“Nada en este mundo acontece por casualidad”. Anastasia dejó subrayadas tres líneas en un libro de pasta blanda, que policías investigadores encontraron aquel 7 de junio a un costado de una caja de bolsas negras y sobre la barra de su pequeña cocina. “Cuando volví a entender la situación en que me encuentro me asusté. Tengo que controlarme, soy alguien que lleva hasta el fin todo lo que desea hacer”, escribió la joven.
Cuatro meses después, Igor Lechtchenko empieza a creer que sí estaba ahí por casualidad.
El libro de letras rosas estaba sobre una barra, donde fueron degolladas su esposa e hija, y a un costado de las bolsas donde quedaron abultados los cuerpos blancos, transparentes.
Anastasia es hija del señor Lechtchenko. Era hija de Yuliya y hermana de Valeria. Aquella tarde de junio, las autoridades determinaron que fue ella quien desmembró los cuerpos de sus familiares, con cuatro cuchillos de cocina.
Anastasia —labios rosados, nariz respingada, 19 años— fue encarcelada y acusada como única responsable de los asesinatos de su madre y de su hermana. Pero hoy el expediente judicial detalla que en los cuchillos quedó plasmado el material genético de otro hombre.
“Presentan el perfil genético de un individuo del sexo masculino, el cual no presenta parentesco biológico alguno”.
Xóchitl de Labra, abogada defensora, asegura que varias personas podrían haber estado involucradas; sin embargo, las autoridades decidieron omitir evidencias, dice, como el hecho que en los cuchillos no se encontraron sus huellas; tampoco en las bolsas donde habría metido los cuerpos.
La amiga
“Llegamos a las siete y media de la tarde, al bajarnos pasamos por la puerta de su casa. Ella entró al baño. La esperé por algunos minutos en el patio frontal: salió Anastasia, me pidió que fuéramos a un Oxxo, para comprar las bolsas de plástico y terminar de cubrir los cuerpos.
“Fuimos a una farmacia, yo esperé afuera. Mientras ella se bajó a comprar las bolsas, yo estaba a punto de hablarle a la policía, pero no lo hice porque no estaba segura de que ella dijera la verdad. Entonces nos regresamos a su vivienda porque le hacía falta dinero para comprar las bolsas. Ya que las compró, regresamos a su casa con éstas.
“Anastasia abrió la puerta de su casa. Esperé en el marco de la puerta, mientras ella en la barra de su cocina comenzó a abrir el paquete de bolsas. Volteé hacia afuera y me percaté de que en el pasillo que da al patio trasero había una mancha color marrón de unos 15 centímetros.
“Posteriormente Anastasia salió con unas cinco bolsas y me dijo: ‘Bueno, vamos’. Me paso caminando, yo caminé detrás de ella, justo hacia donde estaba una casita de madera color blanca. Yo me quedé tres metros atrás, entonces Anastasia abrió la puerta corrediza de madera.
“Vi que adentro había ropa vieja, cajas, bolsas negras y una cobija de cuadros verde con negro. Ella comenzó a abrir uno de los plásticos y a moverlos metiendo una bolsa más chica a una más grande. Volteó y me vio, como diciéndome que me acercara a ayudarla.
“Me sonrió un poco, yo también sonreí para despistar. Me aproximé a ella y le dije que le iba aluzar [alumbrar] con mi teléfono y así lo hice, pero no se veía bien, no era suficiente la luz, pero me di cuenta de que había muchas moscas y un olor feo como a podrido.
“Y entonces de allí salió un gato. Segundos después, Anastasia quitó la cobija verde y miré que allí estaba el cuerpecito de su hermana, más bien el tronco sin cabeza. Sin brazos. Sin piernitas. El tronco tenía la complexión del cuerpo de una niña.
“Le dije que iba a ver si había espacio en la cajuela, y así lo hice: salí y me subí al carro, pensando si en ese momento llamaba a la policía. Unos minutos después salió Anastasia, yo abrí la cajuela para darle a entender que sí la iba a ayudar. No era verdad”.
Yesenia Estrada, amiga de Anastasia, en su declaración ministerial.
Declaración incoherente
El 11 de junio la luz que arrojaba la cámara de un celular cegaba a Anastasia e iluminaba su rostro de verde. Horas más tarde aparecería en los titulares de primera plana de todos los diarios nacionales. La joven de 19 años confesaba detalles del asesinato de su madre y de su hermana.
Los cuerpos desmembrados de Yuliya, ucraniana, ex acróbata del circo ruso, historiadora y pianista, y de Valeria —su hija de 10 años— diagnosticada con discapacidad múltiple, yacían en una casa de plástico utilizada como almacén, en un bello jardín con árboles frutales y follaje enmarañado.
