Fue hace poco. Todavía en los 90. El campesino Ernesto Herrera serruchaba el caparazón de una tortuga como si fuera leña. Cuando terminaba, le pasaba la tortuga a su abuela. Ella la cocinaba de mil formas: con chile verde, chile rojo, chile colorado, lampreaba las patitas en huevo o la cocía con tomate y cebolla. “A mí me gustaba la tripa huevera, una tripa gruesa. Haga de cuenta pescao. Mucho parecido”, recuerda Ernesto, un hombre con más de 70 años de edad.
Para los pobladores del Bolsón de Mapimí, una cuenca desértica que une los estados de Durango, Coahuila y Chihuahua, es una imagen que recuerdan. Ir al campo para cazar una tortuga era como ir al supermercado a comprar una chuleta de puerco.
No era cualquier tortuga. Era una Gopherus flavomarginatus o tortuga de Mapimí, una especie endémica en peligro de extinción según la Norma Oficial Mexicana 059 de la Semarnat. La primera de su tipo en Latinoamérica inscrita en el Programa Hombre y Biósfera (MAB) de la Unesco en 1977. Los pobladores la cenaban sin saber que se estaban devorando el mundo.
La identidad
A finales de los 50, unos científicos llegaron al desierto chihuahuense y miraron a un campesino utilizando un caparazón de tortuga como comedero de pollos. Observaron que era diferente: era una de cuatro especies de tortugas norteamericanas que existen. La más grande de su tipo, alcanza a medir entre 40 y 50 centímetros y pesa entre 12 y 18 kilogramos.
Desde 1973 se diagnosticó que el hábitat se estaba reduciendo y los campesinos capturaban la tortuga para comer su carne. Era habitual. Así lo observó Cleotilde Robledo, Coty, cuando llegó al ejido la Flor, municipio de Mapimí, Durango, el día que se casó con Ernesto Herrera, don Neto. “No sabes lo que es bueno”, le decía su esposo. A ella le daba asco. “A ver, dame un taquito”, le pidió un día Coty más por curiosidad. Le fascinó. Era hígado de tortuga, su parte favorita de la Gopherus flavomarginatus.
El hígado es un manjar. Muy rico. Es una tortuga que era de mar hace miles de años y se adaptó a la tierra, explica Coty, de 58 años.
Aprendió a cocinar tortuga. Era más fácil cazar una en el desierto que viajar 20 kilómetros por un kilo de carne. Para llegar al ejido hay que pasar 6 kilómetros de terracería. Al inicio del camino hay un anuncio de la Reserva de la Biósfera de Mapimí, decretada desde 1979. La Flor es el primer ejido. Ahí viven 16 personas que hoy también son guías turísticos.
“Qué se fijaba uno que se fuera a extinguir. Ni pensaba uno en eso”, recuerda don Neto.
Hasta acá llegaba gente en búsqueda de tortugas. Los pobladores las vendían en 10 pesos. “Había viejos que se las llevaban en el tren. Uno qué hacía: nada”, dice don Neto. “Consígame tres”, les pedía un viejo a los campesinos y ellos las juntaban a cambio de unos pesos.
Convivencia con el ganado
Fue hace poco 10, 15 años. Empezaron a llegar trabajadores de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp). “Oiga, que la tortuga… que la reserva… que área protegida… que van a extinguirse”. Los campesinos no entendían. “Biología… ecología… pues sepa la madre qué es eso… ecoturismo, con qué chingaos se come eso”. Los corrían. Era de pelear, de agarrarse a trompadas entre campesinos y funcionarios. Que los beneficios… que los programas… que recursos… que dinero… dinero.
Los campesinos de la zona viven de la actividad ganadera. Querían más vacas. Para Cristino Villarreal, director de la Reserva, la principal amenaza de la tortuga sigue siendo la competencia de hábitat con el ganado.
La Reserva ha acordado hacer exclusiones y definir cuántas vacas pueden pastorear por terreno. La especie de tortuga, explicaron, tiene un papel importante dentro del ecosistema de pastizal, particularmente para la diseminación y escarificación de semillas.
“El 70% de la alimentación de la tortuga se basa en pastos y semillas. Cuando hace el proceso de digestión y desecha, la poca lluvia es suficiente para que emerjan los pastos más fácilmente”, ahonda Cristino Villarreal.
Los campesinos empezaron a ver la tortuga como socia y no como alimento.
