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Jalpan de Serra.— Luego de 10 años fuera de México, regresar es la alegría más grande para Simón Velázquez y la familia que lo espera. Elidio, su hijo, quien es mudo, se fue con él para trabajar como carpintero en Columbus, Ohio. Usa con tanto entusiasmo sus manos que parece que quiere volar para abrazar y saludar a todos los que lloran de alegría por su regreso. Recorrieron 875 kilómetros desde Laredo, Texas, con otras 700 camionetas para este encuentro en Jalpan de Serra, en Querétaro.
La Caravana Migrante, que llegó con miles de paisanos que quieren pasar la Navidad y Año Nuevo con sus familias mexicanas, es un esfuerzo colectivo para disminuir un poco los muchos riesgos que los migrantes tienen que correr para volver a ver a los suyos. Luego de sentir los abrazos por los que viajó 17 horas, Simón sólo quiere pensar positivo.
Aunque desde hace 30 años trabaja en Estados Unidos, nunca ha regularizado su situación migratoria. La llegada del presidente electo de ese país, Donald Trump, y sus promesas de expulsar a todos los inmigrantes, no le causa mayores temores, o por lo menos, eso es lo que dice en su primera noche, luego de tantos años sin México.
“Está mejor andar así, porque con papeles y todo eso a uno lo monitorean donde quiera”, se justifica Simón. “Simplemente si va a sacar a la gente se va a quedar en la quiebra, se va acabar todo”, piensa el carpintero.
Para Simón es un triunfo entregar los “muchos regalitos” que trajo desde Estados Unidos para sus familiares. Igual que la de Simón, las otras camionetas que llegaron a Jalpan se ven repletas de electrodomésticos, juguetes, muebles, ropa e incluso algunas parecen una mudanza completa. Por eso, para los miles de migrantes que desde hace siete años se organizaron para llegar en caravana, resulta indispensable la protección que las autoridades mexicanas les brindan en todo el camino.
Aunque la Caravana Migrante nació en 2010, tras los descubrimientos de las fosas con cientos de cadáveres en San Fernando, Tamaulipas, los paisanos no sólo temen que la delincuencia organizada frustre su camino.
Nemesio Sánchez también viajó de esta forma para ser resguardado por la Policía Federal, Ángeles Verdes y Policía Estatal de San Luis Potosí, Tamaulipas, Querétaro, Guanajuato, Zacatecas, Michoacán y Nuevo León, pero su mayor desconfianza precisamente es contra los funcionarios.
“Todos los trabajadores y empleados de gobierno hacen lo mismo, lo que intentan es quitarnos lo que traemos, aunque a veces dicen que son otro tipo de gente, pero ellos aprovechan la oportunidad”, asegura Nemesio. Confirmar las sospechas de Nemesio no es posible en la estadística. Hace una semana, el diputado potosino Alejandro Segovia grabó con su celular lo que aseguró era “un retén ilegal” en la Carretera 57 que conecta a San Luis Potosí con la frontera.
La Secretaría de Hacienda y Crédito Público había decidido revisar los vehículos con placas extranjeras que circulaban por la zona, a pesar de que ya habían pasado por la aduana.
Tras la denuncia el retén fue retirado, y el legislador ofreció un número celular para que los paisanos denunciaran extorsiones y agresiones; sin embargo pueden pasar varias horas para que alguien atienda las llamadas y quejas.
Pero Simón y su hijo Elidio no quieren recordar ninguno de estos riesgos; mucho menos ahora que Johana, su sobrina de 10 años, logra captar su atención al decirles su nombre con el lenguaje de señas que aprendió en la escuela.