Las horas de la noche apenas se acercan cuando los niños, varios descalzos, juegan básquetbol en la cancha de su comunidad. De fondo, una neblina espesa hace todo poco perceptible: casi no se ven los cerros, en ellos hay casas diminutas esparcidas en el paisaje nebuloso entre montañas con pinos y una iglesia de madera; afuera hay una campana de metal con la Virgen de Guadalupe elaborada en febrero de 1978.
Son las 4 de la tarde y parece como si empezara a caer la noche. Es viernes, varios niños no fueron a la escuela, pero portan sus uniformes de pantalón y camisas blancas, decenas de veces lavados, con el logotipo del gobierno de Guerrero. Se pasan el balón y lucen felices cuando encestan. Unos forasteros les trajeron golosinas y comen también.
Además de la carencia de servicios, la gente de la región de La Montaña comparte el clima alto y el aire cálido de la altura de su región, algunos pueblos están hasta 3 mil metros sobre el nivel del mar. La mayoría son de alguna de las cuatro etnias Na Savi (mixteca), Me’Phaa (tlapaneca), Ñomda (amuzga) y nahua, donde al igual que en poblados de la sierra, se siembra amapola.
Esta comunidad es Na Savi. EL UNIVERSAL acompañó a algunas familias durante 24 horas para describir su día a día. De la capital hasta acá transcurren siete horas, sobre la carretera Chilpancingo-Tlapa de un camino en curvas hasta llegar a la zona de la Mixteca, donde las subidas de asfalto se transforman en tierra amarilla acompañada de árboles altos.
Los 19 municipios que componen la región de La Montaña, son considerados por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) los de más alta marginalidad en un estado donde según la medición hasta 2014, del total de su población, casi 3 millones y medio, el 65.2%, vive en condición de pobreza.
Luis y Roberto, de 11 y 12 años, que juegan con una bicicleta de llantas ponchadas; Javier y Martha, de 8 años; Juan de 15 y Mariana de 10, forman parte de la comunidad de 500 habitantes donde se siembran diversos productos y amapola; hay migración hasta en un 40% y no más de 10 profesionistas que aquí no están.
Las horas pasan con calma. No hay señal de celular. Una casa tiene internet satelital, pero porque de ese transmisor toman la señal para que haya un teléfono comunitario.
Los problemas del pueblo radican en el abuso de otros vecinos: “se robaron un transformador, no quieren respetar linderos”; no hay drenaje y el agua que toma la mayoría es de manantial, sólo hay un par de refrigeradores y poco transporte público. La gente come lo que cosecha y cría. Un mejor mañana puede ser que el hijo indocumentado triunfe y haga una casa de material.
La tercera parte del pueblo son niños. Hay una casa de salud sin funcionar hecha de madera, una escuela del mismo material donde asisten unos 80 alumnos de entre 6 y 14 años. Son dos salones con butacas viejas y juntas. Libros de texto en el techo hecho de lámina: fábulas de Esopo, letras de canciones en Tu’un Savi (lengua mixteca) esparcidos en las tablas. Martha, la niña de ocho años, no sabe leer.
Aumentan los cultivos
Abel Barrera Hernández, director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña, Tlachinollan, pone un punto más sobre la mesa de debate de la amapola, cultivo líder en Guerrero: ¡No a la legalización! Durante los 20 años que su organización ha documentado las condiciones de los pueblos originarios, afirma: “ha aumentado la siembra de ilegales, porque en esa misma medida la pobreza creció”.
Asegura que el tema alimentario es una necesidad que no está siendo cubierta plenamente. Desde la tormenta tropical Ingrid y el huracán Manuel en 2013, la zona de La Montaña involucionó al menos 20 años. A casi tres años de distancia, la migración aumentó mínimo 30%, considera.
De los casi 10 mil migrantes que se van de la región a estados del norte del país como jornaleros agrícolas, Tlachinollan observa un incremento cada año. El Consejo de Damnificados de La Montaña, al que pertenece la comunidad que visitó EL UNIVERSAL, aglutina a 200 pueblos de 13 municipios que a la fecha no cuentan con reconstrucciones totales.
