En esta ciudad la gente ha perdido la dicha de tomarse “una copa de pozole y una cazuela de mezcal”, y salir de fiesta hasta las cinco de la mañana. Extraña las caminatas nocturnas con olor a jacarandas, la solidaridad vecinal y la confianza. Antes su dicho era “con sólo probar su pan-cemita y té de toronjil, los foráneos se quedaban a vivir aquí”.

Hoy se vive con temor y precaución en esta ciudad, sede de los Poderes del estado. En lo que va de 2016 han ocurrido 160 homicidios dolosos: 22 en agosto, mientras que en junio, el mes más violento hasta ahora, fueron 32.

Las muertes se dan a plena luz del día: el 19 de agosto asesinaron de un balazo en la cabeza a un maestro del Instituto Tecnológico de Chilpancingo y el 11 de junio perdió la vida Juan Carlos, de 27 años, hijo de una trabajadora de la Comisión Estatal de Defensa de los Derechos Humanos, al recibir 12 balazos por resistirse a un secuestro cuando salía de un antro.

Jacqueline Vázquez, mamá de Juan Carlos Anguiano Vázquez, ha pasado los tres meses más terribles de su vida desde aquella llamada a las 6:00 horas donde le dijeron: “tu hijo está muy grave en el hospital, lo hirieron”. Habían transcurrido sólo unos minutos del ataque.

A las 6:30, el chico, ingeniero químico industrial, quien comenzaba una pequeña empresa y se acababa de comprar un carro, murió porque le descargaron toda la pistola calibre 9 milímetros. A tres meses de distancia, no hay avances en las investigaciones de la Fiscalía General del Estado (FGE). Jacqueline reconoce que no se dan abasto con tantos casos, pero denuncia que no hay culpables tras las rejas, ni justicia.

Se siente enojada y decepcionada. “La gente ha perdido la capacidad de asombro. Todos los periódicos y portales sacaron la foto de mi hijo. La gente está ávida de violencia. Los niños juntan su dinero para comprar el periódico donde hay fotos de muertos. Ven con naturalidad la delincuencia. Hasta dicen: ‘¡Uy, nada más un muerto!’”.

Tres días después fue encontrada una manta atribuida a la delincuencia organizada en la colonia San Juan; en ella hacían referencia al joven y a la guerra entre grupos criminales: “No tiene que morir gente inocente como Juan Carlos Anguiano Vázquez”.

El 11 de julio, en la colonia del PRI, otro chico murió desangrado porque la ambulancia no llegó a tiempo. Minutos antes de medianoche pistoleros dispararon contra un grupo de jóvenes que departía en un negocio de cervezas. Este ataque le costó la vida al adolescente, estudiante del Colegio de Bachilleres.

La violencia ha cambiado los códigos de conducta: por protocolo de “sobrevivencia”, ninguna ambulancia llega a las escenas antes de que llegue la policía; hay halcones en las esquinas; ya no se puede hablar con libertad ni en las calles ni en los taxis. La gente miente cuando le preguntan a qué se dedica. No se dice “narcotráfico” ni “narcotraficantes”, por referencia es “maña” o “esa gente”.

Entrevistados por EL UNIVERSAL, profesores, amas de casa, periodistas, historiadores y empresarios coinciden en que la época de violencia comenzó desde hace ocho o 10 años, cuando apenas sonaba el Cártel de la Sierra y las pugnas entre otros grupos delincuenciales.

A una década de los primeros hechos sangrientos, Chilpancingo, junto a Chilapa, Iguala, Coyuca de Benítez y Acapulco —en este último se han reportado más de 700 muertes en lo que va del año—, forman parte de los 50 municipios más violentos del país y en los que se aplicará la estrategia acordada en el Consejo Nacional de Seguridad para disminuir crímenes.

El historiador Agustín Castañón, de 80 años, recuerda otro Chilpancingo: el de las familias tradicionales como los Alarcón, Adame o Calvo. Cuenta que el agua se almacenaba con canalejas de barro en los años 20. No había luz. Los niños nacían con parteras, había 9 mil habitantes y “los pleitos se reducían a mentadas de madre”. La ciudad tenía árboles frutales y casi todos los vecinos se conocían.

El Chilpancingo de antes se recorría en 20 minutos: “Las casas eran chicas... de 6x6, la gente descansaba con sus respectivas hamacas, cocinaba con leña”. Todo fue creciendo: los edificios, las casas y la globalización, que, en su opinión, trajo también desgracia. “Hace 10 años todavía se podía caminar de la terminal de autobuses a casa hasta las 11 de la noche. La gente respetaba. ¡En estos tiempos ni pensarlo!”.

El antes y el después

Desde el 26 de septiembre de 2014, con la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa, la gente percibe un antes y un después en la historia de Guerrero. La capital no es la excepción. Un mes después de esos hechos sangrientos, organizaciones sociales instalaron un plantón en el Zócalo para exigir justicia. Ese espacio público ocupado hasta la fecha enrareció la cotidianidad y durante un año la administración municipal pasada reconoció el aumento de robos en el centro.

Periodistas de Guerrero coinciden en que sus coberturas más impactantes en la época de violencia comenzaron desde hace ocho o 10 años. Recuerdan noticias como la del 11 de diciembre de 2008, cuando hubo nueve decapitados: ocho militares y el ex subdirector de la extinta Policía Judicial, Simón Wences.

