El brillante color miel, su tamaño medio, fuerte, sólido, robusto y compacto le daban una fina figura a la perrita, pero esa belleza quedaba atrás cuando cualquier hombre, mujer, niño o animal se le acercaba y se transformaba en un labrador de pelea.
Pirueta tenía todos los atributos contrarios a su raza, caracterizada por ser disciplinados, pacíficos, mansos, amigables, tranquilos, alegres, obedientes y dóciles; era habitual verla con el pelo erizado, los dientes fuera de sus labios, los gruñidos en su máxima expresión y lanzando dentelladas a diestra y siniestra.
La perra de escasos dos años, no sólo estaba a punto de ser echada a la calle, sino también de pasar por la plancha de un veterinario para ser sacrificada. Hoy, a la distancia de aquellos años azarosos, se ha convertido en una terapeuta de niños con síndrome de Down, epilepsia y con severos problemas de conducta.
El animal rescatado de una jaula en un taller mecánico de la ciudad de Puebla, pasó de ser el peor perro del mundo a uno que arranca sonrisas a niños con Down, que controla los episodios violentos de menores con autismo y que logra aminorar los berrinches de hijos incontrolables. Con su pura intuición y con el respaldo de una sicóloga y educadora, se ganó el título de terapeuta.
“Alguien le cambió el disco duro”
El mecánico hablaba pestes de la perra. “Mi hijo me la trajo y me la enjaretó”, se quejaba. La tenía encerrada en una perrera de un metro de alto por dos de largo y ahí permanecía junto con nueve de sus cachorros.
—La voy a echar a la calle—, sentenció aquel hombre cansado de los agresivos episodios de esa labrador. Un médico veterinario, cliente del taller, escuchó la advertencia y decidió volver al lugar con una jaula para transportar al can que ni nombre tenía.
Los cachorros de inmediato fueron dados en adopción y el precioso animal fue a parar al patio de la vivienda del veterinario Pablo Candias, donde su esposa cumplía una de sus mayores tareas: lavar ropa.
A una hora de la llegada de la labrador, la mujer exigió que sacaran al animal de la casa. El nuevo dueño de la perra se encontró con el peor escenario: hoyos por doquier, tierra regada, ropa en el suelo y prendas de vestir revolcadas.
No hubo más remedio que llevarla con uno de los mejores entrenadores de Puebla, Gabriel Huerta, con 16 años de experiencia y especializado en entrenar canes para viviendas, seguridad e incluso detección de drogas.
“Me dije: es un labrador, está fácil”, recuerda el especialista. Acostumbrado a tratar con razas más duras para entrenamiento de control de orden público, detección de sustancias ilícitas y de rastreo. Creyó que sería pan comido.
“Resultó que no. Era una perra que no aceptaba que nadie la tocara. No podía ser que un perro tan bonito, que generalmente es muy amables, fuera tan violenta”, recuerda.
Con su experiencia, detectó que tenía una conducta agresiva por defensa más que por ser belicoso natural. En su corta vida la perra aprendió que mientras más pendenciera era, más la dejaban en paz y su encierro también fue factor. Se determinó impulsar el reforzamiento positivo o conductivo como tratamiento urgente. Si hacia algo bueno, obtenía una recompensa.
Durante el primer mes fue como si estuvieran entrenando a una piedra, ni para atrás ni para adelante. Estaban a punto de ponerla en adopción o dormirla porque era incontrolable.
“Algo pasó, alguien la reseteó, le cambió el disco duro, no sé qué pasó, a lo mejor un rayo divino, pero de repente empezó a seguir órdenes y comandos”, relata su dueño, el veterinario Pablo.
Su esposa, la misma que había decidido correr a Pirueta por arruinarle su patio y la ropa lavada, invitó al can al preescolar donde era directora. El animal fue colocado en medio de 50 infantes, fue sometido al desafío más grande de estrés y fue tal su shock que amó a los niños.
Encontró su vocación
De manera natural, Pirueta se acercó a ese niño que se autoagredía como un proceso de autoestimulación; se golpeaba contra la pared mientras se balancea. El menor enfrenta Trastornos del Espectro del Autismo.
De manera muy lenta, pegaba su peludo cuerpo al del menor y cada vez que éste se golpeaba con las manos, el animal trataba de controlarlas con movimientos leves. Aprendió a leer a los pequeños con autismo.
En una estereotipia con una conducta autolesiva, el niño no siente dolor, sino una estimulación, por lo que en algunas ocasiones se muerden las manos, se arrancan cabellos, pestañas y cejas. Pirueta lo entendió y aprendió a calmar los episodios violentos de los niños y a frenar una pérdida completa de autocontrol, incluyendo el producirse daño a sí mismo y a terceros. Al principio, fue la intuición que la llevó a ayudarlos, todo con la ayuda de una sicóloga y educadora, amiga y familiar del dueño de la perra.
En una exhibición en un centro comercial, en el lugar una niña con síndrome de Down y en silla de ruedas observaba a los animales. Pirueta se alejó del resto de los canes y de su amo y fue a pararse al lado de ella. Ambos se acariciaron y el rostro de la nena se transformó. Fue cuando se dieron cuenta que Pirueta tenía el don para mejorar cuestiones afectivas, de confianza y lenguaje de chiquillos diferentes.
Su etapa de agresividad había quedado en el olvido. Incluso el animal juega muy poco, es difícil que salga corriendo atrás de una pelota o un disco, pero por el contrario, siempre busca complacer a los humanos y, sobre todo, a los niños.
Le gusta que se sientan bien, demuestra cariño constantemente y permite ser apapachada. Aprendió a dejar de lamer la cara o manos para ser aceptada en hospitales, escuelas o asilos.
Es exageradamente dulce y todo mundo se enamora de ella. Con su de ternura sólo genera paz en quienes la rodean. Y siempre consigue que el niño interactúe y platique con ella.
“Mi hija era muy introvertida, demasiado berrinchuda, muy apegada a su mamá, muy voluntariosa y a partir de relación que hemos establecido con Pirueta, hemos visto cambios”, dice Luis Roberto Estrada Ortiz, padre de Ecaterina, una niña de cuatro años que presentaba severos problemas de conducta. Jamás se le podía decir un “no” porque estallaba en berrinche.
“Es difícil explicar el tipo de animal que es la perra, es excepcional. La inteligencia que tiene y la forma que se ha relacionado, no sólo con las niñas, sino con la familia, ella es un miembro más de la familia y es muy peculiar la forma en que se relaciona con mis hijas”, agrega.
Pirueta fue prestada un par de semanas a la familia de Luis Roberto y desde entonces la conducta de la pequeña se modificó completamente. “Ahora hay más apertura a dialogar y negociar, es uno de los cambios más grandes”, dice.
En México, explica el propietario de Pirueta, Pablo Candias, se carece de algún organismo que certifique a perros que ayuden a niños especiales, como en Estados Unidos, Argentina y Europa. “Tiene que haber filtros y selección, no cualquier perro puede funcionar, es mentira que campeón saca campeoncitos”, afirma.
Se estima que Pirueta tiene ocho años, su vida como terapeuta está por agotarse, pero ya prepara un relevo. Un perro salvado de la calle ha comenzado a imitarla y comienza a recibir entrenamiento especial y soportar cuando los niños explotan emocionalmente.