“La falta de respuesta gubernamental ha orillado a las familias a la siembra de ilícitos. Hay como 70 familias que se acaban de ir a San Quintín, Baja California, de municipios como Copanatoyac, Alcozauca, Tlapa, Malinaltepec que no tienen más que irse o sembrar amapola”, dice.
Son más de 4 mil 200 viviendas que no ha construido la Secretaría de Desarrollo Agrario Territorial y Urbano (Sedatu), 16 mil familias piden dotación de granos básicos porque a la fecha varios terrenos quedaron sepultados junto con escuelas, centros de salud y carreteras. En este pueblo aún falta la reconstrucción del jardín de niños, y la clínica.
—¿En qué porcentaje siembra la gente amapola?
—No podemos tener datos, son cuestiones que difícilmente se pueden documentar, porque la misma población es cuidadosa, saben que se criminaliza. El indicador que hay es que cada vez más familias migran a Sinaloa, a San Quintín, te está diciendo que ya no hay tierras donde sembrar y la gente se ve más orillada.
La siembra de amapola para Barrera no es la panacea de los problemas de la gente. Comen de lo que siembran y con lo que cosechan de goma complementan gastos de salud, vestido y calzado, en algunos caso.
“Aquí nadie siembra más de media hectárea, son pequeñas parcelas, que logran sembrar en las barrancas y no alcanzan a cosechar un kilo de goma”. El precio oscila, dice, por muy caro en 20 mil pesos, pero puede bajar hasta 2 mil o 3 mil pesos.
El que no haya claridad sobre una propuesta para legalizar la siembra de la amapola, así sea con fines medicinales, como lo proponen organizaciones de la Sierra como La Unión de Comisarios por la Paz, Seguridad y Desarrollo de la Sierra de Guerrero (Heliodoro Castillo, Leonardo Bravo, Eduardo Neri) pone en vulnerabilidad a la población indígena.
El antropólogo enfatiza en que las políticas públicas como la Cruzada Nacional Contra el Hambre, por mencionar una en desarrollo social, no consideran la cosmovisión de los pueblos que hacen de todo para arraigarse.
—¿Por qué la legalización de los cultivos no es conveniente?
—No es una varita mágica. La red está controlada y cancerada. En el mercado no hay justicia hay disputas criminales por la ganancia. No va por allí. Para nosotros lo fundamental es recuperar la capacidad de producción en granos básicos: maíz, frijol; refacciona más a apostarle a los pequeños productores. No es que la gente tenga ganas de sembrar amapola.
Para Barrera la pobreza ha expandido los cultivos, pero la solución no es meter a los pueblos en un asunto que no quieren estar. No hay sentido comunitario ni justicia: “porque siguen siendo peones. Donde el gobierno tiene que reflexionar es por qué donde florece la amapola están los índices más altos de marginación y es responsable de la situación”.
Vivir en el campo
En la tarde se sirve mole de Montaña: chile ancho con pimienta y pollo elaborado casi a ras de suelo. De las ollas llenas de un humo en casi en todas las casas emanan líquidos anaranjados. Las tortillas tienen el tamaño del comal mediano y chaparro, alimentado por el aire generado con cartones para que no deje de arder.
Después de que los visitantes forman en dos filas a niños y niñas con peinados enredados, ropas y zapatos gastados, les dan chocolates y globos azules; parece que se acaba el día. Los niños van a jugar un rato a la cancha, que ya desocuparon los mayores del pueblo, quienes previamente tomaron prestadas las bancas de la iglesia y tomaron cerveza en el mismo espacio.
La neblina llega con brisas. Se observa al norte del pueblo material regado de la escuela que ya no alcanzó a reconstruir la Sedatu, al este una planta tratadora que serviría para que los niños ya no se enfermaran del estómago y tuvieran tantas lombrices al contar con tan poco agua para asear sus casas y para uso personal.
Los señores vienen del campo, es retirado, más de dos kilómetros a donde se aprecian por el temporal plantas de amapola pero secas, combinadas con mazorcas que están a punto de reventar y árboles de duraznos que regaló el gobierno hace un par de años pero que nadie comercializa en el pueblo. Los niños dicen que tanto las ciruelas, peras y duraznos se los comen los animales o ellos. Nunca se venden.
