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La familia de Luna Lambert Pimentel fue disfuncional y con poco apego a la religión. Con una madre alcohólica, un padre que abandonó el hogar familiar y una hermana, Luna, mujer transexual, comenzó una vida de adicciones, violencia y un intento de suicidio.
Hoy es la primera pastora transexual en las Iglesias de la Comunidad Metropolitana (ICM) en Veracruz, donde narra su experiencia y trata de crear conciencia sobre la importancia de aceptar y entender todos los modelos de familia, en el marco del Día de las Familias —que se conmemora hoy—.
Se celebra un oficio religioso para la fieles de la iglesia. Son pocos los que asisten a la ceremonia. Se leen las lecturas y el Evangelio, Este último lo lee la misma Luna. “El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra”. Es el texto de la mujer adúltera, a la que Jesucristo se niega a juzgar.
“Hace 37 años Dios me envía a este mundo en una familia completamente deestructurada, donde existía un cuadro de violencia intrafamiliar muy fuerte. Soy hija de una mujer que fue suicida en potencia. Los recuerdos que tengo de un infancia son recuerdos muy amargos y crudos”, indica la originaria de Fortín, Veracruz.
Narra que un momento dramático fue cuando en alguna ocasión llegó junto con su hermana a su casa y encontraron a su madre en el piso, con los brazos cortados, desangrándose, inconsciente. Dice que su madre no tenía la capacidad para amar, ya que ni siquiera ella se amaba.
Recuerda que también un día su padre tomó sus maletas y dejó la casa, cansado de las situaciones que se vivían en la familia, lo que hizo que creciera su odio por dentro, entonces los únicos momentos en los que podían acercarse a ella era cuando estaba en estado de ebriedad e inconsciente.
La situación era complicada para Luna, “pues al ser una niña transgénero y darme cuenta que mi pensamiento no coincidía con mi cuerpo... que algo no estaba bien... quise refugiarme en Dios, pero ir a muchos centros en donde para ellos éramos unos enfermos... donde escuchaba las clásicas prédicas de odio: ‘¡Dios no te ama, Dios no te acepta!’”.
Las adicciones de su madre generaron mayor violencia en la casa. Su madre llegó a golpearla porque la descubrió con su ropa puesta. Su odio y resentimiento crecieron en ella, incluso hasta con Dios, porque no podía estar ni siquiera en la iglesia, porque el discurso de odio la alejaba.
La escuela era otro lugar donde no podía estar, pues el acoso, las burlas y las agresiones eran recurrentes “al ser el típico gay del salón”.
“Siempre lo fui, siempre fui muy delgadita, mi voz muy delgadita, y mis modos eran de una dama, de una niña, de una nena. No me sentía segura en la escuela, pero tampoco me sentía segura en mi casa”, confiesa Luna.
La historia se repite. Los años pasaron y a los 16 decidió dejar su casa y marcharse al puerto de Veracruz: se cansó de esperar el día en que su padre regresara a su casa y se cansó de la violencia que vivía.
En Veracruz llegó a vivir con unos amigos. Un día le llegó un regalo con un recado: decía que era para Héctor (nombre de nacimiento de Luna) de parte de su padre, por lo que se emocionó y creyó que había dejado atrás el pasado de violencia.
“Los niños de nuestra comunidad LGBTTI que son rechazados por su padres llegan a caer en los brazos equivocados, por eso es muy importante seguir luchando y transmitiendo que haya aceptación. Dentro de nuestra comunidad lésbico, gay y transgénero hay una discriminación mayor hacia las personas transgénero. Los niños y niñas transgénero existen”, subraya.
Después Luna se enamoró de un hombre que dirigía una red de prostitución infantil. Bajo amenazas de ser prostituida, Luna fue orillada al consumo de alcohol y drogas. Repitió los mismos patrones que vio en su madre.
Esperanza. Pasó el tiempo y las ganas de vivir la abandonaban. En una ocasión trató de quitarse la vida, resentida por las experiencias de violencia y el complejo de culpa por el discurso de odio hacia los homosexuales.
La amiga con la que vivía le dijo que no podía seguir ahí, por lo que decidió regresar a su pueblo. Al llegar, se encontró con que su madre estaba en proceso de recuperación y se había acercado a un culto, por lo que le pidió a Luna casarse con una mujer y formar una familia normal. Volvió a experimentar el rechazo de su madre.
Posteriormente encontró las ICM, donde encontró una familia; y ahora, luego de muchos años de violencia, de prostitución, de adicciones, platica su vida y sus experiencias, para que quienes escuchen sepan que a pesar de las diferencias y de ser diversos, todos pueden superar los golpes de la vida.
“Estoy acá para transmitir el poder que tiene Dios sobre nosotros, sobre las familias. Cristo rescató a mi familia… muchas veces no sólo me sentí como esa mujer adultera, sino también como esos leprosos que tocaban sus campanitas, porque me decían que Dios no me amaba, que Dios no me podía abrazar y no era verdad”, aclama ante los presentes, quienes se muestran impactados por la historia de Luna, que es como muchas que se repiten y que por falta de ayuda o reconocimiento, repiten patrones destructivos.