“Me revictimizaron una y otra vez”, dijo a este diario Belén Mirallas, la argentina de 25 años que sufrió un intento de violación en Playa del Carmen el domingo pasado. Mirallas se defendió, contraatacando a su agresor, y luego contó su experiencia en un video en Facebook que se hizo viral. Ya de regreso en la ciudad de San Rafael, en la provincia argentina de Mendoza donde se crió, explicó a EL UNIVERSAL que el Poder Judicial y la policía de Playa del Carmen le prestaron una pésima asistencia: “Tengo apenas el número de mi caso. No me dieron una copia de mi declaración, ni me informaron quién es el fiscal a cargo, ni quién hará el seguimiento. El sistema es muy frustrante”.
Mirallas había llegado a México en agosto, con una beca de intercambio universitario, y durante el segundo semestre cursó en la facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma del Carmen, en Ciudad del Carmen, Campeche. En su larga estadía visitó además Ciudad de México, Mérida, Puebla y Guanajuato; y en diciembre recorrió Chetumal, Bacalar, Mahahual, Tulum, Cancún y Playa del Carmen junto a un amigo. Tenía pensado volver a Argentina el 25 de enero.
El ataque se produjo en la noche del día de Navidad. Mirallas caminaba por la playa, a la altura de Playacar Fase I, y fue abordada por un hombre que se puso a hablarle: le contó que trabajaba en turismo, le preguntó si tenía novio y comenzó a fastidiarla. Ella acabó la charla y llamó por teléfono a un amigo –también argentino–, pero en ese momento el sujeto la sorprendió por atrás y la atacó, echándola al piso. Mirallas logró defenderse, tomándolo de la tráquea desesperadamente: es cinta negra en taekwon-do. “Pensé que me iba a violar y mi iba a matar, como le pasó a las chicas de Montañita”, contó, impresionada por el recuerdo, refiriéndose a María José Coni y a Marina Menegazzo, las dos argentinas asesinadas en Ecuador.
El agresor se fue corriendo y se perdió en la noche, y apenas pudo pedir ayuda a un vigilante privado, Mirallas llamó al 911. “Le describí al operador de 911 lo que me había sucedido y le dije ‘intento de violación’, pero a medida que la charla se desarrolló, él evitaba utilizar el término. Yo me enojé y le dije que había sido eso. Yo ya sabía cómo trataban a las víctimas de violación: iba a tener que seguir defendiéndome de la desestimación de mucha gente”.
¿Qué trato recibió de las autoridades locales?
El primer vigilador privado me condujo a una casilla, donde había otro que me dijo: “Y sí, la playa es peligrosa…”. Yo le respondí que no intentara decirme que era culpa mía que me hubieran atacado y él desistió de discutir conmigo porque me vio muy nerviosa. Luego vinieron mi amigo y su padre. Ambos estaban en un hotel, cerca. Cuando llegó la policía, me pidió la descripción de lo que había sucedido y del sujeto. Cuando les terminé de explicar, los agentes me preguntaron si no habría sido que quiso robarme. Yo estoy segura de una sola cosa: si no fuera una chica educada como he sido educada, atenta a un marco de feminismo y movimiento social como se da hoy en Argentina, tal vez hubiera dudado en muchos momentos. Tuve que decirles: “Estoy segura de que me quiso violar. Ese hombre me atacó mientras hablaba por teléfono, y podría haberme sacado la mochila o el teléfono, pero no lo hizo”. Para peor, el policía le pidió el nombre y el número de teléfono a mi amigo, en vez de pedírmelo a mí. Yo le dije que la víctima era yo. Pero me ninguneaban. Luego me pidieron que firmara un formulario… que estaba en blanco. Le dije a uno de ellos que no lo iba a firmar y le pedí que lo complete. Este policía le dijo al otro que yo no lo quería firmar. Yo me metí y le dije que eso no era cierto. ¡Me querían hacer firmar cosas en blanco y encima me acusaban de no querer cooperar!
¿Pudo buscar al agresor en la zona?
Sí. Los policías me ofrecieron subir a uno de los móviles para ver si lo encontrábamos, pero no querían que me acompañaran ni mi amigo ni su padre. “Van a venir los dos”, le dije a un policía. “Me intentaron violar hace 20 minutos y vos me estás diciendo que no me va a poder acompañar la gente que quiero”, seguí. Le pedí su nombre al agente y entonces sí permitió que subieran mi amigo y su padre. En el recorrido nos informaron que habían encontrado a un hombre, pero cuando lo vi, no era el que buscábamos. Era obvio que los policías ya se habían ensañado antes con él, porque le dijeron: “¡Ahora te dejamos ir, pero desaparece, que no volvamos a verte por la playa!”. Me dio la sensación de que era una mímica para demostrar que se estaban moviendo.
¿Cómo llegó a la fiscalía?
