Surgido en Europa hace más de 250 años, el oficio de subastador es algo poco común en el norte de México, pero en Nuevo León se mantiene vivo como fuente de empleo y para expender todo tipo de productos, particularmente antiguos, los cuales “entre más historia tienen, más valen”, comenta Guillermo Garza Fernández, director general de GIMAU, Casa de Subastas.

Expresa su orgullo por dedicarse a esta actividad, donde ponen su servicio al vendedor y dan el justo valor del producto a disposición del mejor postor. “La casa de subastas es algo muy poco común en México, el oficio de la casa de subastas nació en Europa, hace aproximadamente 250 años y es un oficio en Europa, como el de zapatero”, señala en su establecimiento ubicado en el municipio metropolitano de San Pedro Garza García.

“Te encuentras las casas de subastas en cualquier parte, nosotros, aquí en Monterrey, somos los únicos, mil kilómetros a la redonda no existe otra casa de subastas, lo que hace la casa de subastas como si fuera tu propio empleado”, señala.

El poco progreso del oficio atribuyó: “número uno, como valuador de casa de subastas de mi área, como experto en joyas, todos los comerciantes prefieren primero ellos buscar una utilidad, en vez de buscar una utilidad para el público”.

Otra complicación para una casa de subastas es que “necesitas un grupo de expertos iguales, que piensen siempre en cómo ayudar a la gente, para que el público sea el dueño de la utilidad que se pueda generar”, expone.

El valuador de joyas, relojes, entre muchas otras antigüedades, explica la esencia del oficio, “que es seguir aquella tradición europea de comercializar las cosas de manera equitativa al mejor postor”.

“Este es un oficio que inició en Europa hace aproximadamente 250 años, empezó precisamente cuando una familia adinerada tenía la necesidad de repartirse las cosas de una manera equitativa… comercializándola y repartiéndose el dinero en partes y centavos iguales, para una mejor distribución”, cita.

Abunda que “como casa de subastas, para seguir esta usanza europea, de alguna manera nuestro trabajo es precisamente valuar los objetos, para ello tenemos un grupo muy importante de expertos para cada producto determinado”.

Tras valuarse los productos, explica Garza Fernández, “sacamos los valores de mercado de lo que puede suceder, una vez que se tasan esos productos por nuestros expertos, viene el proceso siguiente, que es la comercialización, mediante la subasta al mejor postor”.

“Aquí es donde se imprimen catálogos, se hace todo un evento, se invita a coleccionistas y público en general donde puedan ver este museo viviente, porque son piezas que viven y uno lo puede comprar, viene después el evento de la subasta, donde puede uno comprar esos productos, empieza la oferta para entregarse al mejor postor”, agrega.

“Este proceso es la manera más rápida de hacer ricas a las personas del público en general, porque al acercarse a una casa de subastas, nuestro trabajo es generarles el mayor valor de su producto y eso es lo que produce riqueza en la gente, de manera contraria a lo que sucede cuando alguien quiere vender un producto”, expresa.

Lo anterior, dice, “porque siempre que quiere vender uno el producto, resulta que te dan lo menos posible y a través de la casa de subastas esto se convierte al revés, donde se vende al mayor precio posible de mercado y a coleccionistas directamente, que es un mercado difícil de acceder, a menos que conozca uno a algún coleccionista”.

A lo largo de este tiempo, refiere Garza Fernández, le ha tocado subastar piezas del emperador Maximiliano y su esposa, Carlota; la antorcha olímpica utilizada en los Juegos Olímpicos de 1968 y hasta un Cristo de marfil filipino que se elaboró entre los siglos XVII ó XVIII, el cual correspondió a una comunidad de religiosas.

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