La música colombiana del género vallenato se escucha de pronto por los andadores de la plaza comercial, el sonido surge de un pequeño aparato de radio que acompaña la faena de Juan Reyna, un joven originario de San Luis Potosí, quien apenas veinteañero marchó hacia Nuevo Laredo, Tamaulipas, para buscar un mejor destino, aprovechando la residencia de sus parientes en la ciudad fronteriza.

“La situación empezó a ponerse muy fea en Nuevo Laredo; hace seis años levantaron a una sobrina que apenas tenía 18 años y todavía no sabemos de ella”, dice el joven de piel morena, actitud jovial y extrovertido, de aproximadamente 30 años, quien se ha dejado crecer una barbilla que lo hace parecerse a Rubén Albarrán, el líder de la banda musical Café Tacuba.

—¿Qué tal los tratan aquí?

—Bien, me pagan a nueve dólares la hora por quitar cacas de pájaro, dice riendo mientras friega con fuerza el piso y su acompañante, Elías de los Santos, deja caer chorros de agua a presión. Este último nació en San Antonio, pero reconoce con orgullo su ascendencia mexicana.

Juan está un tanto preocupado por las amenazas del nuevo gobierno republicano de Donald Trump contra los migrantes. Por la necesidad de conservar su trabajo corta la entrevista, “no me vayan a ver los jefes”, dice. Se despide amablemente para continuar con su diaria labor de limpiar el piso, jardineras y banquetas del área peatonal de esta zona de restaurantes, comercios y puestos semifijos en el centro histórico de San Antonio.

Con letreros en inglés y español, en el sitio se ofrecen toda clase de antojitos mexicanosademás de artesanías y pinturas de caballos o quijotes, como si se tratara de una feria de pueblo.

Al fin cosmopolita, la ciudad que recibe más de 25 millones de turistas al año, presenta a los paseantes a un émulo de Elvis Presley, moreno, delgado y chaparrito, quien ataviado con lentes oscuros y ropaje de colores chillantes, con apoyo de una radio-grabadora, realiza graciosos pasos de baile que hacen reir a los presentes.

El revolucionario y la soldadera

San Antonio, capital del condado de Bexar, encierra miles de historias de mexicanos, muchos ya con documentos que amparan su estancia legal y otros que viven con el temor de ser deportados por el gobierno federal de Donald Tru mp que ha endurecido su política migratoria y ha encontrado eco a su discurso en la administración estatal de Greg Abbott.

Por razones de seguridad, Sara oculta su verdadero nombre. Nació en Estados Unidos y es nieta de un revolucionario mexicano que luchócontra las fuerzas federales y de una mujer soldadera que cuidaba a los enfermos y lesionados, entre ellos, quien a la postre sería su esposo.

Los revolucionarios convalecientes y quienes los cuidaban fueron llevados a Estados Unidos cuando les avisaron que las tropas federales avanzaban hacia su campamento “matando parejo a sanos y enfermos, hombres y mujeres”.

El revolucionario y la soldadera formaron una familia en Estados Unidos y trabajaron en las pizcas de algodón y de otros cultivos, hasta que se asentaron en Texas, donde tuvieron hijos, nietos, hoy bisnietos y tataranietos.

Aunque Sara es ciudadana estadounidense, igual que todos sus hijos, ella también vive con miedo a Donald Trump, no a la deportación que afecta a quienes viven sin documentos en ese país, sino a una guerra.

“Todos los días rezo para que ese loco de Trump no le declare la guerra a ningún país, porque tengo un hijo en el servicio militar, y por ser latino sería de los primeros que mandarían al frente de batalla”, dice esta mujer, de aproximadamente 65 años.

Según el Migration Policy Institute, en el condado de Bexar, con base en datos de 2014, hay 71 mil indocumentados, de los cuales 61 mil, es decir 86% del total son de México, 5 mil de América Central y 4 mil de Asia.

Esos 61 mil mexicanos sin papeles que viven en San Antonio y su zona metropolitana están colocados en la mira como candidatos a la deportación. Además, en una reunión con jefes policiacos de grandes ciudades, Trump les dijo el 8 de febrero: “Ustedes conocen a los ilegales, los conocen por sus nombres, a los malos y a los buenos; quiero que entreguen a los malos, llamen a los representantes del secretario [John] Kelly [Seguridad Interna], y los vamos a sacar del país, a regresarlos de donde vinieron”.

Varios residentes de San Antonio, como “Sara” y un mecánico que llamaremos “Luis”, coincidieron en que la policía de la ciudad, que sólo debe abordar y detener a una persona en caso de incurrir en desorden o delito, ya está siguiendo las directrices de Trump, al solicitar sus papeles a “sospechosos” de ser indocumentados, y en caso de que no los tengan, le hablan al personal del ICE, (Immigration and Customs Enforcement) para que procedan a su deportación.

“Yo vi cuando los policías de San Antonio detuvieron a dos chavos que no habían cometido ninguna falta; luego llegaron los del ICE y se los llevaron esposados”, dice el joven mexicano en tono de coraje y preocupación.

A muchos mexicanos la pobreza, la falta de oportunidades y el crimen organizado los hizo cruzar la frontera hacia Estados Unidos, como a Juan —con papeles o sin papeles— y estos días el miedo y la angustia se vuelve a apoderar de ellos, ahora originado desde las más altas esferas del poder, por la política antiinmigrantes del nuevo gobierno del presidente Donald Trump, y en el caso de Texas, el segundo estado más grande de Estados Unidos, y el segundo más rico, apenas por debajo de California, respaldada por el gobernador republicano Greg Abbott.

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