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Alvarado
Desde el interior de una palapa con paredes de madera y techos de palma ubicada en el pequeño pueblito veracruzano de Buena Vista, surgen unas notas musicales con un sonido exquisito.
Los ecos emergen de manera natural del arpa de madera color miel que es acariciada con sencillez por un hombre casi cincuentón, que desde lo más profundo del alma le surge un canto al corazó: “Soy de esa tierra de luz, tan bella como no hay dos. Es mi lindo Veracruz, tierra bendita de Dios”.
Se trata de Nicolás Ventura Martínez El Artista, considerado por los expertos como uno de los mejores arpistas de son jarocho, un virtuoso de su instrumento y el mejor representante de un estilo musical correspondiente a la época de oro del cine mexicano.
Sobre la carretera federal que atraviesa el municipio de Alvarado, en la zona costera de Veracruz, una docena de casuchas de madera se levantan, cual estampa pueblerina, y ahí se encuentra el restaurante de mariscos El Artista, donde surge el virtuosismo del hombre que lo mismo se ha presentado en espectáculos en Bellas Artes que en novelas de Televisa.
“La música es la manera de expresar todo lo que quieras. Tenemos para llorar, quieres reír, quieres gritar, todo es la música”, suelta las palabras en medio de olores a chilpachole de camarón, arroz a la tumbada y pulpos en su tinta.
“La música es —agrega quien formó parte del son jarocho del ballet folklórico nacional que dirigía Amalia Hernández— un lenguaje universal que aunque no hablemos el mismo idioma, la gente está meneando el pie o tocando con las manos, sea de cualquier país o de cualquier población”, dice.
Con actuaciones en el Palacio de Bellas Artes y giras por ciudades de Estados Unidos como Washington, Nueva York y Miami, entre otras, asegura que le encanta el son jarocho porque significa alegría y el compartir eso con la gente son bendiciones.
Aún recuerda cuando a los 13 años, luego de ver y escuchar armonizar guitarras y el requinto, llegó a la casa de su madre, tomó la guitarra de su hermano y la afinó de manera sorprendente y natural.
No se olvida de aquel hombre que en un camión de pasajeros portaba una hermosa guitarra de Tres Pinos que también afinó de oídas bajo un frondoso árbol y en medio de cultivos de sandía en una comunidad llamada Chocotan.
“En las madrugadas yo escuchaba serenata, y me iba a donde estaba. No sabían que yo tenía esa virtud y ya después [me unía y] terminaba la serenata con ellos”, rememora.
Desde entonces y desde esta región donde atraviesa el río Papaloapan, conocido como el río de Las Mariposas, con sus chucumites, mojarras, tiburones, camarones y jaibas, nadie lo detuvo.
Su arma de batalla. A los 20 años llegó a su vida el arpa. Le costó trabajo el cambio de instrumento, pero una vez que agarró el ritmo se dio cuenta que era lo suyo y que con esa precisa arma de cuerdas impresionaba a la gente.
No fue fácil llegar a las grandes ligas musicales. En Toluca tocó siete años en el restaurante Los Jarochos, y en el Distrito Federal en las Fondas Hipocampos, la Hija de Moctezuma, y en bares de toda clase.
Tuvo la fortuna de conocer a integrantes del Ballet Folklórico de México de Amalia Hernández, bailarina y coreógrafa que fundó la compañía, y quienes le pidieron hacer una audición para una vacante.
“Nada más canté dos sones y me dijeron: te quedas en el Ballet Folklórico de México”, rememora orgulloso.
Por azares del destino participó también en la telenovela Corazón Salvaje, en la versión de Eduardo Yáñez y Aracely Arámbula, y La Tempestad, con William Levy y Ximena Navarrete. Su papel era “el artista de música”
Las decenas de fotografías con gente de la farándula de todos los calibres dan cuenta de su paso por la “artisteada”, pero Nicolás siempre ha mantenido los pies sobre la tierra y con ese gran corazón que caracteriza a los veracruzanos, decidió regresar a la pequeña comunidad que lo vio nacer.
“Voy rumbo a un lugar de Cancún. Era mi tirada de México salir a Cancún, y paso aquí a Buena Vista, a mi tierra natal, y resulta que me encuentro a mi madre solita en una casa que dejó ahí, me dio tristeza, me dio algo así bonito, un sentimiento que dije: yo de aquí no me voy, y ya me planté aquí, yo de aquí soy”, relata Nicolás.
Y aquí está, no sólo atendiendo los clientes del negocio familiar al lado de su esposa, sino soltando al aire notas musicales que endulzan el alma y el corazón de los paseantes.
“Es algo inexplicable. Cuando yo estoy tocando a mí se me va el tiempo de volada. Voy a tocar dos horas y se me hace así, 20 minutos”, afirma con los ojos encendidos de pasión.