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“Todo radica en la voluntad. Con El Chapo había determinación para atraparlo. Si existe la voluntad del procurador va a suceder todo y rápido (...) Ojalá que después de un año tres meses tengamos la justicia que estamos esperando desde ese día”, así describe Bernardo Benítez su encuentro del lunes con el titular de la Procuraduría General de la República (PGR), Raúl Cervantes.
Bernardo es padre de uno de los cinco jóvenes que en enero de 2016 fueron secuestrados por policías estatales de Veracruz para ser entregados al crimen organizado.
La búsqueda de su hijo, con quien compartía el nombre, finalizó en junio de ese año, cuando el subsecretario de Derechos Humanos, de la Secretaría de Gobernación, Roberto Campa Cifrián, dio a conocer información del caso.
El subsecretario de la Segob indicó que los cinco jóvenes fueron privados de la libertad por policías del estado y asesinados en el rancho El Limón, en donde habrían sido calcinados y triturados. Sólo se pudo identificar los restos óseos.
Buscan justicia. Desde el primer día de la desaparición de los jóvenes, sus familiares han insistido con las autoridades en que haya justicia, y con los medios, en que se siga hablando de su caso; ésta es la primera vez que el nuevo procurador los recibe para conversar.
“Arely Gómez ni nos atendió, definitivamente ella pasó desapercibida. En el caso de este señor [Raúl Cervantes] tocamos la puerta, nos la abrió y quedó de analizar los dos puntos: delincuencia organizada y nombramiento de los policías estatales habiendo reprobado los exámenes de confianza”, dice José Benítez, hermano de Bernardo y padre de otro de los desaparecidos.
Las familias de los cinco jóvenes de Tierra Blanca tienen temor de que la policía estatal de Veracruz los secuestre también. Hasta el momento han logrado que ocho elementos estatales pisen la cárcel por su participación en el caso.
El temor no es infundado, pues ahora es la policía estatal la que patrulla el pueblo y en ocasiones, dicen, los intimidan. “Recorren el pueblo armado, dan rondines; le tenemos muchísimo miedo a esa policía”, asegura José.
“Ése es el miedo, que van a poner un retén a la hora que quieran y donde sea. Si pasa a alguien de nosotros y nos llegan a conocer, y ahí se acabó todo. Ese es el temor que tenemos, si se lo hicieron a nuestros hijos, por qué no nos lo van a hacer a nosotros”.
Y José sentencia el futuro que no desean: “Imagínese que pongan un retén en un punto estratégico donde usted no va a tener señal. Imagínese nosotros en ese retén y sin teléfono, ni nada… Estamos muertos”.