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Puente Grande, Jal.— Hace ocho años que Ribón no ve nada de lo que está más allá de las bardas y rejas que resguardan el penal femenil de Puente Grande, en Jalisco, pero hoy, sus enormes ojos oscuros tienen la mirada puesta un punto fijo del calendario: el 16 de julio de 2016 se casará con Liz, su pareja desde hace cuatro años. Será la primer pareja del mismo sexo que contrae matrimonio dentro de un reclusorio del estado.
Se conocieron hace nueve años en una fiesta, en el primer viaje que Ribón hizo a Guadalajara. Liz apareció con unos amigos. Se vieron, hubo empatía, conversaron y desde entonces no han dejado de hacerlo.
“Yo regresé a Tabasco, nos comunicamos por internet y por teléfono, duramos así como un año, luego pasó mi accidente y me trajeron aquí, dejamos de tener contacto y ella me buscó a través de mi familia, supo que estaba en la cárcel y vino a verme”, cuenta.
A los 23 años, Ribón fue arrestada en Tabasco. La acusaron de delincuencia organizada. Ahora tiene 31 años y —asegura— ha llegado a la etapa final del juicio. Respira profundo, espera que todo se resuelva favorablemente.
“Formalizamos nuestra relación hace cuatro años y procura venir todos los domingos, depende de su trabajo, pero siempre está aquí con el apoyo moral, sentimental y económico. Es una persona muy madura, muy dispuesta a todo, muy respetuosa, para mi ella es todo”, afirma Ribón, quién prefiere no hablar del por qué está en prisión.
De pronto su mente está afuera, en España, el lugar que tal vez elegiría para ir de luna de miel con Liz.
“Quiero estudiar, me gusta la medicina, aquí adentro me surgió el gusto, es una forma de ayudar a mucha gente. Siempre he volcado mis emociones en la gente que sufre por recursos económicos”, explica Ribón, quien prefiere omitir su nombre real para no complicar su situación jurídica.
Liz es sólo Liz, Ribón no da muchos detalles de ella. Tiene 32 años de edad y el pasado 14 de febrero fue ella quien formalizó la propuesta de matrimonio.
Desde la ventana que se encuentra al fondo de la pequeña sala donde Ribón conversa, se ve el patio del reclusorio. El color beige de los uniformes la trae de nuevo a la penitenciaría.
“Desde que empezamos con la relación, al año y medio ella me dijo que quería casarse, pero sabíamos que no era legal y nos manteníamos al margen de lo que estaba pasando, pero en cuanto supimos que estaba legalizado y estaban ocurriendo los matrimonios [gay] dijimos ‘es el momento y es lo que queremos’, así que tomamos la decisión”, recuerda emocionada.
—¿Ha sido más complicado el trámite por estar tú en la cárcel?
—No es más complicado, es un trámite, pero son muchos los requisitos que se piden. Fuimos paso por paso. Dependemos de una directora a la que hay que pedir autorización. Es cosa de esperar pero ya estamos.
—¿Cómo será la celebración, cómo la imaginas?
—La celebración va a ser algo muy íntimo, muy privado, con su familia, porque la mía no puede venir desde Tabasco, y mis papás son ya muy grandes y no pueden viajar.
—¿Qué opinas sobre quienes se oponen a los matrimonios entre personas del mismo sexo?
—A pesar de la discriminación que hay, como humanos no podemos juzgar a nadie porque todos cometemos errores y quien realmente va a ajustar cuentas es Dios. Creo que todas las personas pensamos distinto y eso se respeta, pero también pedimos respeto.
—¿Han pensado ustedes en adoptar a un niño?
—Hemos pensado en adoptar, pero sería algo que aún tenemos que analizar con más seriedad. Yo creo que hay muchos niños en la calle y en albergues y tienen derecho a un hogar; yo he aprendido que los niños adoptados llevan una vida normal, tengo una amiga que adoptó a dos hijos en Tijuana. Son seres humanos que tienen derecho a un hogar y no tiene nada de malo, siempre y cuando les demos el lugar que debe tener un hijo, un hogar, acceso a escuelas y el derecho a crecer como personas normales.