Un año después, el 10 de diciembre de 2009, frente a la secundaria Raymundo Abarca Alarcón, aparecieron los cuerpos descuartizados de cuatro hombres con una cartulina firmada por El jefe de jefes. El hallazgo ocurrió a las 5:30 horas y aterrorizó a los vecinos de la colonia Tequicorral, donde está la secundaria. Ese día se suspendieron las clases.

Sonaba apenas el Cártel de la Sierra en 2010 cuando se halló un mensaje de ese grupo junto a tres decapitados en la alameda central Francisco Granados Maldonado, a pocos metros de las preparatorias 1 y 9 de la Universidad Autónoma de Guerrero.

“Ha cambiado la forma de reportear la nota roja. Antes era apasionante porque investigabas a fondo si mataban a una persona. Tenías la posibilidad de ir a su casa, hablar con los policías, preguntabas las causas. Ahora no porque los homicidios tienen que ver con el crimen organizado y es un riesgo. Te remites al hecho”, comparte Zacarías Cervantes, periodista desde hace más de 30 años.

La Secretaría de Seguridad Pública Municipal reporta que el mes más violento en lo que va del año ha sido junio, con 32 homicidios dolosos; seguido de enero y julio, con 26 muertos, y agosto. Según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, que depende de la Secretaría de Gobernación (Segob), en julio ocurrieron en el estado hasta mil 267 homicidios dolosos; Chilpancingo representa poco más de 15% de la tasa de asesinatos.

Aunque Acapulco es la ciudad con la mayor tasa de homicidios dolosos del país (representa casi 50% de las ejecuciones perpetradas en el estado); Chilpancingo, el segundo municipio más grande después del puerto con casi 300 mil habitantes, es considerado por la Fiscalía General del Estado como un foco rojo de pugna entre grupos del narcotráfico.

El negocio de la muerte

El empresario Francisco Osorio, presidente de la asociación civil Levantemos Chilpancingo, considera que desde 2010 ha cambiado la cotidianidad en la capital. Los códigos de conducta se han modificado por el miedo que la gente tiene a los grupos delincuenciales, que han extorsionado, robado, matado y provocado el éxodo de dueños de negocios y de gente que ha huido de la violencia. “Está roto el tejido social y la solución es recuperar la pérdida de valores, buscar sensibilización”, advierte.

Menciona que los tipos de ejecuciones muestran que la delincuencia organizada se ha descarado. De cuatro años a la fecha, integrantes de su organización, que ha criticado la gestión municipal del actual alcalde Marco Leyva, ven que el problema de inseguridad se ha agravado. Asegura que desde el 1 de marzo de 2014, cuando ingresó la Policía Federal a la ciudad, los 115 policías para los más de 190 mil habitantes no tienen coordinación con la federación.

En los periódicos citadinos lo que más destaca son los muertos. “Un solo muerto debe ser fracaso de la sociedad… nadie nace malo”. Otro factor que ocasionó la descomposición social es la falta de crecimiento económico, “nunca ha habido industrias y los negocios locales siguen sin potenciar sus posibilidades, 90% no usan la tecnología y siguen detrás de un mostrador”.

Desde el Tratado de Libre Comercio en 1994, recuerda, con la entrada de las grandes cadenas comerciales, aminoraron los negocios locales y el crecimiento, pero nunca habían vivido tiempos tan violentos. Cerraron tiendas pequeñas y en la capital hay sólo 57 locales de Oxxo.

En este año hay una percepción mayor del cierre de negocios. “Caminas por las calles del centro y ves renta de locales, cortinas abajo donde había negocios”.

Recuerda que en los años 70 se escuchaba el movimiento hippy, pero nadie mataba por drogas. Los asustaban con el viejito del costal e iban al cine Jacarandas. Se divertían en las tardeadas y no había restricción de horarios por violencia. En el periodo del ex gobernador Alejandro Cervantes, de 1981 a 1987, la peor noticia con la que amanecieron fue el asesinato de una niña; hecho que ya es común: este año han sido asesinadas 14 mujeres en Chilpancingo.

Los empresarios duplicaron sus esquemas de seguridad. Colocaron cámaras y capacitaron a empleados para disparar armas de fuego, incluso los mismo dueños aprendieron. Se comunican por celular constantemente. No saludan a casi nadie. No confían en nadie y todo se consulta por señas en temas delicados.

Comerciantes coinciden en que el negocio de la muerte, como funerarias, servicios de seguridad y pago de sacerdotes, es el único favorecido; la economía de los demás no es rentable. Ha habido despidos masivos.

Osorio ve una contingencia social al igual que el historiador Agustín Castañón: “Lejos quedaron esos tiempos en los que se recorría Chilpancingo en 20 minutos y se robaban a las mujeres a caballo o se dejaban robar, recorriendo aquellas calles empedradas. Sólo había cuatro barrios, no había colonias ni crímenes”.

El Güero Sol, un personaje capitalino que ya falleció, hace unos 50 años podía ser considerado el único alborotador, aunque sólo lo enviaban a la cárcel por gritar frente al Palacio de gobierno que allí estaban los rateros. Ahora la espiral de violencia crece en Guerrero y en la capital: en 2014 se registraron mil 514 homicidios, en 2015, el reporte fue de 2 mil 16.

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