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Chucho-Chucho ya no es la estrella del cine mexicano que solía ser en los 70. El famoso chimpancé que compartió créditos con actores como Ramón y Germán Valdés Tin Tan, los hermanos Humberto y Miguel Gurza, Andrés García, entre otros; aquel gracioso que fumó, bebió cerveza y ganaba partidas de dados en las películas de Chanoc, comparte un refugio de unos 10 por cinco metros en el área de primates del Zoochilpan con Patricio.
Son las 10 de la mañana. Chucho-Chucho —que de acuerdo con los veterinarios del zoológico, rebasa los 60 años de edad— y su compañero Patricio, un chimpancé 25 años menor que él, están ansiosos por su única comida del día: papaya, plátanos, verduras y huevos cocidos. Desde que llegó, cuenta don Efrén García, un empleado que lo recibió en 1993, ya no es feliz ni gentil; se agobia.
En el área de primates se escuchan los chiflidos desesperados de Patricio, cinco monos araña, tres lémures y un mono patas. El chimpancé se engenta al minuto de ver al director del zoológico, Humberto Guzmán, a dos de los veterinarios y a unos visitantes. Después de que Patricio recorre a prisa el área de concreto y se estrella contra la pared, Chucho-Chucho baja de la punta del palo en el que está y lo imita.
Tulio Estrada Apátiga, quien fue director del Zoochilpan durante 12 años, calcula que Chucho-Chucho debe rondar por los 65 años y que le queda poco tiempo de vida, porque en cautiverio un chimpancé —que comparte un 98% de información genética humana— llega máximo a 60 años de edad, pero reconoce que ya vivió mucho más de lo esperado.
El célebre primate, una de las principales atracciones del Zoochilpan que resguarda 400 animales de 40 especies, llegó a finales de 1993 a Chilpancingo, cuenta el veterinario. Luego del anuncio en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari de la construcción del Centro Nacional de las Artes en donde estaban los Estudios Churubusco, fue recibido en el bestiario.
Dice que una de las condiciones que puso como director en ese entonces, fue que el gobierno federal pagara el traslado en una jaula especial, porque ya era agresivo. Chucho-Chucho fue uno de los más de 100 ejemplares, entre felinos, serpientes y aves propiedad de los hermanos Gurza, expulsados de los estudios y algunos de ellos, acomodados en distintos zoológicos del país; todos era estrellas de cine afamadas en películas como “Tarzán”.
“Conforme van creciendo los chimpancés se vuelven intolerantes y el manejo humano es complicado, crean resentimientos; porque cuando (Chucho-Chucho) vivía en Churubusco compartía con otros animales y estaba hacinado”, explica. En Chilpancingo su suerte no cambió tanto porque le construyeron sólo una pequeña choza de madera, modificada con concreto adaptada para alojar a más monos.
Comparte que Hugo Stiglitz, actor, productor, guionista y director de cine mexicano, le llegó a contar que Chucho-Chucho fue su actor en “Robinson Crusoe” y “Viernes en la Isla Encantada” y lo fue a visitar; además, su aparición en “Chanoc en las tarántulas” le generó muchas simpatías entre el público en 1971. En ese tiempo compartió crédito además de Tin Tan, con Vitola, Anel y Ramón Valdés.
“Chucho-Chucho vivía en la Ciudad de México en un cuarto de 2x2 y aquí se adaptó”. Aunque no lo ha visto desde hace varios años, considera que debe tener algunos problemas de alopecia, digestivos y vista cansada. El veterinario José Antonio Vélez Calvo, en las instalaciones del zoológico, precisa que está bien del estómago porque su dieta es muy rigurosa; sólo le dan carne de pollo en ocasiones.
“Un coco se rellena de fruta con miel y mijo, es un grano como sorgo”, es un alimento enriquecido para Chucho-Chucho que le permite seguir corriendo, brincando y haciendo corajes como cuando recién llegó, explica.
Antes se encontraba cerca de la gente y había ocasiones en las que le daban cigarro; fumaba como humano y tomaba café, cuenta Vélez.