Los policías llamaron a un agente de la policía ministerial y éste me dijo que debía ir a hacer la denuncia a la fiscalía general, que está detrás del hospital general. En ningún momento me prestaron ayuda para llegar hasta ahí. Si hubiera sido una chica que se hubiera asustado, no me hubieran dejado decir siquiera que me habían querido violar. ¿Y qué hubiera ocurrido si yo, o mi amigo y su padre, no tenía 120 pesos para tomar un taxi?
¿Qué pasó una vez en la fiscalía?
Había una sola persona, en la sección de primera atención, que permanecía abierta las 24 horas. Tuve mucha suerte de que fuera una mujer. Recuerdo que tenía un colgante de una Estrella de David, y era el día de Navidad: ¡era la única persona que estaba en el edificio porque no festejaba Navidad! Ella me tomó la declaración y me escuchó atentamente. El lugar no era un sitio cerrado y eso es un problema: me imagino que una mujer cualquiera a la que le pegan todos los días no querría declarar y que todo el mundo la escuche… Antes de firmar mi declaración, hubo varios problemas de sistema para imprimirla correctamente y cuando pregunté si podía tener una copia, la mujer me dijo que iba a demorar tres días. Luego apareció la perito médica, que me hizo algunas preguntas para tener en claro qué intenciones había tenido el hombre. Tomó nota y me revisó. Me hizo fotos de la cara, que tenía hinchada por los golpes, y de la boca, donde él me había pegado para que yo me callara. Después de revisarme, la doctora me recomendó que fuera a un dentista. Me preguntó si tenía seguro médico; le dije que sí. Le pregunté si había algún psicólogo disponible, porque lo había leído en mi declaración de derechos. Me dijo que no.
¿Dónde pasó la noche?
Después de esperar un taxi media hora, fuimos hasta el hotel de mi amigo y su padre, y fue un drama hacer el check-in a esa hora. El empleado nos entendió, pero nos pidió que no le dijéramos a nadie, que nos lo hacía de favor. ¡Como si fuera un pecado mío que me hubieran atacado! Todo el mundo tapaba todo y nadie me hablaba claro…
¿Hasta dónde pudo seguir la causa?
Me asesoré con mi hermana, que es abogada y tiene amigos mexicanos abogados, y uno de ellos me recomendó que hiciera una solicitud de desahogo. Es un exhorto para que los investigadores siguieran buscando información. Cuando fui a presentarla, pocos días después, la oficina de ataques sexuales ya había cerrado y sólo estaba la oficina de guardia. Me quedé una hora esperando a que llegara mi turno y logré hablar con uno de los empleados. Él me dijo que conocía mi caso, que entendía que quisiera presentar la solicitud de desahogo, pero que debía hacerlo de día. Debería haberle insistido para que me la tomara. También le pedí una copia de mi declaración y no me la quiso dar. Ni siquiera pude averiguar el nombre del fiscal. Cuando le dije que me volvía a Argentina ya en pocas horas, me explicó cómo hacer para que mi amigo pudiera presentar la solicitud con un poder firmado por mí. Mi amigo fue al día siguiente, pero no lo quisieron dejar entrar a la oficina porque él no había sido la víctima. Discutió con la empleada que lo atendió y le dijo que yo ya me había regresado porque estaba muy mal, pero la mujer casi le rompe la solicitud que yo le había firmado y lo trató muy mal. Él le preguntó cómo se llamaba y ella no le quiso dar su nombre: le dijo que el hecho de que ella le estuviera hablando era extraoficial y lo echó de la oficina. Es muy duro saber que no vamos a tener una respuesta positiva.
¿Qué la llevó a grabar el video que se viralizó?
Una de mis hermanas, que es abogada y trabaja en el Poder Judicial, me dijo que le demostré a un hombre que las mujeres sabemos defendernos. Y me propuso hacer el video porque había visto uno de una chica inglesa. “Imagínate, si ella llegó a mí, vos también podés llegar a mucha gente”, me dijo, y la verdad que tenía razón. “No puedo dejar que la gente lo explique por mí; tengo que decirlo yo”, pensé. Me escribieron muchas chicas que han pasado por situaciones de violencia y que no dijeron nada porque sentían culpa por eso; chicas de México, de Argentina, de Chile, de Paraguay, de Uruguay… Tenemos que hacer algo por ellas.
¿Alguna vez había tenido que defenderse de un ataque callejero?
No. Y nunca pensé que iba a tener que hacerlo. Yo iba a clases de tae-kwon-do porque me gustaba y me divertía, iba para hacer deporte, pero ¿qué hubiera pasado si en vez del taekwon-do a mí me hubiera gustado tocar la guitarra? No la hubiera contado esta vez… De todas maneras, ese no es el punto. El punto es que ninguna mujer debería estar preparada para un ataque porque no debería haber ataques.