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El Arca de Noé zarpó alrededor de las nueve de mañana de la playa de San Agustín en la zona costera de Oaxaca, al mando de Luis Ernesto y Jorge, jóvenes pescadores de 19 años. Partieron, como todos los días, en busca de buena pesca, pero también con una misión especial: localizar a tres pescadores de Huatulco que naufragaron por el mal tiempo el lunes 13 de marzo.
Restos de una bolsa negra de plástico atada a una delgada vara de madera se observó a cinco millas de la pequeña embarcación de un motor y con la matricula 20010222138.
Luis y Jorge estaban atentos a la red que habían tendido 10 minutos cuando divisaron la bandera, no era una señal cualquiera, sabían que era una llamada de auxilio, habían encontrado a Martiniano, Pedro y Obed.
Gritaron, brincaron y agradecieron la buena fortuna de localizar a los tiburoneros. Los encontraron vivos pero muy deshidratados. Apenas y articularon palabras de agradecimiento, el agotamiento físico había hecho estragos: se desvanecieron, estaban a salvo después de nueve días en el mar.
“No podemos creer que tuviéramos suerte. Ni los aviones ni las lanchas... nosotros los localizamos. Desde el primer día de búsqueda salíamos a pescar, pero también los buscábamos. Todos los buscaban. Estaban tranquilos en la lancha, apenas y hablaban. Los subimos y en el camino nos topamos con otra lancha que los andaba buscando y los entregamos. Fue emocionante encontrarlos. Es la primera vez que nos pasa algo así. A todos nos puede pasar, perdernos en el mar, es el riesgo” , narró con timidez Luis Ernesto en el muelle de Santa Cruz, donde fue recibido como héroe por los pescadores de la zona.
Así como llegaron, discretos, Luis y Jorge se retiraron. Antes cargaron bidones de gasolina que los pescadores les regalaron en agradecimiento. Después de los abrazos y los apretones de manos, corrieron hacia el Arca de Noé y desaparecieron en el mar. El día de pesca aún no terminaba.
Sin perder la fe. El capitán Martimiano Nava Pacheco conoce bien su oficio. A sus 42 años, más de la mitad la ha pasado pescando tiburones. Sabe leer el cielo y las olas. Ese lunes 13 de marzo el tiempo le decía que podía zarpar sin problema con sus compañeros: el primer marinero Pedro Cosme y el segundo Obed Jiménez Martínez, pero no contaba con una falla técnica de su lancha Playa Mar II.
La batería de la lancha se descargó la primera noche de viaje, allí comenzó el naufragio. La mala suerte los acompañó con una tormenta que creció los siguientes días. La embarcación no tenía radio de comunicación, como la mayoría de las lanchas de la zona, así que no tuvieron más que remar contra corriente e incluso dejarse arrastrar mar adentro.
Para sobrevivir, a Martimiano se le ocurrió derretir el hielo que traían para conservar el pescado, el cual tuvo que tirar al mar para alivianar la carga de la lancha y remar mejor.
Así obtuvieron 20 litros de agua, los cuales, más 10 que traían, alcanzaron para siete días. El octavo y último día ya no tenían ni comida ni agua. Los dos primeros días comieron lo que llevaron: queso, frijoles y totopos; en el tercero atraparon un pez dorado y lo filetearon; el resto de los días sobrevivieron sólo con agua.
Durante cinco días, desde el jueves 16 de marzo —cuando comenzó la búsqueda por parte de los pescadores y la Estación de Búsqueda y Rescate de la Secretaría de Marina—, observaron aviones y barcos turísticos, pero por más que gritaban no los oían ni veían, sólo el GPS que cargaban los ubicaba y les daba esperanza.
El clamor a Dios se hizo intenso. Martimiano, evangélico, oró. En medio de la angustia, convenció a Obet de convertirse. Allí, a la deriva, hicieron una oración y se llenaron de fe. Alguien los iba a encontrar. Cuando el mal tiempo pasó, remaron hasta alcanzar 12 millas de Puerto Ángel.
“La fe nos mantuvo, aunque siempre creímos que la familia se había dado por vencido. Apenas y dormíamos 15 minutos y los colazos de las olas nos despertaban; todo el tiempo nos mojábamos. El sábado las olas nos llevaron a 62 millas de Huatulco; luego, con la lancha ligera, llegamos a 32 millas hasta acercarnos. El equipo de salvamento nos ayudó, un trasmallo de cuatro metros nos salvó, porque las olas nos agarraban de frente. Yo ayuné cinco días... entregué mi vida a Dios”, describió Martimiano.
Los tres fueron recibidos con dianas y una pequeña fiesta por sus compañeros y familiares en el campamento instalado desde que desaparecieron, después de ser atendidos por personal de la Cruz Roja.