“Cuando tiene miedo, estrés por el sonido de cohetes o por algún sismo, toca su puerta con insistencia para entrar a su refugio donde se siente seguro”, admite.
Efrén relata que nadie se mete con Chucho-Chucho ni con Patricio, pues ambos son agresivos. “Dicen que antes lo manejaban, que trabajaban con él, pero nosotros aquí ya no pudimos, ya no nos arriesgamos, vimos la intención que tenía de atacar, está como enojado, mordió hace años a un trabajador”.
Mientras el trabajador platica sobre el comportamiento de los primates, Patricio grita y lanza una piedra que casi descalabra a un niño. Chucho-Chucho le sigue y avienta un pedazo de tronco. “¡Mira el pinche Patricio!”, señala uno de los visitantes. El chimpancé sigue con el espectáculo de vueltas y choques contra la pared.
Chucho-Chucho prefiere comerse los dos plátanos que llevaron los médicos para demostrar cómo pela la fruta como humano.
Efrén está seguro que ya olvidó cuando fue actor y lucha por sobrevivir. Muestra los espacios en su piel que estaba tupida de un pelaje negro intenso, huecos por la calvicie. Le pide que aviente un beso: enfadado de hacer esa gracia, para la trompa ante la insistencia y se queda quieto en su palo, al cual ya subió tres veces y bajó, en los pocos minutos de la visita.
En la tarjeta informativa del zoológico se indica que los chimpancés provienen de África ecuatorial desde Guinea hasta Tanzania, su estatus de conservación está amenazado y su hábitat se ubica en las espesas selvas tropicales y las sabanas húmedas, nada que ver con el pequeño charco de agua artificial y el pedazo de concreto que es su casa.
Todas las noches lo encierran en un cuarto de no más de un metro cuadrado a donde meten a todos los primates antes de que oscurezca.
Es una mañana de viernes y hay poca gente en el Zoochilpan. En un recorrido de EL UNIVERSAL se observa cómo en el parque de dos hectáreas, que recibe en promedio de dos mil 500 a tres mil personas a la semana —y en temporada vacacional casi el doble— los animales viven en espacios reducidos. Vélez y su compañero Román Manzanares, dos veterinarios del lugar, admiten que “hay sobrepoblación”.
El director del lugar, Humberto Guzmán, considera que hace falta una pareja para el dromedario o una para el canguro que acaban de adquirir en 65 mil pesos, pero hay poco presupuesto para mejorar el parque.
El zoológico se sostiene con 5 millones de pesos al año. Los recursos del cobro de 10 pesos por persona se van a una cuenta que maneja la Secretaría de Finanzas. De los 5 millones de pesos, destinan dos millones en la compra de alimento para animales (entre fruta, verduras, aditamentos, vacunas y medicinas; el resto es para el mantenimiento del sitio y el pago de empleados.
Estrada, Efrén y los veterinarios coinciden que un animal siempre será más feliz en su hábitat pero corre el riego de vivir menos.
El ex director del zoológico critica que además nunca se le haya destinado un presupuesto para mejorar el parque donde también hay felinos. “No hay gente especializada en el manejo del lugar que cumpla con el cuidado adecuado de los animales y genere investigación”.
Tan sólo para los chimpancés hacen falta algunas terapias ocupacionales, dice el también ex titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales. Lamenta el poco presupuesto para la preservación de especies y la naturaleza, lo cual trae consecuencias directas para animales como para Chucho-Chucho.
Cuando la gente se va del área de primates, Chucho-Chucho se baja por tercera vez de su palo, busca la cáscara del primer plátano que se comió y se las arroja. No brinca bonachón como en “Chanoc: Aventuras de Mar y selva”. Quizá, dice Efrén, al único que tolera es a Patricio, de quien a veces sienten, no se aguanta ni él mismo: “el año pasado se escapó, se brincó la malla eléctrica que estaba apagada y se fugó unas horas. Lo recuperó Protección Civil; ya andaba entre la gente… Chucho ya no hace eso, está viejito, sentimos que ya no nos va a durar tanto”.