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Sus muros no podrían hacer mejor honor a su nombre. En esas dos pequeñas habitaciones hechas de barro se guarda igual o más historia que en muchos grandes edificios de todo México. Ahí fue Palacio Nacional, cuarto de guerra, mesa de negociaciones, hizo las veces de hospital y hasta de cocina para las tropas revolucionarias.

Es la Casa de Adobe, un pequeño recinto formado por dos habitaciones y situado justo a cuatro metros de los límites con Estados Unidos. De hecho, en esa región no existen mallas o muros y se puede pasar caminando al vecino país sin mayor problema.

Ahí, Francisco I. Madero negoció los tratados de paz que más adelante se firmaron en la ex aduana de Juárez y que llevaron a la posterior rendición del presidente Porfirio Díaz, hecho que dio un cambio vital al rumbo de la Revolución Mexicana en el año de 1911.

También en este pequeño lugar el general Francisco Villa y Pascual Orozco definieron la estrategia militar para la toma de Ciudad Juárez, Chihuahua, una de las grandes batallas de la gesta revolucionaria.

La Casa de Adobe se sitúa a unos dos kilómetros al noreste de Juárez. Para llegar hasta ahí se debe pasar por una de las zonas más pobres de la frontera, luego atravesar por algunas calles sin pavimento, donde incluso en estos días se ha formado un arroyo de aguas negras y la hediondez es insoportable.

Al lugar llegan todos los días turistas de diversas regiones de México, y con cierta regularidad viajeros de otras latitudes y de lugares tan apartados como Asia.

“El museo lo administra el municipio, pero el camino se ubica sobre terrenos federales por ser la zona de limites internacionales. Ojalá que la Federación pudiera apoyarnos con una entrada en mejores condiciones para que más turistas tengan la oportunidad de conocer un lugar tan importante para la historia de nuestro país”, comentó el director de la Casa de Adobe, Alfredo Figueroa.

En una de las habitaciones de la casona hay dos camas originales de tiempos revolucionarios, para recrear las que se supone que usaron Francisco I. Madero y su esposa durante el tiempo que ahí se hospedaron. Aunque el propio Figueroa reconoce que en realidad el líder político decía vivir ahí para motivar a las tropas, pero se iba todas las noches a dormir en un hotel de El Paso, Texas, ciudad que se ubica apenas cruzando el río Bravo.

De hecho, Francisco I. Madero tenía en la Casa de Adobe un teléfono, gracias a una línea que se tendió precisamente desde territorio de Estados Unidos. Por esa vía se mantenía en contacto con Porfiro Díaz para negociar su renuncia, con sus partidarios en la capital del país, y también, se dice, con el gobierno de Washington para que siguiera patrocinándolo en la revuelta.

En la casa-museo también se han colocado decenas de fotografías históricas, así como utensilios y armas de la época revolucionaria.

Corría el año de 1911, cuando ahí acampaban las tropas villistas y a unos cuantos metros, en territorio estadounidense, se concentraban decenas de “gringos”, quienes desde allá veían como una curiosidad a los soldados mexicanos.

Hoy, esta zona de Ciudad Juárez está deshabitada, pero la Casa de Adobe está ahí para recordar los pasajes históricos que se escribieron con sangre de los revolucionarios, pero también para que no se olvide que mucha de esa historia, al igual que el teléfono de Francisco I. Madero, primero viraba hacía Estados Unidos y luego ya se asentaba en suelo mexicano.

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