se le hizo inhumano dejarlo que avanzara solo, principalmente por su condición, por ello es que ahora viajan todos juntos; se cuidan y se comparten el agua, la comida y las monedas que la gente les regala, pero aseguran que no es fácil y tienen mucha desconfianza de quien se les acerca, porque tienen miedo de que haya alguien que los detenga y los regrese a Honduras.
Viajes de familia
Para el presidente de la Estancia del Migrante González y Martínez, Martín Martínez Ríos, los viajes de familias cada vez son más frecuentes; sin embargo, este hecho no impide que continúen las agresiones por parte de los cuerpos de seguridad de la empresa Ferromex; para estas corporaciones no hay distingos entre hombres, mujeres, niños o adultos mayores, la consigna es la misma y la violencia se mantiene.
La llegada de familias, señala, es un fenómeno que tiene algunos años que comenzó y poco a poco se ha vuelto más común; desde parejas con un niño pequeño, hasta familias de cinco o más integrantes, con distintas edades. Todos quieren lo mismo: llegar a Estados Unidos, aunque el precio a veces sea su propia vida.
“Algunos luego traen hasta el perro, en serio, vienen en el tren toda la familia con los niños pequeños. Sólo ellos saben cuál es su necesidad y por eso es que se salen de su país y se arriesgan a todo este camino tan difícil con todo y sus niños”, refirió el activista.
Para Martín Martínez, esta tendencia no dejará de ocurrir y, al contrario, podría incrementar. Los indocumentados que llegan al punto de apoyo que él encabeza, no pierden de vista su intención de llegar a la Unión Americana, aun cuando en México sufran de discriminación, violencia o delincuencia. Todos tienen motivos suficientes para no desistir.