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La tarde del sábado 9 de mayo de 2015 a Chilapa llegaron 300 hombres armados: tomaron la ciudad durante cinco días y al retirarse se llevaron a unas 30 personas de las que hasta ahora nada se sabe.
Durante esos días, los hombres armados tuvieron el control absoluto de la ciudad. Cuando llegaron desarmaron a la Policía Municipal y tomaron sus patrullas. Un grupo instaló retenes de vigilancia y otro más comenzó a realizar cateos a negocios y domicilios particulares. Todo lo hicieron a la vista del Ejército, la Gendarmería y la Policía Estatal.
Eso hombres dijeron ser pobladores de comunidades del sur de Chilapa. Dijeron que el objetivo de su incursión era la captura de los líderes del grupo delictivo Los Rojos y la presentación de 30 de sus vecinos.
De eso han pasado dos año completos sin que haya algún detenido y sin que alguno de los que se llevaron aparezca. Después de 24 meses, sólo 16 familias presentaron denuncias ante la Procuraduría General de la República; aún no hay resultados.
Desde entonces lo único que han encontrado los familiares de los desaparecidos son más desaparecidos. Comenzaron buscando a 16 y ahora son más de 140.
Estas 100 familias conforman el colectivo Siempre Vivos, integrado principalmente por mujeres indígenas que son las madres, las esposas o las hermanas de los desaparecidos. Estas mujeres son las que han decidido buscar a sus hijos, esposos o hermanos casi por su propia cuenta. Pero también son las que ha tomado el mando de sus hogares. Ellas surten de alimento, ropa y calzado a los hijos o a los nietos. La mayoría de ellas lo hacen con lo mínimo.
Una de estas mujeres es Carmen Abarca Nava, una mujer que busca a dos de sus hijos. La última vez aque vio a su hijo menor fue el martes 12 de mayo de 2015, cuando le entregó tortillas en su puesto donde vende tacos. Jorge, su hijo, tenía apenas 10 días trabajando en la tortillería Tres Hermanos. Antes, laboró como repartidor de pizza, pero dejó de hacerlo porque salía muy noche y no quería arriesgarse ante la violencia de esos días. Jorge apenas había cumplido 18 años.
Trabajaba, dice Carmen, porque no le gustó la escuela, llegó hasta la secundaria. Jorge era el sustento de su joven familia. Ese martes Carmen lo esperó hasta las ocho de noche. Le llamó a su celular pero no contestó. Se prendieron las alarmas. De inmediato se comunicó con el jefe de Jorge para preguntarle por él y éste le dijo que a las seis de la tarde lo vio por última vez, por el salón California, cerca de un retén que instalaron los civiles armados sobre la carretera que lleva al municipio de Zitlala. Hasta allá llegó Carmen para preguntar por su hijo. Nadie le dio razón. Su hijo había desaparecido.
Al día siguiente, la madre volvió al retén a preguntar; preguntó en las casas cercanas, preguntó en los negocios. Nada. Fue hasta que un hombre le dijo que la tarde anterior vio cómo los civiles armados subieron a una camioneta a un joven de playera color naranja y mandil rojo. De ese color era la playera que Jorge traía ese día y rojo es el color que distingue los mandiles que la tortillería donde trabajaba.
Entonces, Carmen volvió al retén y exigió que le entregaran a su hijo. Los encapuchados negaron tenerlo; sin embargo, le pidieron el nombre completo de Jorge y le sugirieron que rezara mucho por él para que no le encontraran nexos con Los Rojos. Aún lo sigue esperando.
La violencia en Chilapa se puede mirar también desde los números. Según el Centro Morelos el año pasado pese a la presencia militar registraron 206 asesinatos. La mayoría cometidos con crueldad. Por esa violencia, el colectivo Siempre Vivos ha solicitado que el senado de la República declare una emergencia humanitaria.