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estados@eluniversal.com.mx
Phoenix.— Sacar a sus hijos de seis y siete años de edad, de la fuente de contaminación fue la única opción de Maricela Mejía Padilla. Migró de Baviácora, luego de que los menores empeoraban día a día por envenenamiento con cadmio, cobre y manganeso en la sangre, producto del derrame de tóxicos al río Sonora por parte de la mina Buenavista del Cobre, filial de Grupo México.
Sus dos hijos forman parte de las estadísticas de personas afectadas en la salud, reconocidas por la Unidad de Vigilancia Epidemiológica y Ambiental de Sonora (UVEAS), ubicada en el municipio de Ures.
La mujer de 38 años comenta que a duras penas sobreviven con una familiar de su difunto esposo; y haciendo costuras y tortillas de harina para vender.
Sus hijos han tenido que adaptarse a otras costumbres, a ir a escuelas donde les hablan en inglés, y a su corta edad también les ha tocado sortear tiempos difíciles. Aún no se acostumbran, apenas tienen nueve meses viviendo en Phoenix, Arizona, por prescripción médica tuvieron que salir de Sonora.
Nicole, de seis años, comenzó con problemas en los riñones y dolores en la espalda; en tanto Alfredo, de siete años, presentó malestares en los riñones y sufría dolores de cabeza por niveles elevados de manganeso; además tuvo una adaptación de lentes; ambos, sufrieron afecciones en la piel y caída de cabello, entre otras complicaciones.
Los niños tienen tres estudios toxicológicos por parte de la UVEAS y otros tres que les realizaron en forma particular, todos arrojan los mismos resultados: están contaminados con metales venenosos.
“El proceso de ellos por los hospitales ha sido muy difícil, tuvimos que ir hasta la Ciudad de México, están cansados de los hospitales y de las muestras de química sanguínea”, detalla Maricela.
A manera de descanso para los menores, optó por desarraigarlos y sacarlos del estado, dejando atrás a su familia y seres queridos.
“No he bajado la guardia, se les dio una clase indemnización, la cual se entregó a todas las personas que estuvieran o no afectadas, una burla para lo que ellos —los integrantes del Fideicomiso Río Sonora— piensan que pudiera ser la cura para un problema”.
Gastó en estudios particulares, pero no alcanzó el dinero, y el gobierno federal, responsable de darles un seguimiento a los males, les ponía trabas.
“Decían que cumplían, pero no fue suficiente, en un caso de enfermedad tenían incertidumbre del diagnóstico y dudaban que fuera real hasta que los estudios corroboraron que mis hijos traían metales en la sangre”, expresó.
Nos venimos para acá pensando que podría haber otras opciones para que tengan un seguimiento neutral.
Desde el extranjero, recriminó a las autoridades que empeñaron su palabra en ayudarla y no lo hicieron. “No fue cierto, batallamos mucho, eso da mucho coraje, la gente afectada no han recibido la atención que merece”.