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“¡No me dejes papacito chulo!”, gritaba una mujer al lado del féretro. Y las decenas de personas que arropaban los restos de ese hombre lloraban con una sinceridad a flor de piel.
Los bomberos, sujetos recios que aprendieron a pelear cuerpo a cuerpo contra el fuego, y los rescatistas, quienes conviven a diario con el olor a muerte, sufrían.
“Llévame, por favor, llévame”, imploraba y el corazón de todos se estrujaba en un profundo agujero de desesperanza, porque sin excepción todos los que perdieron la vida en la tragedia en Pajaritos dolieron a la comunidad, pero quien marcó la diferencia fue Fredy Sánchez Lara.
El camino a su última morada, el panteón Las Lomas del puerto de Coatzacoalcos, lo hizo trepado en el camión de bomberos, en el mismo que a los nueve años jugaba a salvar vidas.
“Sabemos que se despidió haciendo lo que más le gustaba: un acto heroico”, recordó uno de sus familiares al decirle adiós al bombero, quien ofrendó su vida para salvar a obreros.
Los sobrevivientes y toda la comunidad petrolera del sureste de México conocen la historia de Fredy, el tragahumos que laboraba dentro de la fábrica.
Cuando sobrevino el primer flamazo en la planta Clorados 3, los trabajadores comenzaron a correr y tomaron las rutas de evacuación para salvar la vida, pero Fredy apresuró el paso a contracorriente y tomó entre sus manos una manguera de agua para tratar de combatir al monstruo que se avecinaba.
Acostumbrado a luchar siempre a contracorriente, atacó al fuego como lo haría su padre, el agente Emérito Sergio Pacheco. A los pocos minutos, sobrevino la más fuerte explosión que se tenga memoria en la zona sur de Veracruz.
Y su coraje y fortaleza no fueron suficientes para detener la oleada de muerte que dejó la explosión: 28 muertos y 136 heridos; 24 aún siguen hospitalizados.
“Quiero decirles a Gina y a sus dos hijos que él no se va, va a estar con nosotros, con su ejemplo, enseñanzas, en sus chistes, bromas y su forma de ser”, agregó el joven que lo despidió.
Los bomberos hacían guardia de honor ante el hijo predilecto. Uno de ellos era el segundo comandante, Jorge León, quien recuerda cómo Fredy llegó a los nueve años a la ciudad de Coatzacoalcos.
“Lo cuidábamos y se le buscó un lugar para que siguiera estudiando, pero al salir de la escuela se iba a la estación; le ayudábamos a hacer su tarea y ahí fue creciendo y le gustó”, recordó con los ojos rojos.
Para todos era como su hijo, al que enseñaron y regañaron cuando cometía errores que ponían en riesgo su vida.
“Desde niño le gustó eso y se formó ahí, se fue preparando y posteriormente ingresó a otras empresas”, afirmó. Fue así como llegó a Pajaritos, donde intentó hacer lo que aprendió desde chamaco: ayudar a los demás.
Hoy, todo un pueblo le rinde tributo, no sólo en el cortejo fúnebre, ni en el panteón, sino de boca en boca y de mensaje en mensaje por medio de WhatsApp para recordarlo, porque murió como quieren hacerlo todos los bomberos: frente a un incendio y luchando tratando de salvar vidas.