¿La tortuga ha educado a la gente?, se le pregunta a don Neto, que tiene sus cabezas de ganado de una forma regulada. “Sí, por la convivencia que nos ha hecho entender. Es la que nos ha dado más dinero. Quién iba a pensar”.
Ahora le apuestan a bajar recursos de programas federales, para reforestación de suelos, vigilancia, remodelar el museo o los dormitorios de los turistas o acondicionar la zona de acampado. Llegan a visitarlos hasta grupos de 80 personas. Se les enseña a hacer pan ranchero, se les lleva a conocer las madrigueras, se les explica el monitoreo de la tortuga, y si tienen suerte, las pueden ver.
“Hay gente que paaaga por venir a ver las estrellas… Hay que gente que paaaga por venir a revolcarse al campo. La gente mejor espera los proyectitos”, dice don Neto, que ya dejó de comer tortuga.
El área protegida abarca 340 mil hectáreas en 11 ejidos y cuatro propiedades privadas. En 220 mil hay acuerdos y comprenden siete ejidos y dos propiedades privadas. Con el resto se trabaja pero no hay acuerdos.
Refugio compartido
Coty arranca una vieja camioneta roja y conduce hacia el desierto. Queremos ver a ese reptil con piel gruesa y cabeza escamosa. La tortuga que tiene un cuerno gular que utiliza para combatir. Que tiene garras largas que le sirven para excavar madrigueras. Mirar el caparazón marrón con sus manchones amarillentos y sus anillos que reflejan la edad. Buscamos la tortuga que llega a vivir 100 años y ha transformado la formar de pensar de la gente.
Coty asegura que muchos excursionistas se perdieron cuando no había control. “Hubo varios muertos, uno que otro que terminó encoyotado (devorado por los coyotes)”, cuenta.
Son casi las 4:00 de la tarde y el sol azota la tierra como si estuviera enfadado. Coty usa chanclas en el desierto como si se paseara en su casa. Es mala hora para hallar tortugas, pues suelen esconderse del sol entre 11 de la mañana y 5 de la tarde. La mayor parte de su vida la pasan dentro de ellas.
Cristina García, investigadora de la Universidad Juárez del Estado de Durango, asegura que el calentamiento de la tierra es una amenaza para la especie. La tortuga, refiere, lleva miles de años adaptándose al clima, y de unos años a la fecha se presentan cambios muy drásticos. “Vuelve loco el sistema inmunitario”. Cuenta que han hallado tortugas sanas, pero con signos de deshidratación, ojos hundidos, algunas muy delgadas y con altos niveles de cloro y sodio en la sangre.
Coty asegura que antes las tortugas se veían a todas horas. Vemos una madriguera. En varias partes se hallan microcuencas que almacenan agua de lluvia para la tortuga.
“Seguimos caminando en el desierto y no se ven tortugas. Nos topamos con otra madriguera grande. La tortuga de Mapimí es la única especie capaz de construir un hueco en el desierto que sirva de cobijo para muchos otros animales”.
El riesgo ecológico es simple: si desapareciera la tortuga no habría madrigueras, y más de 300 especies de vertebrados e invertebrados como zorras, víboras, búhos, liebres, tejones no tendrían refugio para esconderse. “Traería una mortalidad bárbara en las demás especies”, asegura García. La tortuga Gopherus flavomarginatus es la ingeniera del desierto.
Coty se agacha frente a la madriguera. “¡Buf! ¡Buf! ¡Buf!”. Intenta llamar a alguna a través de bufidos, como le hacían para cazarlas.
No sale ninguna. “Han de estar muy adentro”, dice. Las madrigueras de las tortugas alcanzan hasta 7 metros de longitud y 3 de profundidad. Adentro, la temperatura es idónea. Afuera nos estamos achicharrando.
Coty considera que ha reducido el número de tortugas. “Había muchas tortugas grandotas, ahora son chiquitas”.
Cristino Villarreal, el director de la Reserva, asegura que la población de tortugas está estable, e inclusive se han hallado neonatos en los últimos tres años. Se calcula que hay 10 mil en la zona. Sin embargo, en este tramo que recorremos junto a Coty, no se arrastra ninguna.
—¿Se imaginaba hace 15 años echarse en la tierra y caminar por aquí?
—No había quién nos abriera los ojos hasta que llegó la Conanp. Nos comíamos la tortuga pero no por maldad, era una tradición. Fue por ignorancia total.
—¿Y ahora qué piensa?
—Nos nace cuidar lo poquito que queda. Es bonito saber que le ponen los ojos. Se estaba acabando.