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Reportear en zonas de riesgo, como Sinaloa, Tamaulipas, Guerrero y Veracruz es como hacerlo en “arenas movedizas: te mueves y te hundes”, advirtió el periodista y escritor Javier Valdez en octubre pasado, en entrevista con EL UNIVERSAL. El comunicador fue asesinado este lunes en Culiacán.
En su libro Narcoperiodismo, la prensa en medio del crimen y la denuncia, Valdez hizo un diagnóstico de los distintos tipos de periodismo en las regiones más violentas del país.
“Es un periodismo atrapado, estancado, representativo de una crisis del ejercicio en todo el país, pero además en una condición de muchísimo riesgo. Un suelo de muchos cuchillos filosos”.
El también cofundador del semanario Río Doce detalla que “la sucursal del infierno está, sobre todo en Veracruz y Tamaulipas”, y en donde no hay espacio para hacer periodismo.
El comunicador reconocía en la autocensura una forma de sobrevivir, pero también que hacía falta un poco de locura, inteligencia e intrepidez para trabajar entre el crimen organizado. Sabía que nada lo salvaría de la violencia.
“El día que ellos quieran, no hay a dónde acudir. No hay quién te proteja, sólo que tomes ese día un avión que te saque del estado o del país. Es lo único que puede uno hacer, en realidad no hay fórmulas para enfrentar todo esto”.
En Narcoperiodismo... haces un diagnóstico de los diferentes tipos de periodismo en el país…
—Son los diferentes periodismos que tenemos en México en función de las coyunturas en las regiones, los intereses que hay. Tamaulipas es el periodismo del silencio, es reportear en el vacío, la nada, publicar algo que no tiene nada que ver con lo que pasa en las calles, porque es el narco el que manda.
El de Veracruz, a pesar de los compañeros asesinados, desaparecidos, exiliados, es un periodismo que sobrevive a pesar de la narcopolítica.
¿Cómo se puede reportear al margen del Cártel de Sinaloa?
—En Sinaloa tenemos mayor margen porque hablamos de una región controlada por un solo cártel, pero no puedes pasarlo porque entonces estamos hablando de un narco que genera un ambiente amenazante, y si tú te pasas de la raya, te pueden hacer daño.
Hay cierto juego, es una paz narca, pero igual, en la redacción manda el narco. Cuando escribo una nota pienso en el jefe de plaza, quién controla Culiacán, si reaccionará con violencia y nos mandará una granada, como en 2009 contra de Río Doce. La sucursal del infierno está sobre todo en Veracruz y Tamaulipas.
¿Cuál es el ambiente en que se desempeña este trabajo?
—Con mucho miedo, por ejemplo hay periodistas de Tamaulipas que no pueden volver ahí. Que están en Coahuila o en Monterrey, porque su familia y amigos fueron amenazados por el narco. El terror que discapacita, que te corta las alas, que te hace hacer un periodismo que cojea siempre.
En Tamaulipas se ha llegado a dejar de publicar sobre narcotráfico…
—No hay espacio para hacer periodismo, lo hay para que tú finjas que escribes, para que tus dedos sólo transcriban el texto de un boletín del gobierno, del sector empresarial o asuntos de carácter económico que no tienen nada que ver. Es el vacío, como si en Tamaulipas circularan periódicos que traen información de Francia, pero lo que está pasando se queda en las lágrimas, la impotencia de los periodistas que no tuvieron opción y que se mueven entre la espada y la pared, o entre el fusil automático y la pared.
¿Cómo puede un periodista estar preparado para trabajar en medio del crimen organizado?
—Nosotros en Río Doce aprendimos “a punta de chingadazos”, a golpes, a empujones, a caídas, porque no sabíamos cubrir tanta violencia.
Aprendimos a reportear esto, tiene que ver mucho con un poco de locura, un poco de inteligencia, prudencia, audacia, intrepidez, pero es demencial, porque además nada te salva de esta violencia.
¿La autocensura como una forma de protección?
—Es un recurso para sobrevivir, porque también resistimos, una forma de luchar, es como sembrar el “caminito” al mañana. Nosotros detectamos en Sinaloa qué información no podemos publicar, y ésa no la cancelamos, la tenemos ahí guardadita, se mantiene vigente y un día que ese capo involucrado en esa historia sea detenido, sea asesinado o huya, quizá podamos publicarla. Por lo pronto las historias están mochas. Tenemos que administrar la información porque así administramos los riesgos.