Hay reuniones de comisarios, discuten cómo evitarán la confrontación con otra comunidad porque un señor se robó un transformador porque todo el pueblo, de unos 200 habitantes, se quedó sin luz. En otra casa, casi todas miden menos de 60 metros cuadrados, tres jóvenes, una de ellas de 17 años que tiene un bebé de uno, muestran videos de la boda de la mamá adolescente.
Afuera casi es de noche cuando terminal el calabaceado, que es la víbora de la mar, un baile en bodas donde se tira al novio; ya huelen los humos del temazcal. La gente tiene la fortuna de bañarse en baños artesanales y sacarse las toxinas todos los días golpeándose con ramas de tepehuaje. La temperatura rebasa los 30 grados centígrados y sudar en un lugar frío se vuelve una riqueza incomparable.
El cielo estrellado después del baño acompaña al grupo que departe con bombones ensartados en varitas de ocote, alrededor del fogón donde se elaboró la comida dentro de la cocina. Se sirven picaditas, sopes hechos con crema y queso, y café de olla.
Todos se preparan para el siguiente día. Toca en la mañana a las señoras como parte del Prospera, un programa federal que da 800 pesos cada dos meses a gente que no tiene ingresos, recoger la basura en costalillas donde también almacenan las papas que cosechan. Otro día de ir al campo, almorzar, hacer tortillas, comer y dormir.
Damián, un joven de 25 años que es autoridad en su pueblo, considera que ellos no cometen ningún crimen al sembrar amapola. “No vemos como las cosas ilícitas en las ciudades, allá hay muchos crímenes, y aquí no lo tomamos como ilícito. Es como cualquier trabajo normal. No le estás perjudicando a nadie. No sabemos con qué fin lo utilizan, cuando se lo llevan”.
—¿Con cuánto vive la gente al mes?
—Se está hablando que con 100 pesos al día, en la mañana, en la tarde. Una familia de unos seis integrantes con 100 al día comen durante el mes. 3 mil.
“El gobierno desconoce que haya pueblos en La Montaña. Es como un niño al papá, quien le exige más, le da más, y quien no dice nada, se olvidan. Le tenemos que estar recordando a cada rato al gobierno para que nos den cosas. Vemos aquí primero la alimentación, después la educación. La gente estudia hasta la primaria, escasos los que van a la secundaria y bachillerato muy pocos profesionistas”.
Damián pudo estudiar un poco de Derecho gracias a que su familia pudo obtener dinero y mandarlo a ese nivel. Luego se regresó porque las necesidades eran estar allí y se casó con la joven de 17 años. De la amapola sabe que es lo que ha dejado para estudiar a algunos, comprarse material para hacerse una casa a otros y dinero para las fiestas patronales a otros más, porque es muy importante ese festejo.
Pierden el 40% de su ganancia por intermediarios, “la gente que compra va a los lugares de quienes saben que venden. Estamos organizados, es una microrregión y es por eso que no ha habido problema de muertes”.
El joven narra que desde hace 40 años, cuando la gente de municipios de la Sierra, Tlacotepec, San Miguel Totolapan, Eduardo Neri, venían a rentar peones para sus cultivos, muchos se trajeron la semilla a La Montaña o se quedaron en esos municipios y de la amapola obtuvieron salida.
Coincide en que antes no se sembraba así. “Desde hace unos 30 años vemos amapola en La Montaña, pero ha aumentado más porque a la gente se le hace fácil al no tener otras alternativas. Es más fácil sembrar amapola que maíz, desgranar la mazorca; allí son seis mes, en cambio la planta se ralla y se saca la goma y se da, son tres cosechas al año”.
Los índices de desarrollo humano de la región, según la Organización de las Naciones Unidas, alcanzan apenas el 0.3%, similares al de países africanos.
Martha, una niña que muestra las cabezas secas de la amapola en el cuarto donde su papá guarda fertilizantes para otros cultivos, toma un hongo silvestre que recoge del campo. Trae una blusa con bordados de burros y patos tradicional de la región, habla fluido español, y antes de que se vayan las visitas decidirá si ser doctora o maestra, las únicas profesiones que conoce: “Mejor maestra, para enseñarle a leer a mi mamá”, resume.