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Beto, el caporal, observa entristecido el panorama. Los tres potreros se quedaron sin pastizales. “Las vacas están enflacando rápidamente. No hay pasto ni lluvia. “En menos de una semana los animales ya no tendrán comida”, dice casi resignado.
A su lado, el ganadero Valentín Toledo asienta con la cabeza y señala que la situación del campo istmeño es crítica por la falta de lluvias desde hace tres años. Dice que el fenómeno se agudizó porque la Comisión Nacional del Agua (Conagua) cerró la presa de Jalapa del Marqués tres meses antes del programa de riego.
Detrás de las cercas protegidas con alambres de púas, las vacas flacas pelean pedazos de pasto seco. Se mueven con dificultad por la falta de nutrientes. El mullido es de hambre.
“Es un panorama difícil”, explica Valentín Toledo. Cuenta que por la sequía han muerto vacas y becerros en toda la región del Istmo, sobre todo en los municipios que no están dentro del Distrito de Riego 019, irrigado desde la presa de Jalapa del Marqués.
Beto, quien cuida los animales de la familia Toledo, dice estar preocupado. Hace tres semanas reubicó un grupo de vacas a una zona que tenía “un poquito de pasto medio verde y medio seco”. Los animales acabaron con esa porción. Hoy no tienen nada.
Irónicamente, justo en el marco del Día Mundial del Agua el líquido falta en esta región, la cual —según el Monitor de Sequía en México publicado el 9 de marzo— se encuentra entre los 28 municipios del sur de Oaxaca que padecen sequía extrema.
“Mire, nuestros pastos están secos. Así está el Istmo, como pasto seco. Sólo falta que venga alguien y le prenda lumbre. Ya no vamos a aguantar esta situación tan difícil que afectará la producción de carne, de leche, de queso y de tortillas “, señala el ganadero.
A unos 10 metros de los potreros, Beto intenta extraer más agua del pozo para bombear: “La bomba que funciona con gasolina tiene capacidad, pero el pozo no tiene mucha agua”.
La excavación que el caporal cuida con mucho celo tiene el agua a unos cinco metros de profundidad. No da para regar las dos hectáreas donde los animales disputan los secos pastizales. No hay ni para que tomen agua porque el arroyo Igú se secó.
A un lado del potrero que cuida Beto están los que vigilan Iván y Saúl, dos caporales que están al pendiente de la operación de un pozo de 16 metros de profundidad del que extraen agua para regar unos surcos de sorgo que alimentarán a las reses.
“No puedo esperar”. “Abrí dos pozos con una inversión de 16 mil pesos cada uno. No tengo opciones. Me gusta el campo. No puedo esperar a que llegue la ayuda del gobierno. Compré dos aspersores y más de 600 metros de mangueras”, dice Valentín Toledo.
Entre matorrales secos se encuentran las mangueras que salen del pozo de anillos de concreto; el que cuida Beto no tiene agua suficiente.
El 10 de marzo el gobernador Alejandro Murat solicitó desde la reseca presa Benito Juárez, en Jalapa del Marqués, que el gobierno federal declare la emergencia por desastre natural por la sequía extrema que golpea al istmo.
“Claro que nos interesa cualquier apoyo del gobierno, pero sería mejor hacer políticas para enfrentar los meses de sequía de este año y los próximos dos, que —de acuerdo con la Conagua— no habrá lluvias en el istmo por el fenómeno de El Niño“.
Beto no oculta su preocupación. “Queda poco pasto. Hay que llevar a las vacas a otra zona de pastizales. Eso cuesta dinero y mucho riesgo. ¿Qué voy hacer? Sólo esperar que no se me mueran”