Lourdes Aguilar, viuda de Fermín Tavarez Garza, de 36 años, asegura que la empresa —Grupo México— los trajo a puras mentiras y nunca dio la cara. Inclusive dice que se dedicó a dividir a las viudas. “Nos jugaron el dedo en la boca y nos lo siguen jugando”, acusa.
Hace apenas unos meses, se queja, la empresa aumentó de 300 a 600 pesos al mes la beca de los hijos que quedaron huérfanos. Sin embargo, insiste Lourdes, les quitaron el pago de 2 mil 300 pesos que correspondía al sueldo mensual del trabajador.
“Habían dicho que nos iban a seguir pagando hasta que rescataran el cadáver. Por eso yo exijo el rescate, porque ahí no quedó un perro, quedó el padre de mi hijo”, reclama la viuda.
Daniel Ezequiel, su hijo, tenía año y medio cuando ocurrió el accidente. “Todas las mañanas llegaba y cargaba al niño, al único que tuvimos”, rememora Lourdes con tristeza.
Esa mañana del 19 de febrero, la mujer recibió la noticia de voz de su mamá. Escuchó que un Fermín estaba herido en la clínica del Seguro Social, pero cuando llegó no era su esposo.
Su Fermín era uno de los 65 mineros atrapados tras la explosión de la veta por concentración de gases.
Fermín tenía 13 años trabajando en la mina, los mismos que llevaban de casados. En la empresa primero fue mecánico y luego bombero.
Antes había sido intendente en un banco y cuando se casó, le pidió a su suegro que lo ayudara a entrar a la mina. No vio crecer a su hijo, hoy un muchacho a punto de entrar a la secundaria. Daniel prácticamente conoció a su padre a través de retratos y anécdotas.
Su mamá le habla de él: un hombre tímido, penoso; fue Lourdes quien se tuvo que acercar a sacarle plática cuando se conocieron. Entonces la enfermera era “la aventada”, y ahora es la que mantiene el reclamo de los restos de su marido para que su hijo tenga a dónde llevarle una flor.
Como Daniel, decenas de huérfanos no conocieron a sus padres. La Organización Familia Pasta de Conchos contabiliza más de 600 familiares directos afectados por la tragedia ocurrida en febrero de 2006.