En Jueves Santo se realiza en el templo del barrio Lavorío en Tehuantepec “La Penitencia del Centurión”, que es una tradición que data de más de 150 años y se trata del pago de una promesa que un joven hace tras haber quedado sano de alguna enfermedad.

Para seguir con la tradición, en el centro del templo, hombres y mujeres velan una cruz ornamentada, mientras que en los costados, niños vestidos de ángeles y de Jesús se mecen en sus sillas, mientras “cuidan al santo”.

En el altar del templo, varias mujeres vestidas de negro velan una cruz. Se hincan, se persignan y en silencio invocan a la imagen para después de unos minutos retirarse y dar paso a los demás que esperan su turno.

A unos metros del velatorio, una capilla alterna sirve como celda para Jesús, quien es custodiado por un centurión desde las 8:00 de la mañana y hasta las 12:00 de la noche, sin dejar un minuto de caminar.

En uno de los lados del cuarto, se colocan cuatro mujeres ataviadas con su “huipil” y “enagua” completamente de negro. Los hombres portan guayabera o camisa blanca con pantalón negro y simbolizan que son los próximos centuriones.

En tanto, dentro de la celda, el centurión carga una pesada careta y un paño negro que le cubre la cabeza, en una de sus manos sostiene un báculo que golpea el piso cada vez que da un paso y en la otra mano, una espada.

Daniel Peña, integrante de la Hermandad de la Iglesia del Barrio Lavorío en Tehuantepec, expresó que este acto “consiste en la promesa religiosa que tiene un muchacho cada año, el pago de esta promesa es física y económicamente muy desgastante”.

Este año, el centurión es representado por Eduardo Moreno Rodríguez, de 22 años, quien es licenciado en Ciencias Políticas y quien tuvo que esperar 12 años para cumplir con su penitencia.

Su mamá, Ana María Rodríguez Santa Anna, lo registró para representar al centurión una vez que recibió un milagro, cuando su hijo Eduardo estuvo a punto de morir.

“Él tenía una angioma venoso que se presentó cuando tenía 10 años de edad y estuvo en un tratamiento muy fuerte y le prometí al señor consagrar mi vida a él; ahora mi hijo está completamente sano”, expresó la señora Ana María.

Para los católicos de esta localidad, vestirse de centurión es un orgullo y es en cumplimiento de la promesa que sus padres o ellos mismos le hayan hecho a Dios.

“Ahora estamos cumpliendo esta promesa, algo que prometimos al Señor porque mi hijo quedó completamente sano y eso es de darle gracias a Dios“, dijo Ana María.

Esta tradición ha perdurado con el paso de los años y es en Tehuantepec, de los pocos lugares del país donde se preserva.

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