“Eran brujas”, confesaría Anastasia. Sentía intensos dolores en el cuerpo, punzadas en la espalda. La declaración la haría de noche, en la calle, grabada ilegalmente por policías de la fiscalía de Baja Californiana.
Esa noche en las oficinas de la Procuraduría General de Justicia, el abogado de oficio, Juan Alberto Rubio Almaraz, notó inconsistencias en la declaración de la joven: “La rindió manifestando hechos incoherentes”, dejó asentado en un documento oficial.
Anastasia fue puesta en libertad: el presidente del Tribunal Superior de Justicia aseguró que hacían falta pruebas para demostrar la responsabilidad en los asesinatos de su madre y de su hermana. Una semana después se giraría una orden de aprehensión; se había recabado lo suficiente para encarcelarla.
La declaración de su amiga Yesenia Estrada sería determinante: no había sido testigo del doble homicidio, pero sí vio los cuerpos desmembrados en el patio de la casa de los Lechtchenko. El 25 de junio se le dictó auto de formal prisión y fue consignada en el penal de Tijuana como única responsable.
Confía en su inocencia
Hoy el sol pega fuerte: los 30 grados centígrados se postran sobre las cabezas de unas 50 personas que, como cada viernes, hacen fila pegadas a la muralla de concreto del reclusorio de Tijuana. Los guardias revisan que las damas no lleven la blusa muy escotada o los pantalones ajustados. Una mujer se ofende cuando uno de los custodios la mira de arriba abajo y desaprueba su vestimenta.
También las hay esas madres cansadas —de cabellos blancos y arrugas en el rostro— que desde hace años son puntuales. Nunca les faltarán los frijoles cuajados a los hijos que pugnan largas condenas en prisión.
Se incorpora a la fila un hombre que sobresale por su apariencia: usa pantalón de mezclilla y playera azul turquesa con líneas blancas, del uniforme de la selección de gimnasia de Baja California, localizado al norte de México. Blanco, ojos azules, el acróbata de circo que llegó hace dos décadas de Rusia está cansado.
Atesora el pase de visitas que tanto le costó: entre los primeros trámites las autoridades penitenciarias habían exigido que regresara a Rusia y tramitara un acta de nacimiento reciente. Igor Lechtchenko hoy verá a su hija Anastasia.
Cada día está más convencido de que su hija no asesinó a su esposa y a Valeria, por eso se aferra a cualquier indicio que compruebe que no fue ella. Se le ve esbelto, pálido.
Al señor Lechtchenko lo esperará Xóchitl de Labra, una reconocida abogada penalista que decidió aceptar el caso. Sostiene miles de hojas del expediente de Anastasia: fotografías de cuerpos desmembrados, y la conclusión de la fiscalía.
Xóchitl es una mujer chaparrita y de sonrisa afable, pero su voz siempre es determinante: la fiscalía decidió omitir, tal vez, “por la premura del tiempo” varios hechos determinantes:
Anastasia y Yuliya tenían varios novios. Fue precisamente un ex novio de Anastasia quien avisó por un mensaje de Facebook al señor Lechtchenko que su hija “había hecho algo”. Nadie lo interrogó.
Según la versión oficial, la joven de 50 kilos desmembró los cuerpos de su madre y de su hermana con sus cuchillos de cocina. Dislocó primero los huesos. Después con los cuchillos decapitó a su madre y a su hermana entre la cocina y una barrita, un espacio de no más de medio metro.
“No hay viabilidad”, sentencia. Cortes casi quirúrgicos con cuchillos de cocina.
El primer defensor encontró que no estaba en condiciones de declarar y ordenó que se realizara un examen psiquiátrico. Y en los cuchillos con los que supuestamente desmembró a su mamá y hermana, se hallaron las huellas de un hombre ajeno a su familia.
Los peritos adscritos al área de identificación criminal anotaron como resultado, que en las bolsas donde se encontraron los cuerpos no se localizaron fragmentos de huellas latentes.
“No se molestaron en buscar más pruebas de verdad, quedaron muchas cosas en el aire. Quizá por la premura del tiempo no se allegaron más pruebas. Por ejemplo, en esa casa vivía otro joven, tampoco lo interrogaron”.
En la última audiencia que Anastasia sostuvo con la justicia, tres médicos que hace un año la habían atendido declararon que la joven había sido diagnosticada en ese entonces con trastorno psicótico.
El señor Lechtchenko sale del reclusorio. Dos cortas horas. Como cada viernes, aun fuera de la prisión, escucha como susurro de viento las súplicas de su hija Anastasia. “¿Cuándo me voy a ir a la casa, papá?”.