Llego a mi casa, mi madre está sentada afuera de la puerta de entrada, y escucho una voz, ya que mi madre hacía brujería e invocaba a espíritus; esa voz me dice: “Mátalas”, en ese momento me fui a mi cuarto y tomé una soga de perro color amarillo.

Salgo, camino con la cuerda en la mano, voy al patio. Bajo las escaleras, miro al cielo, vuelvo a subir las escaleras y sorprendo a mi madre por detrás, poniéndole la soga en el cuello. Ella no se resistió, pudo haber hecho un ruido o un gesto, pero no hizo nada, esperó a que se le acabara el aire. No se estaba defendiendo, sólo se acostó.

Pero yo sabía que seguía viva, porque apenas habían pasado cinco minutos y nada más estaba acostada, de ahí estuve como unos 20 minutos apretándole el cuello con la soga. No quería que le doliera porque le iba a cortar la cabeza, los brazos y los pies porque es bruja y se le tenía que hacer eso a las brujas.

Para esto agarré el cuchillo de la cocina y fue el que utilicé para cortarle la cabeza, luego con el mismo le di una cuchillada en el corazón. Recuerdo que la sangre salía espesa como si ya estuviera coagulándose, pero toqué el cuerpo y estaba calientita, pensaba que estaba viva.

Para que no observara mi hermanita Valeria, la metí al cuarto de mi madre para que no viera el cuerpo, de ahí me salí de la casa y me fui a correr un rato a la playa para despejar mi mente un rato. La voz me dijo: “Mátala del mismo modus operandi”.

Apreté la soga al cuello de Valeria. Mi hermanita Valeria sí hizo ruido, se empezó a sofocar y parecía que le faltaba aire, se veía que no quería morir, pero a pesar de esto seguí apretando la soga al cuello de Valeria hasta que se sofocara, quería que muriera rápido, para luego poder cortarle la cabeza, ya que mi hermana Valeria padecía de atrofia muscular y yo no me podía hacer cargo de ella.

Mi madre usaba a mi hermana como una muñeca vudú. Enseguida llevo la cabeza de mi hermana y mi madre al zinc de la cocina, y de ahí agarro el cuerpo de mi madre, lo arrastro a mi cuarto y le empiezo a cortar los brazos, piernas y, al llegar al hueso, lo disloqué. Las piezas que iba a cortarle, ya fueran los brazos o piernas, los presionaba, les volvía a dar vuelta y los empujaba para el lado hasta que tronaban y se dislocaban.

[Declaración ministerial de Anastasia Lechtchenko]

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