"No creemos que se dé el rescate; se lo dejamos a Dios"

Leonela Barboza tenía cuatro años cuando su papá Adrián, de 29 años, falleció en la mina. El joven, en cuanto cumplió los 18 años, se fue de minero.

El padre de Adrián también era minero y quería bajar cuando ocurrió el accidente, pero no se lo permitieron. “Nosotros ya no creemos que se dé el rescate, mi esposo vio cómo estaba todo, por eso se lo dejamos todo a Dios”, se resigna Juana Álvarez, madre del minero fallecido.

Sin embargo, Leonela, la hija, acudió hace un año a los plantones en la Ciudad de México. Andaba activa, entusiasmada. En ocasiones le pesa escuchar historias sobre su padre, que era muy activo, sencillo y acomedido. Le pesa porque ella no disfrutó nada de eso.

Otros hijos lo recuerdan más claro. Martha Iglesias es hija de Guillermo Iglesias, de 58 años, un hombre que además de minero, se ganaba unos pesos como ampáyer en la liga local. Vaquero le decían sus allegados.

Aquella noche, antes de irse a trabajar, la familia celebraba una reunión y uno de sus hijos le pidió a Guillermo que se quedara, que no fuera a trabajar. “Si no voy, no me dan mi bono”, argumentó su papá.

En 30 años no faltó un día. Siempre fue muy cumplido. Le faltaban dos años para jubilarse. “Todavía retumba en mi recuerdo cuando le dijo a mi mamá que a lo mejor un día no volvía porque veía la mina muy insegura, con cables sueltos y soldaduras por todos lados”, recuerda Martha.

Esa madrugada, la ventana de Martha vibró por la explosión. La familia llegó al lugar. “Había mucha ignorancia y lo que nos decían lo creíamos”, recuerda. Cuando llegaron a la mina, sentía que su padre estaba vivo; tenía la esperanza de que lo rescataran. “Veía a mi mamá llore y llore y entendía lo que era un amor verdadero”. A los 11 meses la mamá también falleció.

Martha siguió peleando por la verdad, por los restos, pero también empezó a enfermar. Cayó en depresión. A su casa hablaban personas y la amenazaban con que dejara de ir a la mina porque “le podía pasar algo”. “Nunca les tuve miedo. Las formas de la empresa nunca fueron las correctas”, asegura.