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estados@eluniversal.com.mx
Domingo 19 de junio, 07:45 horas. Suenan las campanas en la iglesia para pedir a todo el pueblo que se reúna, se requiere de apoyo ante la presencia de la Policía Federal cuya orden es liberar la autopista Puebla-Oaxaca que mantienen tomada desde el 11 de junio.
El desalojo inició cerca de las 7:30 horas, narra Guadalupe de 43 años; 15 minutos después empezó el repique de las campanas, pero de un modo singular, como de auxilio.
“Estaba en mi casa, cuando escucho el repicar de las campanas. Inició con un llamado a misa y después se tocaron como desesperadamente. Aquí en el pueblo sabemos cuándo se llama a misa o cuándo por un difunto”.
Guadalupe de inmediato pensó que se trataba del desalojo del bloqueo en la supercarretera; llegó en 15 minutos y los “fregadazos” ya estaban.
Una semana después, a poco más de un kilómetro, el bloqueo en la supercarretera Oaxaca-Puebla sigue con piedras, llantas y algunos camiones atravesados. También permanecen los metales de vehículos que fueron incendiados durante el enfrentamiento.
Ayer, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), pobladores y miembros de organizaciones civiles realizaron una marcha de protesta, para exigir justicia y la renuncia del presidente Enrique Peña Nieto, del gobernador de Oaxaca, Gabino Cué Monteagudo; del secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, y del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong.
Según testigos, el domingo 19, sin mediar palabra, los policías iniciaron el desalojo lanzando gases lacrimógenos por tierra y aire; los manifestantes se replegaron, al principio eran pocos, pero empezaron a llegar maestros y pobladores para reforzar a los inconformes.
Los pobladores y la Policía Federal coinciden en que el primer disparo surgió de entre los manifestantes.
Los primeros consideran que de grupos radicales simpatizantes de la CNTE, los segundos, que no eran habitantes de Nochixtlán; incluso, algunos afirman que podrían ser policías vestidos de civiles.
Otros afirman que hubo disparos de francotiradores del hotel Juquila y del motel Merli, que están a unos 500 metros de donde fue el enfrentamiento, a la altura del panteón; casi al final del conflicto, la gente decidió incendiar el hotel.
En un primer momento, los uniformados liberaron la carretera; maestros y pobladores se replegaron y buscaron refugio en Nochixtlán. Todo era confusión en medio de la nube blanca de gas lacrimógeno.
EL UNIVERSAL recabó testimonios de ocho pobladores que estuvieron en la movilización, tres en la primera línea. Aceptan que usaron bombas molotov, que por momentos tenían cercados a los uniformados y que la mujer de la Policía Federal que retuvieron fue golpeada por pobladores enardecidos, pero jamás rociada con gasolina.
Los testigos afirman que los policías que estaban frente a los manifestantes arrojaron gases lacrimógenos y piedras; quienes dispararon entraron por los costados, agregan sin definir de qué bando eran, pero todos coinciden en algo: que los policías se burlaban de ellos.
“Fue cuando decidí participar en la defensa de nuestro pueblo. A partir de ese momento, me mantuve al frente”, dice Pedro, quien logró despojar a un federal de su escudo.
Un grupo de policías rompió la cadena de una de las puertas del panteón. Guzmán Ramírez, cuidador del cementerio, fue testigo del momento en que los policías arrestaron a más de 10 jóvenes que hacían una fosa para enterrar una persona y que ese día sería su sepelio. Uno de los policías lo encañonó. “Le dije: ‘Jala de una vez’, pero no disparó y entonces me jaloneé y logré escapar”. Desde ahí, los policías federales también dispararon. Sobre las tumbas hay aún casquillos e impactos de bala en puertas y paredes.
Lejos del enfrentamiento, a unos 500 metros, cerca del hotel Juquila, Óscar Nicolás Santiago, de 21 años, cayó abatido. Alrededor de las 9:00 horas salió de la casa de su hermana, primero, para visitar a un tío que le ayudaría a conseguir empleo y, luego, para comprar material de construcción porque ese día ayudaba con un baño para la casa de su hermana.
En el camino, se encontró con un amigo con quien platicaba. Ambos fueron heridos de bala. La que tocó a Óscar atravesó su cuerpo por el pecho.
Algunos heridos fueron llevados a la iglesia. Los comerciantes ayudaron en la compra de medicamentos y material de curación, había médicos ayudando a los heridos. “Vi como a 30 o 40 personas heridas, uno estaba cubierto, tal vez ya estaba muerto”, relata Alonso, un joven herido.
Uno de los que estuvo al frente, quien pide el anonimato, da su versión: “La policía llegó y se dio el repliegue. No aplicaron su protocolo, no nos dieron tiempo para desalojar. Replegaron a la población a la altura del panteón. Llegaron muy alterados. Al ver la multitud ya no pudieron avanzar (…) dispararon a lo loco”, comenta.
El señor que accede a platicar, originario del municipio de Putla Villa de Guerrero, dice que la Policía Federal se vio superada y ante el temor de ser retenidos accionaron sus armas cuando maestros y pobladores ya se habían ido hacia la entrada del pueblo, atrás de un camión que usaron como barricada.
Otro testigo afirma que trataron de encapsular a los uniformados bajo el puente que cruza la autopista que va de Puebla a Oaxaca, incluso —asegura— ya tenían el control pero el helicóptero “fue el que nos vino a dar en toda la torre comenzó a disparar el gas”.
Tras ocho horas, Nochixtlán fue el sitio de una batalla. Quedó el olor a gas lacrimógeno, vehículos incendiados, muertos y más de 100 heridos. A ocho días, testigos del enfrentamiento en Oaxaca narran el desalojo.