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Han pasado 11 días desde que Kiko vio cómo el huracán Patricia arrancaba una a una las láminas que cubrían su casa y lo dejaba todo expuesto. En este periodo no ha tenido tiempo para hacer el recuento de los daños porque tiene 66 años y vive solo, porque apenas ha logrado levantar algunos pedazos de láminas rotas y plástico para medio techar una de las habitaciones de su casa donde todo se amontona y humedece, porque a la comunidad de Agua Caliente —donde vive— la ayuda llega a cuentagotas.

En este poblado del municipio de La Huerta, Patricia dañó los techos del 84% de las 247 edificaciones que existen —el dato es preciso y proviene del censo de los mismos habitantes— y ante los aguaceros de este fin de semana sólo algunos lograron tapar los boquetes con plástico, otros tuvieron que mirar cómo el agua se apropiaba de sus cosas otra vez.

A 10 días del paso de Patricia, la recuperación y reconstrucción en la costa de Jalisco ha sido lenta y desigual, marcada por la burocracia, los golpes mediáticos y las contingencias.

Cuando se les pregunta sobre la forma en que el gobierno ha respondido, dos voluntarios de la organización Oxfam, que recorren y evalúan los daños en la zona, lo plantean así: “Depende mucho del lugar. Chamela, por ejemplo, ha sido muy mediático y han llegado muchas ayudas”.

Respuestas no tan rápidas. El jueves 29 de octubre, en Cihuatlán, el gobernador del estado, Aristóteles Sandoval —aún sin saber que la tormenta de esa noche provocaría una nueva contingencia en la región— aseguraba que tras el huracán la ayuda estaba fluyendo de forma rápida: “Ésta no ha sido la primera catástrofe, ni la primera adversidad que ustedes han enfrentado y después que ha sucedido inmediatamente están de pie, pero también nunca antes habían visto la respuesta que con tanta rapidez”.

A primera vista, en Chamela podrían corroborarse esas palabras, porque la gente ahí sigue recibiendo despensas y sólo faltan algunas casas por reparar, pero el apoyo que ahí ha llegado proviene principalmente de organizaciones civiles y personas que se han movilizado para recabar ayuda para esta comunidad, municipio de La Huerta.

“Uno dice lo que es, y sí, después del huracán, en la noche del sábado aquí llegó la esposa del gobernador y pusieron una cocina móvil para darnos de comer, pero luego nomás nos dieron una despensa, se subieron al helicóptero y se fueron; las láminas con las que techamos las casas las trajo una asociación que se llama Cadena Mano a Mano, una comunidad judía que trajo a 15 trabajadores y entre todos las pusimos ... eso sí, los soldados nos ayudaron a limpiar todo”, explica Alberto, uno de los habitantes.

A unos metros de su casa, dos unidades de Protección Civil del municipio de Tepatitlán — en Los Altos de Jalisco— reparten las despensas que la gente de aquella región donó tras enterarse de lo que ocurría en Chamela; junto a esos vehículos están los del personal de la Secretaría de Desarrollo Agrario Territorial y Urbano (Sedatu) del gobierno federal que hacen el censo de las afectaciones.

“Ellos llegaron ahora que hemos puesto las láminas y dicen que ya todo está arreglado, además sólo quieren poner en el padrón las casas con daños estructurales, no las que les falta el techo, y techo es lo que necesitamos”.

Unos 50 kilómetros al sur de Chamela está La Manzanilla —una de las pocas playas públicas que quedan en el municipio de La Huerta—, ahí Galvina García y su familia trabajan contra reloj para intentar reconstruir el restaurante que tenían frente al mar, pues la mejor temporada del año inicia en 15 días.

Consiguieron un tractor para emparejar el terreno y comienzan a levantar la estructura de la palapa; el gobierno municipal les ha prometido apoyos.

“Ya están haciendo política con las despensas y se las dan a los que ellos quieren, a los que votaron por ellos, imagínese con lo demás”, señala.

Platanar convertido en pantano. Sobre el margen del río Marabasco, a un lado de la carretera que conduce al poblado El Rebalse, Gabriel López hurga en el pantano en que se ha convertido su platanar de 20 hectáreas; saca del agua unas escaleras y cuando escucha que alguien se acerca, pregunta: “¿Usted viene de los apoyos del gobierno? Es que no me han apuntado”.

El lunes 26 de octubre, tras el paso de Patricia, volvió a su plantación y lo encontró todo tirado, sólo pudo trabajar cuatro días recolectando lo que servía y tuvo que irse de nuevo porque este fin de semana hubo crecida del río.

“Lo poquito que se había salvado se lo llevó el agua, ahora sí es pérdida total y aquí estoy esperando los apoyos”.

La situación de Lino Díaz es similar, aunque él ya fue censado por alguno de los funcionarios que pululan en la zona, y fuera de su casa hay pegado un papel de Sedesol con la leyenda: “No quite esta etiqueta de su domicilio, le asegura la entrega de apoyos si cumple con los criterios establecidos en los programas”. Al mirarla de nuevo Lino muestra una carcajada y suelta: “¡Hasta creen que de esto voy a comer, ni modo que le de una mordida!”.

Olvidados pero organizados. Después de que el biólogo Mark Olson le pidió apoyo para levantar un censo de los daños en la comunidad, Rubí —una chica de 17 años que estudia la preparatoria— se hizo cargo y organizó las brigadas que fueron preguntando casa por casa para tener los resultados en dos días.

Los datos que recolectaron son detallados: la mayoría de las casas en Agua Caliente están techadas con láminas de asbesto que volaron, y durante el paso de Patricia, solo algunas tejas soportaron los fuertes vientos, pero ninguna de las casas con techo de loza de concreto sufrió daños.

Para Rubí la lección en obvia: “dicen que quieren traer este mismo tipo de láminas para reconstruir, pero con otro huracán volvería a suceder lo mismo; más bien deberían hacer un programa como el de Piso Firme para poner techos de loza de concreto.

A esta comunidad han llegado despensas de distintos lugares del territorio nacional, pero nada saben del apoyo del estado. Según sus cuentas, un millón de pesos sería suficiente para poder resolver la emergencia.

El segundo golpe. “Pensamos que ya habíamos acabado y no, llegó la lluvia y la inundación, no nos damos abasto”, dice un elemento de Protección Civil de Jalisco que ha atendido la emergencia desde hace más de 10 días; tras él, una mujer y una niña caminan por un platanar inundado buscando llegar a la desgajada carretera que va de Cihuatlán al ejido El Rebalse.

Según las autoridades, los remanentes de humedad del huracán provocaron que entre el 29 y el 30 de agosto cayeran 395 litros de agua por cada metro cuadrado en la región, lo que ocasionó que seis ríos y varios arroyos se salieran de su cauce, por lo que fue necesario evacuar a 790 personas.

El conteo preliminar señala afectaciones en al menos 10 mil 500 viviendas y las autoridades volvieron a concentrar su atención en las “zonas prioritarias”, en esta ocasión la cabecera municipal de Cihuatlán.

“Está bien que estén ayudado a la gente en Cihuatlán y en otros lados, todo lo que hagan está bien, pero ojalá pronto atiendan comunidades como esta”, dice Karen Quintero, quien ha creado una página de Facebook (Huracán Patricia Destrozos) para dar a conocer la situación de sitios como Agua Caliente: “levantarse una vez es difícil, pero dos es más complicado, y muchos aquí así lo tienen que hacer”.

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